El Chasque, una novela de la sanducera Annabella Mendieta

Portada de El Chasque.

A fines de marzo, la editorial montevideana Doble Clic publicó El Chasque. Una historia sobre el poder de la tierra, el instinto y la justicia, de Annabella Mendieta Muller. Escrita en 1995, es la primera novela publicada por esta autora sanducera, radicada en Montevideo.
Según el texto de presentación incluido en el libro, en El Chasque, Annabella “nos invita a adentrarnos en la historia de una mujer y en un relato sobre la pertenencia. Al mismo tiempo, nos envuelve en un casi sonoro cuadro del campo uruguayo. Con locuacidad, los personajes que transitan el texto –entre Montevideo, Paysandú y los alrededores de Guichón– plantan sus banderas, desatan sus pasiones y entretejen sus búsquedas, hacia afuera y hacia adentro. Y con cuidado detalle, la autora despliega su trama, de la que emergen sutiles homenajes a Delmira Agustini, a Julio Herrera y Reissig y a Fernán Silva Valdés. Así, como lo señala el profesor Miguel Á. Pías en el prólogo, El Chasque ‘insinúa ese andar por los vericuetos de la mente, por los recuerdos y las dudas, por la vida, que aun bíblicamente tiene actitud de camino’”. La protagonista de El Chasque es Gabriela Tabárez, una mujer que en 1995, luego de 20 años, siente la necesidad de regresar al país. “No comprende por completo la razón de su urgencia, solo ese impulso incontenible que ella atribuye a su instinto y luego a las calladas voces del campo. El campo se convertirá en una trampa de la que ya no podrá escapar”, dice la escritora.

La autora

“Tengo el agrado de anunciar, por este medio, la edición de mi primer libro. El profesor Miguel Ángel Pías le concedió el alto honor de escribir el prólogo”, dice la tarjeta de presentación distribuida por la autora en librerías sanduceras, donde la obra se encuentra disponible.
Nacida en Paysandú en enero de 1954, Annabella Mendieta es maestra, especialista en educación inicial, y abogada. Hija de padres trabajadores, es “la del medio de tres hermanos. Crecí en esta ciudad divina, entre el Club Remeros, los campamentos familiares sobre el Queguay y el estudio de varias cosas”, detalla. Aficionada desde niña a volar en las alas de la imaginación, y a la escritura, recuerda varias anécdotas y vivencias. “Siendo adolescente me llevé un susto fenomenal: creí que mi deber domiciliario había sido espantoso, cuando Sue, la profesora inglesa, becaria del Anglo, y el profesor Miguel Pías, en sexto de liceo, empezaron a leer mi cuento a toda la clase, así, sin anestesia. Por suerte mantuvieron el anonimato. En esa época yo era bastante invisible”.
Participó en varios concursos, pero solo fue premiada en uno, organizado en Paysandú en 1982, Año de la Ancianidad. “En las editoriales reboté como bola sin manija, salvo en dos”, recuerda. Pero también valora que hubo quienes la alentaron; por ejemplo, Rosa Aguinaga, que se hallaba al frente de una librería y mostró interés en editar “El Chasque”.

En otro caso fue la editorial Doble Clic, que se interesó en otra de sus novelas. Tras jubilarse, decidió “que era el momento de ser el jefe y no el esclavo alienado. Recurrí otra vez a Doble Clic, 25 años después. Les mostré El Chasque, y resultó que me recibieron con los brazos abiertos. Leticia Ogues, mi editora, tuvo mucha paciencia. Yo también a ella, no crean”. Destaca también el trabajo de la diseñadora, Jimena, “que trabajó precioso con las ilustraciones”, creadas por la propia Annabella.

La belleza en la escritura

Comenzó a escribir El Chasque en 1995, mientras esperaba “una invitación de trabajo que no llegaba” y recordaba “los desecamientos reales” en Andrés Pérez, en lo que hoy es un área protegida, en la zona del río Queguay. “Fue por ansiedad y resultó terapéutico. La escribí con birome, en hojas oficio de papel de diario. La mano no paraba en mis horas en casa y cuando mediando el año escribí la última palabra, salieron lágrimas y ‘pucheros’. Releí ese montón de hojas varias veces y pasó lo mismo. Era el segundo relato largo que me había surgido en pocos meses”, recuerda.
En el cierre de la nota, comparte una reflexión que afirma le llevó años comprender: “Saber si uno tiene el talento lleva el tiempo que debe llevar. No es lo más importante. Lo más valioso es tener la pasión y amar y respetar tu obra. Volcala al papel, o a la computadora, o al grabador. Es terapéutico, pero el efecto más celestial es la sensación de que en la búsqueda de la belleza en la escritura, la palabra es la alfombra mágica que te eleva. Te encontrás con lo desconocido que hay en vos. Otros lo encuentran hablando, dibujando, pintando… Recuerdo la frase, no el filósofo, que te deja pensativo: “¿acaso no sabéis que sois dioses?”. Tal vez resuelve muchos misterios”.