Los desequilibrios que nos atan de manos

A partir de la pandemia y luego la invasión rusa a Ucrania, las consultas populares que se han llevado a cabo en varios países y regiones del mundo, han tenido como común denominador un voto de rechazo al gobierno de turno, por una serie de razones, pero sí coinciden los analistas en la que el voto por el cambio y por sacar a quienes están en el poder responde a la pérdida de calidad de vida –incluyendo sobre todo el empleo– como consecuencia de que se han trastrocado los parámetros de la economía, con afectación de los sectores más vulnerables.

Esto nos lleva a traer al tapete la consabida frase de “¡es la economía, estúpido!”, que se lanzó en oportunidad de las elecciones de 1992, cuando Bill Clinton derrotó a un George Bush que era considerado imbatible por la mayoría de los analistas políticos, fundamentalmente debido a sus éxitos en política exterior, como el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico. Su popularidad entonces había llegado al 90% de aceptación, un récord histórico.
En esas circunstancias, James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, señaló que éste debía enfocarse sobre cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas, y entre los tres temas principales que entendió debían incluirse en la campaña en segundo lugar figuraba el de “la economía”, (estúpido).

Aunque la frase había sido anotada en un cartel que era solo un recordatorio interno para la campaña demócrata, se convirtió en una especie de eslogan no oficial de la campaña de Clinton, que resultó decisivo para modificar la relación de fuerzas y derrotar a Bush.
El punto es que la frase se instaló en la cultura política estadounidense y también internacionalmente. Usualmente se expresa precedida de la palabra “es”. Adicionalmente, la estructura de la expresión, orientada a destacar lo esencial en determinada situación, ha sido utilizada para referirse a otras cuestiones consideradas esenciales, poniendo el eje en determinado tema vital para lo que se busca.

A esta altura de 2022, es evidente que la inflación consecuente de estos dos cataclismos está marcando un antes y un después, con el agravante de que este “después” está todavía en proceso y que por lo tanto reina la incertidumbre sobre las derivaciones en una diversidad de áreas que de una u otra forma repercutirán directamente sobre la población, aún en países que cuentan con una amplia espalda económico-financiera, como los de Europa y Estados Unidos.
En torno a este escenario el economista Alfonso Capurro, de la consultora CPA Ferrere, evaluó que la economía global está transitando un triple shock simultáneo, conformado por la guerra en Ucrania, la política de cero COVID en China y la suba de tasas de la Reserva Federal de Estados Unidos para bajar la inflación en ese país, factores estos que presionan la baja sobre el crecimiento mundial.

Evaluó el economista que “hay un riesgo de que la política monetaria (la FED) ajuste demasiado y después tenga que pivotear muy rápido. Un riesgo de que terminemos metidos en una recesión más grave de lo que era necesario si se hubiera reaccionado a tiempo”, a la vez de considerar que en este ciclo de aumento de tasas el proceso se aceleró y el dólar está llegando a valores máximos en términos reales de casi los últimos 40 años. La contrapartida de esto es que todas las monedas del mundo, salvo el peso uruguayo y el real, se han venido debilitando”.

Consideró sobre todo que “no es la primera vez que cuando el mundo se corre en equilibrio”, Uruguay por razones internas “no se puede subir a ese tren”, “después nos cuesta enganchar. Preocupa que estemos desacoplados. De alguna forma tememos que estamos perdiendo el tren de corrección”.
Lo que señala el economista, en buen romance, es que en nuestro país desde hace ya varios años existe un atraso cambiario, y ello hace que seamos caros en la comparativa internacional, que se mide en dólares.

No empezó con el gobierno de Lacalle Pou, ni mucho menos, sino que en los sucesivos gobiernos el dólar “planchado” se utiliza como un ancla contra la inflación, pero con la contrapartida de seguir perdiendo competitividad, lo que pudo más o menos equilibrarse cuando había altos precios internacionales en la década anterior, y recursos extraordinarios que permitieron que los ingresos promedio en la economía paliaran el desequilibrio.

En el escenario actual el problema es mucho mayor medido en condicionantes macroeconómicas, pero es mucho peor el hecho de que con el escenario mundial comprometido estemos en una encerrona de muy difícil salida debido a nuestros problemas crónicos, el déficit en infraestructura y la escasa maniobrabilidad posible en nuestra economía.
Sencillamente el Uruguay no cuenta con espalda financiera para hacer lo que hacen las grande economías, que es subsidiar el momento –como lo hicieron en pandemia– para tratar de que los altos costos no se trasladen hacia adentro y no crezca el descontento social.

Este subsidio cuesta mucho dinero y solo tiene sentido a efectos de evitar males mayores puntuales, pero sabiendo que en el ínterin deben ensayarse correctivos para poder sincerar la economía, desde que de lo contrario se generará una olla de presión que no podrá contenerse más, so riesgo de estallido.
Bueno, el dólar contenido mientras aumenta en todo el mundo, es un factor distorsivo, pero que no es nuevo. El punto es que por ser precisamente un ancla antinflacionaria, y en una economía en donde todo es medido en dólares como valor constante, el insinuar que puede aumentar el dólar ya basta para dispararlo y con ello desajustar todos los otros componentes de la economía, sobre todo la inflación y los consecuentes reclamos de ajustes salariales y de otros parámetros contenidos por ahora artificialmente.
Según Capurro, el propio Banco Central del Uruguay (BCU) reconoce en su último informe que el tipo de cambio real “está 15% por debajo de lo que debería estar”, aunque naturalmente, el organismo se queda corto en su apreciación, por la que expone al público, porque la acumulación de reajustes postergados debería estar significativamente por encima de este porcentaje.

Y explica que “estamos trancados en esta situación por la misma razón que otras veces. Nos agarra la crisis global con inflación alta, y lejos de estar expandiendo la política monetaria, estamos en fase de contracción”.
El punto es que para 2023 la tendencia mundial es a un enfriamiento de la economía y según el economista se recibirán “golpes” desde el resto del mudo, según dijo a El Observador, por lo que la presión sobre el tipo de cambio se incrementará.
Con un escenario que difícilmente se pueda cambiar desde adentro, para que el remedio no desencadene una crisis social hasta que llegue el momento del equilibrio –duro escenario para una confrontación electoral, por cierto– todo indica que el gobierno seguirá tratando de llevar la pelota atada el pie, dentro de lo posible, como han hecho los gobiernos anteriores, y que continuaremos expuestos a factores que nos siguen encareciendo hacia el mundo exterior, sobre todo cuando se trata de dar valor agregado a nuestros productos, y por ende, con severa afectación del empleo de calidad, nada menos.
A menos que se dé un shock mundial tan contundente como los que se han dado recientemente, pero esta vez del lado positivo. Lo que es mucho más una esperanza que una posibilidad cierta.