¿Por qué tan pocas?

En la coyuntura pandémica actual, la ciencia es vista como una de las principales tablas salvadoras de la Humanidad y los científicos han pasado a ocupar un lugar central en nuestras sociedades. Sin embargo, se trata de un ámbito de actividad con grandes desafíos y problemas históricos.
En este sentido, resulta paradójico que si bien nuestros países confían su desarrollo social y económico al progreso científico y la innovación, las mujeres y las niñas –que son la mitad de la población mundial y, por consiguiente la mitad de su potencial– escasamente pueden desarrollar carreras científicas.
A las dificultades existentes se agrega la pandemia, que ha tenido un impacto negativo muy significativo en ellas en todo el mundo, afectando fundamentalmente a las que se encuentran en el inicio de sus carreras, contribuyendo a ensanchar la brecha de género existente en la ciencia, que ya de por sí es muy grande dado que menos del 30% de los investigadores científicos del mundo son mujeres.
La situación no es nueva: aunque históricamente han sido invisibilizadas en los libros oficiales, las mujeres han estado presentes en la construcción del conocimiento científico desde los orígenes de la ciencia. Sin embargo, una serie de barreras e injusticias, la supervivencia de estereotipos de género y de prácticas patriarcales continúan aún hoy relegándolas, adjudicándoles una participación notoriamente menor que sus pares profesionales hombres o alejándolas de profesiones que son requeridas en la actualidad y tienen proyección de futuro en el campo científico.
Solo por citar un ejemplo entre muchos, podemos decir que las mujeres no se benefician plenamente de las oportunidades de empleo abiertas a los expertos altamente formados y cualificados en campos de vanguardia como la inteligencia artificial, donde solo uno de cada cinco profesionales (22%) es una mujer, según un estudio de 2018 del Foro Económico Mundial sobre la Brecha Global de Género. La escasa representación de la contribución de las mujeres a la investigación y el desarrollo en este campo supone que probablemente se pasen por alto sus necesidades y perspectivas en el diseño de productos que repercuten en nuestra vida cotidiana.
Por otra parte, las mujeres fundadoras de start-ups siguen teniendo dificultades para acceder a financiación y, en las grandes empresas tecnológicas, siguen estando infrarrepresentadas tanto en los puestos de dirección como en los técnicos.
El techo de cristal también sigue siendo un obstáculo para las carreras de las mujeres en el mundo académico, a pesar de algunos avances. En la próxima edición del Informe de la Unesco sobre la Ciencia se incluyen cifras sobre la participación femenina, mostrando que sólo el 33% de los investigadores son mujeres, a pesar de que las mujeres representan el 45% y el 55% de los estudiantes de grado y de maestrías, respectivamente, y el 44% de los matriculados en programas de doctorado.
A su vez, la brecha de género se amplía a medida que las mujeres avanzan en su carrera académica, con una menor participación en cada peldaño sucesivo del escalafón, desde la estudiante de doctorado hasta la profesora asistente, pasando por la directora de investigación o la profesora titular. En general, las investigadoras suelen tener carreras más cortas y peor pagas. Su trabajo está poco representado en las revistas de alto nivel y a menudo no se las tiene en cuenta para los ascensos.
Según datos sobre la proporción mundial de mujeres investigadoras basados en la información recopilada en 107 países en el período 2015-2018 por el Instituto de Estadística de la Unesco, las mujeres suelen recibir becas de investigación más modestas que sus colegas masculinos y, aunque representan el 33,3% de todos los investigadores, sólo el 12% de los miembros de las academias científicas nacionales son mujeres.
El sesgo de género también se constata en los procesos de revisión por pares y en los congresos científicos, en los que se invita a hombres a hablar en paneles científicos dos veces más que a mujeres.
El panorama uruguayo no es muy diferente ni más alentador. Las mujeres están presentes en el conglomerado de investigadores uruguayos pero son sólo el 24% de las personas empleadas en áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, mientras que en la educación, apenas el 31% de los investigadores en las áreas de ingeniería y tecnología son mujeres, según datos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación.
Además, en forma similar a lo que ocurre en otros países del mundo, ese porcentaje disminuye a aproximadamente un 10% cuando se observan los niveles más avanzados de la carrera científica.
“Tenemos que redoblar nuestros esfuerzos para superar estas diferencias entre los géneros en la ciencia y luchar contra las normas y los estereotipos que crean y hacen perdurar la idea de que las trayectorias profesionales son limitadas para las niñas en esas disciplinas. Esta tarea reviste aún más urgencia si se tiene en cuenta la escasa representación de las mujeres en esferas fundamentales para el futuro del trabajo, como las energías renovables y los ámbitos digitales (…) Para que las políticas y los programas en materia de igualdad de género sean realmente transformadores, deben eliminar los estereotipos de género mediante la educación, cambiar las normas sociales, promover modelos positivos de mujeres científicas y sensibilizar a las más altas instancias de adopción de decisiones”, señalaron Audrey Azoulay, directora General de la Unesco, y Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva de ONU-Mujeres, en su mensaje conjunto con motivo del Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia que se conmemora hoy como un recordatorio de que las mujeres y las niñas desempeñan un papel fundamental en las comunidades de ciencia y tecnología y que su participación debe fortalecerse.
Por lo tanto, deberíamos preguntarnos qué consecuencias tiene para la generación de conocimiento científico la supervivencia de prácticas y sesgos androcéntricos en el corazón mismo de la investigación. En este sentido las epistemologías feministas –ya sea las ubicadas hacia el feminismo de la igualdad o de la diferencia– coinciden que la exclusión de la mujer tiene consecuencias sobre el conocimiento y lo que se hace con él. Como plantea la filósofa argentina Diana Maffía, la invisibilización o expulsión de la mujer en el ámbito de la ciencia da origen a una doble pérdida: por un lado impide o dificulta la participación de las mujeres en las comunidades epistémicas que construyen y legitiman el conocimiento y, por otro, prescinde de las cualidades consideradas femeninas de esa construcción. Y ese es un problema porque no se trata solamente de un asunto de igualdad de derechos, sino también de hacer que la ciencia sea más abierta, eficiente y diversa.