Por un año de encuentros

Cuando esta noche hagamos sonar las copas al son de las campanadas estaremos celebrando algo más que el inicio de un nuevo calendario, de una renovación, el reinicio del ciclo, estaremos manifestando la esperanza porque lo que se venga sea mejor que lo que dejamos atrás. Porque esta fecha tiene eso de por un lado pasar raya de lo transitado y por otro ir viendo hacia adelante. Seamos conscientes o no de ello, buena parte de ese futuro venturoso que auguramos depende de nosotros, y no, no nos estamos poniendo místicos, apelando a eso de atraer las buenas energías —que nunca está de más, dicho sea—. Cuando estalle la medianoche habremos transcurrido ya la primera cuarta parte de este Siglo XXI que llegó lleno de promesas, tal vez las mismas que se renuevan cíclicamente. Ha sido en el mundo un año signado por la guerra y por mensajes agresivos, que alientan la conflictividad entre las naciones y entre las personas, en el que una vez más hemos comprobado que los discursos de odio siguen tan campantes entre nosotros, igual que los de los nacionalismos extremos y mal entendidos, que comparten espacio con intereses comerciales. Qué poco aprendemos los seres humanos que además de no poder superar viejos problemas, nos inventamos nuevos que nos enfrentan. Cuando celebremos la llegada del nuevo año seguramente no tengamos tiempo de hacerlo, ni posiblemente sean las mejores circunstancias, porque lo ideal es aprovechar el momento de estar en familia, tal vez compartiendo con amigos o, si toca, atendiendo las obligaciones, o reflexionado sobre las circunstancias que lo impiden, pero en esa retrospectiva seguramente hemos de encontrar decisiones que no fueron del todo acertadas, otras que salieron bien aunque inicialmente no parecían tan claras. Hay quienes aprovechan estas fechas para plantearse sus propósitos o metas a cumplir en el año nuevo, objetivos que suelen estar ligados al desarrollo personal, o a conquistas materiales, que no está mal, por supuesto, pero que en estos tiempos donde los mensajes tienden a reforzar el individualismo, no es mala cosa que haya además una mirada colectiva, un entender que hay decisiones que ayudan a la convivencia aunque tal vez no armónica, por lo menos con la tolerancia que requiere. Paysandú ha tenido mucho de eso a lo largo de su historia, de personalidades que tienen la lucidez de elevar la mirada y entender los caminos más convenientes. Claro, la misma historia no está exenta de otro tipo de miradas. Si salimos a hacer una encuesta sobre qué decisiones son las convenientes para que Paysandú sea un lugar mejor, posiblemente encontremos varios puntos de contacto pero también vamos a tener un montón de contradicciones, el desafío es lograr que aun con esas contradicciones seamos capaces de convivir y salir adelante. Es esto que se expresa en cosas tan básicas como el uso de los espacios públicos, que se divide entre quienes van a disfrutar y descansar, y quienes prefieren estar con la música elevada y disfrutando de la fiesta. Es difícil, pero debería haber lugar para todos, es cuestión de organizarse; como aquellos vecinos que aprovechan el domingo para hacer asado mientras que los del otro lado de la medianera ven frustrada su intención de lavar ropa. Ojalá los problemas de convivencia que tenemos en el mundo de hoy fuesen por el volumen de la música o porque se puedan compatibilizar los horarios de asado/lavado. Tristemente, hoy las tensiones por la disputa del poder global nos han hecho retroceder varias décadas, a tiempos en los que existía el temor de que en cualquier momento alguien apretase el botón rojo y surcaran el cielo los misiles nucleares que terminaran con la otra potencia, que a su vez tendría tiempo antes de recibir el impacto de responder con toda su artillería. En ese período histórico que conocemos como la Guerra Fría, el mundo quedó dividido en dos mitades, cuyo enfrentamiento lo salpicó todo hasta en los confines del mundo, ocasionando mucho dolor. Porque en algunos lugares ese conflicto no fue tan frío. Aunque con puntos de contacto, la situación no es la misma hoy. Existe una polarización apreciable en las discusiones de los intercambios a través de foros y redes sociales. El formato es muy distinto, ya no son dos vecinos que se encuentran en un café o en una ronda a discutir en torno a sus puntos de vista, hoy son agresivos ataques espontáneos entre personas que no se detienen a escuchar ni debatir argumentos, solamente se agreden. Entonces, hoy o mañana, cuando encontremos ese tiempo de reflexión entre lo que dejamos atrás y los desafíos que nos planteemos, no sería mala cosa detenerse un instante a pensar en qué medida hay cosas que podemos hacer para bajar los “decibeles” a la confrontación general, que parece ser hoy la norma. Pero no es el único desafío que tenemos, todos, como humanidad. Hemos entrado en una vorágine difícil de entender en la que parece que debemos estar constantemente activos, generando “contenido”, interactuando, moviendo una máquina que no comprendemos bien y que algo tiene que ver con ese clima de uniforme rispidez. No sería mala cosa, entonces, ponernos entre los objetivos tratar de darnos un poco de espacio respecto de esa exposición constante, salirse un poco de la “manija” y hallar ámbitos de intercambio “presenciales”, como se le dice ahora a cuando una persona se encuentra con otra a conversar. Por supuesto que, como es de orden, deseamos que sea un año próspero y que lo compartan en familia, pero también, con mundial y todo, que el 2026 sea bastante menos loco e iracundo que este que se está terminando de ir. ¡Salud!

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