Los mensajes son protagonistas

Los liderazgos políticos –al menos en América Latina– no abundan. La región es un ejemplo de los acuerdos que deben alcanzarse para convencer al electorado de que un partido ha evolucionado en sus ideologías y en la forma de llegada a las masas. Eso ocurre en el actual escenario electoral de Brasil o en el proceso que eligió a Gustavo Petro en Colombia, o antes con las alianzas que debió tejer Andrés Manuel López Obrador (AMLO) para llegar a la presidencia de México.

El progresismo no ha llegado solo y en algunos casos no cuenta con las mayorías necesarias para llevar adelante las reformas que prometió. Colombia no tiene un liderazgo de oposición definido pero el Congreso está dividido y el diálogo de Petro deberá ser más abierto que nunca porque el primer presidente de izquierda en la historia colombiana enfrentará a un legislativo dominado por los partidos tradicionales.

De hecho, anunció que su ministro de Hacienda será José Antonio Ocampo, un académico de vasta trayectoria internacional, ministro durante los gobiernos de César Gaviria, de Ernesto Samper y codirector del Banco República de Colombia durante la presidencia de Juan Manuel Santos. Será el encargado de llevar adelante una nueva reforma tributaria y –como ya es costumbre cuando un país gira a la izquierda en América Latina– las expectativas estaban centradas en torno a quién tomaría las riendas de la economía. Todas las voces claramente acalladas ante un magistral guiño del presidente electo hacia los mercados financieros.

AMLO lideró una alianza con dos partidos de izquierda y una formación como el Partido Encuentro Social (PES) vinculado a la colectividad evangélica, que no era bien vista en su país, ante la posibilidad de instalar una agenda conservadora. Hoy enfrenta un fracaso compartido con la frontera estadounidense por las muertes de decenas de migrantes y la deshumanización de una comunidad que retoma el desplazamiento y el tráfico de personas. AMLO había prometido durante su campaña electoral en 2018 que, al final de su mandato –en 2024– iba a disminuir la migración de mexicanos. Tres años después, en 2021, México era la mayor fuente de migración ilegal a Estados Unidos y la Patrulla Fronteriza lleva arrestados más de 600.000 ciudadanos. La tragedia en Texas, con la muerte de más de medio centenar de personas, es el resultado de las políticas descompuestas, el aumento alarmante de los homicidios y la falta de empleo. Lula Da Silva venía de batir todos los récord, cuando ganó las elecciones de 2006 en Brasil con más de 58 millones de votos. Cuando se fue, tenía 87 por ciento de popularidad y doce años después estaba preso en su país bajo la presidencia de la extrema derecha que había llegado con 57,7 millones de voluntades.

Hoy el escenario planteado para el PT es Lula o nadie. Y si bien es una fortaleza, también es una debilidad porque no han dado lugar a la formación de nuevos líderes. Algo que también le ocurre al progresismo uruguayo.
Sin embargo, en Brasil surgió algo impensado. En 2006, el candidato socialdemócrata Geraldo Alckmin desnudaba casos de corrupción y malversación de fondos en los intensos debates televisivos que mantenía con el líder del PT. En mayo de este año, fue elegido por Lula para conformar su fórmula presidencial.

Es decir, los férreos opositores se unieron ante el surgimiento de Bolsonaro, que supo desde el primer momento capitalizar el descontento de los brasileños con la promesa de instalar nuevas formas de hacer política. Con el paso de los años, Alckmin encontró diferencias en su interna partidaria y, ya sin chances de gobernar el estado más grande de Brasil –San Pablo– abandonó el PSDB y se afilió al Partido Socialista Brasileño, cercano al PT.
A partir de allí, todo lo demás es la crónica diaria que no tiene mayores explicaciones, sino las chances de acceder a la presidencia del vecino país.

Gabriel Boric representa al cambio generacional y cultural en la política chilena. Ingresó al Palacio de la Moneda de la mano de Apruebo Dignidad –una alianza entre el Partido Comunista más partidos del Frente Amplio– y Convergencia Social –Partido Socialista, Partido Radical y Partido por la Democracia– que tienen minoría en ambas cámaras. Con ese escenario, el presidente más joven de América Latina no consigue las mayorías necesarias para concretar una de las promesas electorales más fuertes, como la reforma tributaria y tendrá múltiples desafíos ante la elevada expectativa del electorado sobre su figura.

En Argentina, la estrategia para que el kirchnerismo volviera a la Casa Rosada estuvo en las manos de la actual vicepresidenta, Cristina Fernández, quien eligió a su compañero de fórmula. Con trece casos por corrupción abiertos, de los cuales cinco pasaron por la etapa de juicio, parecía bastante más posible que armara sus valijas rumbo a El Calafate. Nadie calculó que la alianza peronista Frente de Todos –conformada por antiguos rivales– derrotara en primera vuelta a Mauricio Macri.

Desde su inmunidad de senadora enfrentó una campaña electoral con una estrategia pocas veces vista en un partido donde la oposición más feroz ha sido históricamente interna. Argentina enfrenta hoy una encrucijada política, un momento sensible con los peores registros de inflación y grandes complicaciones de endeudamiento con el FMI.
Por su lado, Uruguay comienza a prender motores hacia 2024, aunque el discurso sea otro. La izquierda mide su liderazgo y las encuestas no dicen nada nuevo. El intendente de Canelones, Yamandú Orsi, cuenta con el 24 por ciento de la intención de voto dentro de la interna frenteamplista. La intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, recoge el 22 por ciento de las voluntades.
Pero aparece un tercer candidato que muestra su fuerza en medio de ambos: “No sabe” se lleva el 24 por ciento de los votantes. Esa realidad demuestra el paso del tiempo y la falta de espacio para nuevos crecimientos.

El oficialismo, por ahora, actúa con cautela. Con la excepción de algunos referentes que tienen la urgencia de comenzar a explicar los logros del gobierno de Luis Lacalle Pou.
Hasta el momento, se escuchan más fuertes las voces de las organizaciones sociales y sindicales que han logrado –con una comunicación más llana– instalar a diario otro tipo de discurso. Es necesario un equilibrio en los mensajes para evitar llegar tarde a un electorado que no está distraído y que puede resultar sensible a todo lo que escuche.