El órgano, con todos sus colores

Felipe Domínguez, durante el concierto.

Un nuevo concierto se vivió en la Basílica Nuestra Señora del Rosario y San Benito de Palermo, en el marco del ciclo que organiza la Comisión del Órgano Histórico. Y como ha sido característico en estos ciclos desde sus inicios, la música estuvo a cargo de un ejecutante de gran calidad y trayectoria. En este caso, el concertista fue Felipe Domínguez, músico nacido en 1983 en Talcahuano, Chile, y radicado en Estados Unidos desde 2005. Organista, clavecinista y musicólogo, llegó a nuestro país invitado por Cristina García Banegas, para participar en el IV Festival de Musicología y Música Italo-Iberoamericana. “Toqué un concierto en Canelones el viernes por la noche, otro en Montevideo, el sábado, y hoy estoy en Paysandú”, dijo a EL TELEGRAFO.
Según explicó, al armar el repertorio que presentó ante el público sanducero, tuvo en cuenta los recursos y posibilidades del órgano Walcker de la Basílica. “Uno siempre está familiarizado con algo como lo que toqué al final, con todo el sonido clásico del órgano, que también tiene su hermosura. Pero hay muchos otros colores en el órgano”, dijo.
“Entonces, yo quería mostrar todos esos colores, de diferentes maneras, para que la gente pudiera escucharlos”.
Además de poseer una técnica perfecta y una sensibilidad exquisita como intérprete, Domínguez conoce en profundidad estos instrumentos, cuyas características varían según los modelos y las épocas. Antes de viajar a Paysandú, García Banegas le había hecho llegar una lista de los registros del instrumento. “La estudié. En la tarde llegué, y ahí conocí al órgano”.
El concierto se inició con tres obras de Johann Sebastian Bach, a quien se suele llamar “el padre del órgano”, recordó Domínguez. La primera fue Fuga en Do Mayor, interpretada con mucha energía. Luego sonó un coral a cuatro voces, interpretado con un único registro de flauta, y en tercer lugar, Preludio y Fuga en Si bemol Mayor. En esta última, el músico mostró un espectacular dominio de los pedales. “Requiere mucha práctica eso”, comentó más tarde. “Es una de las diferencias entre el piano y el órgano: el órgano tiene esa pedalera, que lo hace muy interesante”.
El concierto continuó con Batalha de sexto tom, obra portuguesa perteneciente a un género de música descriptiva. Presentada a veces como de autor anónimo, esta pieza se caracteriza por las notas repetidas y por sugestivos efectos onomatopéyicos. Domínguez la atribuye al compositor barroco Antonio Correa Braga (1600-1650). Sus investigaciones en el campo de la musicología, y las comparaciones con otras obras de este autor, le permiten afirmar que fue quien la compuso.
La siguiente obra fue Echo Fantasie, de Jan P. Sweelinck, en la cual el ejecutante va tocando notas en un registro del órgano y repitiéndolas en otro, a la manera de un eco. “Ese juego permite, como decía antes, mostrar otros colores del órgano. Por eso elegí esta obra, para poder mostrar eso”, explicó. Lo mismo se aplica para la siguiente obra –Toccata per l’Elevazione, de Girolamo Frescobaldi–, que le permitió mostrar el registro de viola celeste, de sonido ondulante, semejante a la voz humana. El resto del concierto incluyó obras de los alemanes Vincent Lübeck y Georg Böhm, y de los franceses François Couperin y Louis Couperin, en las cuales el músico desplegó toda la majestuosa sonoridad del órgano. Tras los aplausos y el saludo al público, regresó a los teclados para interpretar un bis. El tema elegido fue una canzona de Doménico Zipoli (1688 – 1726), el compositor europeo más famoso que viajó a América durante el período colonial, como compositor para las Misiones Jesuíticas. “Él vivió en Córdoba. Y –quien sabe–, tal vez alguna vez estuvo en Paysandú”, dijo.