(Por Horacio R. Brum).- Un seguro de viaje es precisamente para lo que dice el nombre: sentirse seguro durante un viaje, con la certeza de que cualquier hecho negativo, desde la pérdida del equipaje hasta una enfermedad grave, tendrá efectos menos serios, porque una empresa internacional se encargará de dar al asegurado la protección necesaria, esté donde esté. Los hay baratos y caros, con mayor o menor cobertura, pero todos funcionan de manera similar; en la documentación de la póliza aparecen varios números telefónicos, correspondientes a cada continente por donde se viajará, y a los cuales hay que llamar en caso de emergencia. Se supone que al otro lado de la línea habrá una persona que, en el idioma de quien llama, hará todas las coordinaciones para aliviar el infortunio. Se supone… hasta que el viajero o turista llega a un país como Alemania, cuyo peculiar funcionamiento del sistema sanitario puede agravar la situación angustiante de enfermarse lejos del hogar.
Cuando la esposa de este corresponsal comenzó a toser fuertemente, ambos estaban en una ciudad sureña alemana de 60.000 habitantes. Debido a que la tos se hizo incómoda hasta no permitirle dormir, se llamó al número de consulta dado por el seguro de viaje, que resultó ser un centro de llamados del Callao, en Perú. Desde allí intentaron hallar a un médico en la zona que hablara español o inglés –aunque la paciente era alemana–, lo cual fue muy difícil, no sólo por la escasa disponibilidad de profesionales, sino también porque ellos se negaban a tomar más pacientes que los que ya figuraban en sus sobrecargadas agendas.
En esto influyó un primer factor problemático del sistema sanitario nacional: sólo en 2004 se comenzó a implementar una red de salud primaria, con lo que en nuestros países conocemos como policlínicas o consultorios zonales. En general, esa atención está a cargo de los Hausärzte o médicos de familia, con quienes se inscriben los habitantes de un barrio. Ellos no solamente se ocupan de las consultas, exámenes y diagnósticos; además, vacunan y cumplen tareas que en otras partes se encargan al personal médico auxiliar. El año pasado, los Hausärzte cerraron sus consultorios entre Navidad y Año Nuevo, en protesta por el exceso de trabajo y la baja paga que reciben del sistema de seguros de salud administrado por el Estado, pero con características de privado.
Entre idas y venidas telefónicas, las que incluyeron una teleconsulta con una doctora de Perú que le recetó aspirinas, la paciente siguió empeorando, hasta un estado bajo el cual perdió completamente el apetito. Ello motivó el traslado a Fráncfort, para ver si en una ciudad más grande era posible ver un médico más rápidamente. Por fin, el seguro envió un médico de emergencias, a quien hubo que pagar más de 350 dólares en efectivo, porque la empresa aseguradora no había llegado a un acuerdo sobre el mecanismo de pago.
Este profesional comprendió la gravedad de la situación y 48 horas más tarde la enferma debió ser internada en un hospital, con 40 grados de fiebre y víctima de una neumonía. Estuvo en terapia intensiva doce días, a un costo de alrededor de 22.000 dólares, que el seguro se comprometió a restituir, una vez hecho el pago a todos los prestadores, desde el establecimiento de salud hasta la ambulancia. Una cuenta de ahorro casi vacía y dos tarjetas de crédito con el cupo al límite sirvieron para curar a la enferma, pero dejaron las finanzas en estado terminal, debido a un seguro de viaje que no respondió adecuadamente y a un modelo de atención que, aunque muy avanzado técnicamente, está lejos del concepto de salud pública vigente en nuestros países.
En esencia, aquel sistema es privado, porque se basa en un seguro operado por las Krankenkasse (“cajas de enfermedad”) cuyas cuotas son pagadas por los trabajadores y los empleadores, en proporción a los ingresos. El Estado solamente recauda esos fondos y los distribuye a las organizaciones médicas privadas, que poseen clínicas y hospitales. Dichas organizaciones pueden ser universidades, fundaciones o simples empresas, en cuyo funcionamiento interno las autoridades nacionales no tienen intervención. Si bien existen algunos establecimientos de salud municipales, no hay una red nacional de hospitales públicos ni atención gratuita y los visitantes extranjeros son clasificados como Privatpatient (paciente privado), a los costos que se mencionaron al inicio de esta nota.
Los alemanes también pueden optar por esta categoría, con un seguro mucho más caro que el de las cajas de enfermedad, pero que da beneficios como la obtención más rápida de horas, el tratamiento por médicos de grados superiores o habitaciones individuales. Sin embargo, no más del 10% de la población disfruta de esas ventajas, porque la cuota mensual puede llegar a los 1.500 dólares. Como lo comprobaron quien esto escribe y su esposa, la categoría de Privatpatient no necesariamente implica que una persona no residente será atendida con más rapidez. Desde que la ambulancia dejó a la enferma en el Bürgerhospital de Fráncfort (perteneciente a una de las fundaciones más antiguas e importantes), hasta que fue internada en terapia intensiva, transcurrieron siete horas. Mientras tanto, estuvo en una sala de estabilización cuyo suelo había quedado manchado con su propia sangre, producto de un procedimiento no muy cuidadoso de toma de muestras, sin que nadie lo limpiara. Así quedó en evidencia el problema de la escasez de personal de enfermería y auxiliar; en el Bürgerhospital, los enfermeros y enfermeras debían cumplir muchas funciones además de las específicas de su profesión y componían unas virtuales Naciones Unidas de origen inmigrante, desde afganos y polacos, hasta colombianas y mexicanas, con una notoria minoría de alemanes.
Aunque coordinadas por el organismo que centraliza las acciones de emergencia, las ambulancias también pertenecen a organizaciones privadas como la Federación de Trabajadores Samaritanos (Arbeiter Samariter Bund), Malteser (Malteses – Orden de Malta), Johanniter Unfall Hilfe (Asistencia de Accidentes-Orden de San Juan), y algunas son operadas por los bomberos. Cuando se llama al número telefónico 112, la central asigna al vehículo más cercano y son los paramédicos quienes deciden dónde llevar al paciente. Si bien con menos insistencia que la clínica u hospital –en el caso narrado, al segundo día de internación se exigió un primer pago de 3.500 dólares– el servicio de traslado igualmente se cobra.
De regreso en el hogar, con la enferma en recuperación, esta nota se puede cerrar con algunas meditaciones y recomendaciones. La primera de éstas es que no se puede confiar en que los seguros de viaje responderán de inmediato, en las situaciones más complejas; el criterio de ellos es: “Primero pague y luego le reembolsamos”.
Sobre las posibilidades de atención y tratamiento, hay que tener en cuenta las diferencias entre los sistemas de salud, porque en aquellos que son principalmente públicos el cobro de los servicios no suele ser una prioridad. “Eso en Italia no les habría pasado”, comentó en Buenos Aires un vecino italiano de quien esto escribe. Relacionado con ello, conviene valorar más nuestros sistemas públicos de salud y comprometerse como ciudadanos con el mejoramiento y defensa de su financiación, porque no siempre los modelos del mundo desarrollado ofrecen el oro con que relucen cuando se los ve desde lejos.