Las reflexiones de Michael Stott, el editor para América Latina del diario británico Financial Times, en el sentido de que Uruguay ingresó en “la globalización del tráfico de drogas”, debería llamarnos a reflexión sobre una problemática que lejos de irse solucionando o disipando, se está agravando en todo el mundo, con mayor énfasis sobre todo en países que como el nuestro, antiguamente eran considerados como lugares solo de tránsito para los grandes destinos de la droga. Es pertinente traer a colación que el articulista considera que “el auge del tráfico de cocaína se cierne sobre la mayor parte de América Latina”, y que Uruguay también ha caído en lo que se denomina “la globalización del tráfico de drogas”.
En un amplio análisis de la situación en América Latina, relató algunos de los sangrientos crímenes que ocurren en países tradicionalmente considerados como cuna de los cárteles en que tienen lugar matanzas, ajusticiamientos, asesinatos por sicarios, guerra entre narcotraficantes por territorio, como es el caso de México o Colombia, en una situación que se arrastra desde hace décadas.
Pero destaca en este análisis que hechos de violencia de esta naturaleza se están dando ahora en Ecuador, y que “en Uruguay, a menudo descrito como la ‘Suiza de América Latina’, este año aparecieron 14 cuerpos en un período de 10 días. Tres habían sido quemados y uno descuartizado”. A su vez acota que “la luna de miel en el Caribe del fiscal jefe antidrogas de Paraguay terminó en mayo con dos balazos cuando un hombre armado lo ejecutó en la playa frente a su esposa embarazada”, en otro caso vinculado al combate del narcotráfico.
Apunta que detrás de esta alarmante propagación de delitos violentos en los países más pequeños y anteriormente más pacíficos de América Latina “se encuentra el floreciente comercio de cocaína. Siempre ansiosos por expandirse, los jefes de los cárteles están ideando nuevas rutas para llegar a nuevos mercados”.
Recoge asimismo en su planteo que “lo que estamos viendo ahora es la culminación de la globalización del tráfico de droga”, según dijo Jimena Blanco, jefa de investigación política para las Américas en Verisk Maplecroft (empresa global de inteligencia de riesgos referidos a problemas de sostenibilidad y resiliencia). “Esta es una tendencia que comenzó hace cinco o 10 años, pero que se ha acelerado en los últimos dos años”, precisó Blanco.
A su vez Stott señala más datos, aportados en este caso por Jeremy McDermott, director ejecutivo de InSight Crime (una fundación dedicada al estudio de la principal amenaza a la seguridad nacional y ciudadana en Latinoamérica y el Caribe), en el sentido de que “Amberes incautó más cocaína que cualquier otro puerto europeo el año pasado, casi 90 toneladas. La aduana belga dijo que los tres principales países de origen eran Ecuador, Paraguay y Panamá, ninguno de los cuales es un importante productor de la droga. La mayor parte de la cocaína con destino a Europa se pasa de contrabando en contenedores de envío, y ‘cuando las tasas de incautación alcanzan el 20% o 25%, los narcotraficantes tienden a cambiar de ruta’”. Estos puntos bastan para inferir que el combate de la droga y el narcotráfico no solo no presenta avances, sino que es manifiesta la impotencia en el encare del tráfico de drogas, en el que precisamente se insiste solo en el prohibicionismo cuando claramente por esta vía lo único que se logra es valorizar la droga al punto de hacerla un negocio tan bueno que imposible de frenar. Incluso el narcotráfico y el accionar de los cárteles constituyen la principal amenaza a la seguridad nacional y ciudadana en Latinoamérica y el Caribe, y junto con el puerto brasileño de Santos y la instalación de Limón en Costa Rica, Guayaquil es uno de los lugares que McDermott denomina una “segunda ola de puertos utilizados para el envío de cocaína en los últimos años. Paraguay, Uruguay y Chile son incorporaciones más recientes”.
