Escribe Ernesto Kreimerman: Artigas, el de 1815, Purificación y el Reglamento Provisorio

La historia la hacen los pueblos y éstos no suelen tener apuros. Alfredo Zitarrosa lo cantaba de manera excepcional: “No hay cosa más sin apuro/que un pueblo haciendo la historia./No lo seduce la gloria/ni se imagina el futuro./Marcha con paso seguro, /calculando cada paso/y lo que parece atraso/suele transformarse pronto/en cosas que para el tonto/son causa de su fracaso”.

Artigas no fue un militar exitoso. Supo más de derrotas y traiciones, así como de dignidad y valores. Era un buceador de futuro, de principios anticipados a su época, expresados con meridiana sencillez y claridad. Pero, aun así, Artigas era un sensato hombre de su tiempo. Y en breve gesta, fue un prócer, una persona de alta dignidad según el diccionario de la Real Academia.

Mis maestras valerianas nos enseñaron los tres principios humanitarios del artiguismo enunciados tras su mayor victoria militar, la batalla de Las Piedras, más allá de si la enunciación de la afirmación fue tal cual o fue, con el paso del tiempo y la intervención de otros escribas, mejorada en su formulación para la historia: clemencia para los vencidos, curad a los heridos, respetad a los prisioneros.

Aquella victoria, además de encender los ánimos de los revolucionarios, le valió a Artigas y a sus oficiales, un cierto reconocimiento de parte de la Junta: sería designado coronel, y con él también serían ascendidos otros oficiales.

La Batalla de Las Piedras no fue un enfrentamiento de proporciones como para que se la recuerde y estudie en una academia de estrategias militares. Pero sí fue de un gran valor simbólico. En sentido estricto, una victoria para la continuidad del espíritu futuro de la revolución. Belgrano fue derrotado en el Paraguay y el Paraná. Alberto Zum Felde lo destaca en su libro “Evolución Histórica del Uruguay” (edición 1945, página 44): “la Revolución de Mayo hubiera sido ahogada a los pocos meses de (su) pronunciamiento”.

Barrán y Nahum advierten que el levantamiento de 1811 fue de multitudes campesinas y no de minorías ilustradas como en el Buenos Aires de mayo de 1810. Es que aquel pobre ejército, precario en todo, era el fiel reflejo de la extracción social de sus integrantes. Y ello categóricamente, se verá reflejado a lo largo de todo el ciclo artiguista.

1815

Las diferencias políticas con Buenos Aires crecían y acumulaban tensiones. Habían llegado a un punto de no retorno.

Artigas, ya instalado en Purificación, y pese a las múltiples dificultades y resistencias que encontraba su gobierno, decide emprender la más significativa de sus acciones; la propiedad de la tierra, el fomento de la producción y la seguridad, tanto jurídica como de los bienes físicos, las haciendas.

En los principios del siglo XIX, ya se percibía como un problema la concentración de la tierra, especialmente en la mitad sur del país, y una gran inseguridad en la “mitad” norte. En particular, este punto preocupaba por entonces a los españoles pues esa situación favorecía la presencia “descontrolada” de los portugueses
Todo ese complejo problema conformaba el llamado “arreglo de los campos”. Pero la visión del artiguismo era muy amplia, y reencausar la economía era visto como fundamental. En ese 1815, Artigas manifiesta que para retomar la actividad económica, “es debido, obligar a los hacendados a poblar y fomentar sus estancias, si no se toma providencias sobre las estancias de los europeos, fomentándolas, aunque sea a costa del Estado (…) todo será confusión” (Artigas al Cabildo de Montevideo, 8 de agosto de 1815).

Artigas vivió la experiencia de Félix de Azara, fue su ayudante, cuando, con otra filosofía, se repartieron “suertes de chacras y estancias”. Suele afirmarse, con razón, que Azara enfoca la cuestión de la tierra como un proyecto económico, pero el principio que prima en Artigas es el de una ley agraria más profunda, cimentada en principios éticos “de que las injusticias sociales deben ser reparadas”.

1815 es el año de maduración del ciclo artiguista. Y era clave, por tanto, reafirmar la acción de gobierno en las zonas rurales. En “Artigas, tierra y revolución”, de Lucía Sala, Nelson de la Torre y Julio Rodríguez (Arca 1971), se expresa que “(…) las masas del campo reclamaban lo que la opresión colonial les había negado: un lugar en la sociedad, una tierra donde trabajar. Durante la revolución se había dado una peculiar dialéctica entre el conductor y los pequeños hacendados, paisanos sin tierra, aquellos indios que sólo conocían la degradación, aquellos libertos de cosa saltaban a soldados patriotas, aquellos paisanos sometidos y encarnecidos (…) fueron los que hallaron en la explosión de la represa colonial todo un mundo a ganar”.

La reforma de 1815, su Reglamento Provisorio, iba a romper con la hegemonía de un privilegiado grupo social, que obtuvieron grandes extensiones de tierra por concesión de la corona.

El 10 de setiembre de 1815, Artigas marca un punto de inflexión, cuando decide el reparto de tierras del Estado de los “emigrados, malos europeos y peores americanos” y no la de todos, sino la de los enemigos de la revolución…a repartir “entre los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, con prevención, que los más infelices serán los más privilegiados”.

Es justamente este “Reglamento Provisorio para el fomento de la campaña y seguridad de los hacendados” lo que hace al ciclo artiguista un proceso diferente, radicalmente democrático, y de profundas raíces sociales. Es que en este impulso es donde Artigas expone sus propósitos, donde activa un programa político, de gobierno, que se inicia con una mirada inclusiva para reparar las desigualdades económicas, y al mismo tiempo, impulsar nuevas condiciones sociales para los desposeídos.

Este Reglamento Provisorio distribuye campos y exige contrapartidas en labores, las que son financiadas por la provincia, con sus obligaciones de labor procura crear hábitos de trabajo y de producción, promueve las mejoras de los predios productivos y de las haciendas, al tiempo que impulsa el poblamiento de la campaña, procurando desarrollar una clase media de productores.

El texto del Reglamento Provisorio es de una gran claridad de propósitos y objetivos. Artigas no cayó en la simpleza de llamar “reforma agraria” a una entrega de predios, sino que generó un marco jurídico y financiero capaz de asegurar, con compromiso, el desarrollo cierto del plan, tanto global como individualmente.

A la tierra y los préstamos, se vinculaba una “obligación de formar rancho, corrales, rodeos y amansar los ganados recibidos”, dándole racionalidad y previsibilidad.

Y los paisanos le dicen….

Con ésta y otras acciones adoptadas desde el gobierno de Purificación, queda expuesta una legislación agraria, un programa de promoción de la producción, una prioridad social, única para su época. Son decisiones claramente fundadas, y que respondieron a una evolución del pensamiento de José Artigas.

La dimensión del desempeño del jefe de los orientales no es opacada por ningún otro en todo el continente.
Al escribirle al comandante de Misiones, Artigas le recuerda que “no hay que invertir el orden de la justicia. Mirar por los infelices y no desampararlos, sin más delito que su miseria. Es preciso borrar esos excesos de despotismo.

Todo hombre es igual en presencia de la Ley. Sus virtudes o delitos los hacen amigables u odiosos. Olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna. Córtese toda relación si ella es perjudicial a los interese comunes”.

Por eso aquella imagen del prócer en la canción de Rubén Lena, es tan real y tan fuerte, una síntesis poética de una épica de transformaciones: “los paisanos le dicen, mi general”.