Un efecto rebote que se desacelera sin que pueda consolidarse en el empleo

Aunque la pandemia de COVID-19 ha sido superada –crucemos los dedos– por lo menos en su etapa crítica, las consecuencias del flagelo sanitario se reflejan todavía a nivel global, pero sin dudas sus efectos se hacen sentir con mayor gravedad en las regiones más problemáticas, como es el caso de América Latina, donde a sus problemas crónicos en el plano socioeconómico se agregan estos factores coyunturales que amenazan con volverse persistentes.

Este escenario es visualizado por muchos analistas, y es determinante que los problemas aludidos incluso se trasladen desde abajo hacia arriba desde el punto de vista político-electoral, porque el humor social adverso se traduce en votaciones negativas para los gobiernos de turno, como ya se ha visto en varias elecciones que han coincidido con este período particular.
En nuestro país, de acuerdo a lo señalado por técnicos del Cinve (Centro de Investigaciones Económicas), se da un panorama similar en muchos aspectos que el del resto de América Latina, en el sentido de que si bien en general el empleo en los respectivos países está muy cercano a los niveles de 2019, los ingresos vienen evolucionando con rezago y eso da lugar al fenómeno del “trabajador pobre”, por cuanto aunque la persona tiene un puesto laboral, lo que gana le resulta insuficiente para cubrir sus necesidades más básicas, según da cuenta el semanario Búsqueda.
Indica que estos elementos han sido ya planteados en un reciente informe de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), y que precisamente Gonzalo Zunino, del Centro de Investigaciones Económicas, lo trae a colación a partir de lo que ocurre en Uruguay, donde ha habido un rebote en forma de “V” de la economía, pero sin que ello sea seguido por la recuperación en el mismo tenor del mundo del trabajo.

Para Zunino, en Uruguay el shock asociado al COVID-19 “fue profundo”, y “no está lejos de ser una recuperación en V”, a la vez de acotar que es posible que si bien “hay cierta posibilidad de que esta crisis no deje secuelas de largo plazo, como suele ocurrir, sin embargo estamos viendo que puede haber efectos persistentes”.
Mencionó el profesional al respecto que la recuperación del empleo ha sido casi completa en muchos países de la región, más allá de heterogeneidades sectoriales y para grupos específicos de la sociedad, pero hay aspectos asociados a la dinámica del mercado laboral que sí son persistentes, trayendo como ejemplo que la pobreza en Uruguay era de 100.000 personas en 2020, “y la recuperación fue completa a nivel del empleo, pero no pasó lo mismo en pobreza”, habida cuenta que “en 2021 seguía habiendo 60.000 personas más en esa situación”.

Precisamente el punto a tener presente es que la problemática no solo refiere a la recuperación de empleos, sino que la caída ha sido mayor en algunos sectores y además el mundo se ha visto afectado por una fuerte inflación de carácter global, por lo que las empresas que han podido sobrevivir y recuperarse no han tenido al mismo tiempo la posibilidad de mantener los ingresos reales de aquellos que han recuperado su empleo total o parcialmente, como vemos lamentablemente en nuestro país, más allá de situaciones particulares agravadas como las de Salto y Paysandú, donde debido al trasiego de mercadería desde la vecina orilla se han perdido miles de puestos de trabajo y muchas empresas apenas se sostienen.

Lo señala Zunino al reflexionar que la recuperación completa en el empleo “quedó muy incompleta en términos de salarios reales. La crisis fue como un marco para un ajuste en la distribución factorial del ingreso, en la cual el empleo se recuperó en 2021 y 2022, mientras que el poder adquisitivo de los sueldos medios cayó en ambos años y en Uruguay también lo está haciendo en 2022”. Por lo tanto, observa que la persistencia de la pobreza más allá de la recuperación de la crisis puede “generar impactos de largo plazo”.
En este aspecto coincide la autora del informe de la OIT, Roxana Maurizio, al indicar que “volver al 2019 está lejos de ser una panacea, porque la región ya mostraba un déficit significativo en empleo, y problemas de desigualdad, a lo que se agrega la duración de los períodos de desempleo”, que se hizo más larga.

Sin dudas, más allá de medidas puntuales, las respuestas efectivas en esta problemática deben pasar inevitablemente por el fortalecimiento de los proveedores de empleos genuinos, que son las empresas e inversores privados, desde que el Estado no genera riqueza y se caracteriza por promover burocracia, elevar costos de producción y de gestión, además de trasladar estos costos exorbitados al sector privado.

Para ello es imprescindible crecer, como se ha venido dando en la economía uruguaya en los últimos meses, pero este panorama alentador no da para alzar los brazos al cielo ni tener expectativas demasiado optimistas en el corto plazo, porque hay factores coyunturales en juego y no ha sido posible hasta ahora aterrizar estos mejores valores de los parámetros en nuevos empleos ni mayor poder adquisitivo de los que han perdido ingresos.
Sobre todo, se percibe que se está agotando el “efecto rebote”, y así lo alerta el Cinve cuando indica que “en abril- junio siguió el proceso de recuperación a la salida de la pandemia”, aunque el shock positivo de la zafra record de soja “puede ser de carácter transitorio”.

Alfonso Capurro, de CPA/Ferrere, observa que “a medida que empecemos a comparar la realidad de hoy con una fase más normal (de 2021) se va a ver una desaceleración, que traducido al plano laboral se comprueba que luego de haberse recuperado los empleos perdidos en la emergencia sanitaria, en los últimos meses la creación de empleos fue “virtualmente nula” al corregirse los datos por factores estacionales.

Aparecen por lo tanto señales de “enfriamiento” en la recuperación económica pos pandemia, que naturalmente deben evaluarse más que en elementos de origen interno –que también los hay– en factores exógenos, porque la inflación mundial –que ha llegado a dos dígitos en naciones desarrolladas que han sido históricamente estables– es un freno para la inversión, para el crecimiento del comercio, aporta incertidumbre y erosiona el poder adquisitivo de los consumidores, que es justo lo contrario de lo que se necesita para la reactivación que se hace esperar.