El Nobel al periodismo

María Ressa y Dimitri Muratov compartirán el premio Nobel de la Paz. La filipina y el ruso fueron galardonados por sus esfuerzos para “salvaguardar la libertad de expresión”, según el comité noruego que evaluó a los dos periodistas.
Una vez difundidos sus nombres, la mujer dedicó el premio a “todos los periodistas del mundo” y animó a continuar la lucha por la libertad de expresión. Porque además de obtener el reconocimiento a sus trayectorias por enfrentarse a totalitarismos tan diversos, es también un llamado de atención a los gobiernos de sus países.
Muratov lidera una de las pocas voces que enfrentan al régimen de Vladimir Putin en Rusia, donde sus reporteros denuncian escándalos políticos, sonados casos de corrupción, violaciones reiteradas a los derechos humanos, torturas, persecuciones, los crímenes en el Cáucaso o las represiones diarias.

En la era posterior a la Unión Soviética y en épocas de mayores aperturas, las autoridades rusas llevan adelante una campaña sin precedentes con redadas a periodistas, amenazas, denuncias judiciales y, en el peor de los casos, la muerte.
Es lo que ha ocurrido en Nóvaya Gazeta, el diario que dirige Muratov, donde asesinaron a varios periodistas desde su fundación en el año 1993. Porque su país ocupa el puesto 150 en el ránking de libertad de prensa correspondiente a este año, con el homicidio de 28 periodistas en los últimos 20 años.
Este Nobel llega en el momento justo, no solo para el reconocimiento de su trabajo, sino para enfrentar al Kremlin, lugar de poca accesibilidad para el equipo que dirige.
La filipina realiza una tarea similar en su país con Rappler, que fundó en forma independiente. Y, tal como lo resume: “Que hayamos recibido este galardón un periodista ruso y yo dice mucho del estado de Filipinas, del estado del mundo”. Aunque es clara su referencia a Rodrigo Duterte, quien firmó una decena de órdenes de detención contra Ressa en los últimos dos años, no deja atrás lo que en realidad ocurre con el periodismo en la actualidad.

A pesar de los cambios generacionales, las transformaciones tecnológicas, la llegada de los medios de información y, fundamentalmente, el avance del pensamiento, aún es necesario hablar de ciertas cosas. Si el periodismo es tan importante ahora, cabe cuestionarse las razones por las cuales se ha vuelto tan difícil su ejercicio. Como en Filipinas, donde Duterte lleva adelante una brutal guerra contra las drogas y sus consumidores, con miles de muertos anuales. Una cifra tan incierta, como los resultados de su feroz campaña.
Tanto ella como el periodista ruso, esperan que este Nobel actúe como una coraza y sea el respaldo para el trabajo periodístico en el mundo entero. Y porque es bastante infrecuente que los periodistas reciban un galardón como el que entrega el comité sueco.

Sin embargo, se ha vuelto cada vez más común la necesidad de matar al mensajero, presionarlo, someterlo a escarnio público –si es posible a través de las redes sociales– en un mundo plagado de posverdades, con el único objetivo de demoler a quienes piensan diferentes. Porque la multiplicidad de criterios es la base de la democracia, tan apreciada en el mundo entero. Una realidad que en Uruguay cada día damos por sentada, como si hubiese existido desde siempre.
O como lo expresa el comité: “El periodismo libre, independiente y basado en hechos sirve para proteger contra el abuso de poder, la mentira y la propaganda de guerra”. Por eso, más que un Nobel a dos personas es el premio a una profesión.

El mundo convulsiona por los conflictos bélicos, pero también lo hace con los desencuentros provocados por las falsas noticias, la judicialización de los hechos que, en ocasiones se vuelven necesarios por las difamaciones y la constante ubicación política que hacen de sus líneas editoriales.
Porque es en las redes sociales donde no existen barreras ni límites para las acusaciones a otros medios de comunicación. Es una tarea que cada día se vuelve más difícil de controlar porque quienes ejercen el constante ninguneo a la libertad de expresión, están cómodamente sentados frente a una computadora o celular, asegurando que su verdad es única.

Hoy debería ser una redundancia que la libertad de pensamiento habilita al ejercicio de la libertad de expresión. Sin embargo, hay que aclararlo una y otra vez.
América Latina no está libre de estos peligros. Desde el norte hasta el extremo más austral, las luchas por preservar las libertades son diarias.
Incluso en Uruguay, donde las circunstancias son muy distintas a los países de referencia de los galardonados. No obstante, hay que tener la memoria amplia para recordar algunos sucesos ocurridos unos años atrás. Cuando en este país avanzaban las investigaciones contra el exvicepresidente Raúl Sendic, la polémica sobre su licenciatura e investigaciones en torno al ente que presidió, su fuerza política arremetió contra el mensajero.

El plenario emitía una declaración donde acusaba a la oposición de entonces y a distintos medios de comunicación de “debilitar la institucionalidad democrática del país”. Con los años, reconocieron que fue “un error”. No medir las palabras –habladas o escritas– siempre resultará provocador e instalará las bases de todos los hábitos que después se volverán una costumbre.
Porque aún quedamos en medio de una contradicción al preguntarnos las razones de la existencia de tantos medios de expresión como nunca antes y la necesidad de respetar la libertad de expresión. O de defender la información de la información falsa.

Porque sus promotores se encuentran en diversos ámbitos y ya no se habla de un medio o varios medios, sino de un sistema que ofrece alternativas a sus ciudadanos para escrutar y elegir. Es un ejercicio peligroso la subestimación de la inteligencia de otro y acusar siempre a los medios por su llegada.
Este premio Nobel nos recuerda que el medio es el camino y no el fin.