Mirar hacia adelante, por los más vulnerables

Las tensiones intrafamiliares, el manejo inadecuado del estrés y la prolongación en el tiempo de las informaciones de la pandemia a nivel global y nacional, reafirman la existencia de una historia de fragilidad en algunos hogares. Estas situaciones que repercuten en los más vulnerables, es decir niños, adolescentes, personas mayores y con discapacidad, traen nuevos desafíos para visibilizar el otro lado de una contingencia sanitaria cuya fecha de finalización es incierta.
El deterioro en la vejez, la carga del trabajo doméstico y las dificultades económicas, han profundizado los hechos de violencia e impedido el desarrollo de ambientes armónicos. Porque lejos de prevalecer la idea de que los contextos de aislamiento pueden ser aprovechados para profundizar lazos de contención, ha quedado demostrado el lado débil de las relaciones interpersonales. Incluso, es la evidencia que, en algunos casos, las ausencias eran una forma de “salida” de esos entornos.

Las desigualdades y los desequilibrios en aprendizajes, desarrollo humano y acceso a una alimentación nutritiva, impactó en los más débiles. El año pasado, el último reporte sobre la seguridad alimentaria y nutrición en América Latina y el Caribe, elaborado por la FAO, señalaba que el 6,4 por ciento de la población uruguaya padece inseguridad alimentaria grave y el 23,3 por ciento inseguridad alimentaria moderada. En comparación, el continente sudamericano se encuentra en 7,7 y 29,4 respectivamente.

El Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) analizó en su último informe, las consecuencias no relacionadas con la COVID-19 en pediatría y detalló las derivaciones del contexto de encierro. Una de ellas refiere al descenso de las vacunaciones que corresponden al plan de inmunizaciones específico para la infancia, como resultado de la disminución de la movilidad durante el año anterior. La preocupación de los expertos quedó clara, en tanto destacaron que esa variación “constituye una amenaza, en especial en la salud de los lactantes”. Uruguay, comparado con el contexto regional, estaba bien posicionado hasta 2019 con dicha población inoculada por encima del 90 por ciento. Sin embargo, los especialistas aclararon que “no se han comunicado las coberturas para 2020”, pero alertan por el resurgimiento de infecciones invasivas como tos convulsa o la “reintroducción del sarampión, dada la situación en la región”.

Las otras referencias apuntan al incremento del “sobrepeso y la obesidad, que afectan a cuatro de cada diez escolares”, o a la “interrupción de controles pediátricos, de subespecialidades y de procedimientos quirúrgicos no urgentes” que afectaron a los niños.

No quedó de lado “la excesiva exposición a las pantallas”, asociados a “trastorno atencional, trastorno del sueño, trastorno oftalmológico, menor desarrollo de la comunicación verbal-social en primera infancia y con depresión y aislamiento social en adolescentes”.

El documento es una constatación de otras realidades que se sumaron a las ya existentes: “Según encuestas, ocho de cada diez niños presentan alteraciones en su salud mental” con un predominio de la irritabilidad, ansiedad y violencia familiar. Son conductas observadas desde los preescolares hasta adolescentes.
Los cambios desfavorables fueron señalados en las consultas, donde los médicos registraron traumatismos, accidentes domésticos e incremento de situaciones de abuso.

Los expertos concluyeron que la intervención temprana, “es clave” para prevenir alteraciones del neurodesarrollo, en tanto durante los primeros años de vida, el espacio de la presencialidad “es insustituible”.

Es que, a pesar de la diversidad de opiniones que discuten la oportunidad del retorno a la presencialidad del sistema educativo ante un repunte de los casos positivos, este complejo panorama no puede mirarse de soslayo.

El GACH lo definió de una forma directa: “Someter a los niños vulnerables exclusivamente al contacto familiar durante un período prolongado establece las condiciones perfectas para una falla de protección”.

Nadie estaba preparado para un contexto de aislamiento. Aunque en Uruguay no hubo restricciones obligatorias –denominada Fase 1 en Argentina– está claro que uno de los problemas sanitarios prevalentes en el país, es el maltrato infantil. Por otra parte son pocos los que pueden sacar conclusiones sobre el futuro desarrollo neuronal o manejo de emociones de estas generaciones, que viven actualmente en entornos con estados de ánimo negativos.

Porque la inseguridad laboral, el desempleo, la ansiedad por no poder sortear las dificultades que se presentan a diario, indirectamente conspiran con un normal crecimiento de los más pequeños. Allí, donde aumentan los gritos o el maltrato, no hay crecimiento armónico posible.
Niños y adolescentes tampoco fueron considerados como un grupo de riesgo frente al coronavirus, por sus edades y condiciones biológicas. Sin embargo, padecen los efectos “secundarios” de las estrategias que llevaron adelante los países para detener los contagios. Así como también de los adultos que toman decisiones dentro de los hogares.
El miedo ante lo desconocido resultó tan “contagioso” como el virus y las limitaciones en los contactos le impiden a los más chicos adquirir seguridad en sus emociones. Son conductas que ya llevan más de 14 meses naturalizadas e incorporadas en núcleos familiares y en la calle, donde se ven los rostros tapados por barbijos. Son pequeñas mentes que se desarrollan en una constante vinculación con la muerte y una asociación de ese final a sus seres queridos, como los abuelos.
Se torna urgente el cambio del gesto adusto y la dureza de los conceptos, en una sonrisa y el apoyo que necesitan los más vulnerables de las familias, por más disfunciones que padezcan. Mirar hacia adelante será un nuevo ejemplo de resiliencia –entre otros tantos– que tenemos como humanidad.