“Las cosas están tan mal que todas menos tres de las 21 naciones continentales de América Latina son ahora ‘principales países de origen o tránsito’ de cocaína, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la eroga y el Delito. (Las excepciones son las pequeñas naciones de Guyana, Belice y El Salvador)”, expresa el artículo del Financial Times, en tanto “después de cinco décadas de la guerra contra las drogas encabezada por Estados Unidos y miles de millones de dólares gastados en interdicción y persecución de los jefes de los carteles, el comercio nunca ha sido tan grande. La producción total de cocaína alcanzó un nuevo récord de 1.982 toneladas en 2020”.
El punto es que gracias al negocio del narcotráfico “sobrevaluado” por el prohibicionismo durante décadas estos cárteles han alcanzado tanto poder que ahora están “diversificando” sus fuentes de ingresos, y cuando les falla el tráfico de los cargamentos por una u otra causa, además de buscar nuevas rutas se dedican a las extorsiones, robos, trata de personas, contrabando de oro, para no tener a su mano de obra desocupada y extender esta fuente de ingresos de origen criminal a otras actividades conexas o no.
Sin dudas, el combate de la droga a través de la especie de “Ley seca”, como el fracasado intento de evitar la venta de alcohol en Estados Unidos en la década de 1920, ha fracasado rotundamente, y lo que parece más absurdo es que los gobiernos en lugar de buscar alternativas razonables porfiadamente se enfrascan en repetir los errores que han hecho del las drogas y el narcotráfico el negocio más colosal de la historia, capaz de comprar naciones y voltear hasta los gobiernos más fuertes.
Este combate de supuesta mano dura tal como ha sido llevado adelante ha tenido como consecuencia directa el hacer crecer estas organizaciones mafiosas en todo el mundo y pasarse por ejemplo a que en nuestro país los ajusticiamientos por ajuste de cuentas por el narcotráfico sea el mayor porcentaje de todos los homicidios.
Los narcotraficantes han amasado enormes fortunas con las que “compran” impunidad para seguir extendiendo sus redes o amedrentar y deshacerse de quienes se cruzan en su camino, ya sea tanto fuerzas de represión de la droga como la misma Justicia. Y como tienen los recursos casi ilimitados para hacerlo, ahora también se dan el lujo de acaparar todo tipo de “negocios” de la mafia tradicional.
La alternativa de derogar la ilegalidad y represión de la venta de drogas tiene sus detractores, es cierto, y existen legítimas dudas sobre si sería peor el remedio que la enfermedad, aunque todo dependería de la instrumentación. Pero la idea central es arruinarles el negocio a los traficantes por la vía de la legalización, de la misma forma que ocurrió con el alcohol en Estados Unidos tras la Ley Seca, que había promovido el auge de los gangsters y la mafia por una década. Hoy a nadie se le ocurriría volver a prohibir el alcohol, sin embargo no fue fácil volver a legalizarlo en su momento cuando los radicalismos puritanos lo consideraban la perdición de la sociedad, de la misma forma que hoy se visualiza a la droga en general.
Lo que sí es seguro es que continuar en el actual rumbo es insistir con una guerra que el mundo está perdiendo en el día a día y que los países más débiles no están en condiciones de asumir. Pero sobre todo hay que tener en cuenta que existen poderosos intereses que pretenden que continúe con el prohibicionismo, porque de otra manera el monumental negocio que manejan desaparecería o perdería su atractivo por la pérdida de valor de su producto.
El colmo, por lo tanto, y que denuncia la irracionalidad de la situación, es que los supuestos perseguidos en esta guerra quieren seguir así, con un mercado cautivo que ha hecho del tráfico de drogas un símil de la hidra de siete cabezas de la mitología griega.
Es decir años y años desperdiciados en una guerra perdida, solo para enriquecer y fortalecer al enemigo, mientras las calles de los barrios pobres –y no tanto– se riegan con la sangre de las víctimas de los narcos. → Leer más