Hablan nuestros mayores: Luis Alberto Venetucci, una vida marcada por el trabajo y una cariñosa familia

Luis Alberto Venetucci Olivera (80) es un sanducero que, como tantos de su generación, comenzó a trabajar desde muy temprana edad y hoy afortunadamente disfruta de la hermosa familia que formó junto a su esposa Olinda Haydee Cruz, con quien comparte su vida desde hace más de cincuenta años. Recibió a Pasividades en la tranquilidad de su hogar para contarnos sobre su vida, donde “hubieron buenas y malas”, pero en la que siempre “tuve la suerte de tener excelentes personas como compañeros”, por lo que por sobre todo se muestra muy agradecido y se siente un hombre afortunado por el amor de su familia.

Hijo de Carlos, italiano, y María Luisa, brasilera, nació el 27 de julio de 1942 aunque, como era común en esa época, “fui anotado el 5 de agosto”, por lo que bromea que celebra doblemente su cumpleaños y su esposa “me tiene que hacer pastel”. Cuando “mi madre empezó a trabajar con Rosita Montero, la maestra directora de la Escuela 42, cuando se hizo este centro escolar, ya estaba embarazada de mí y ahí trabajó durante 40 años”, relató. Se crió en su hogar frente a esta escuela, el barrio San Antonio, y “seguimos en el barrio hasta el año 70. Obviamente fui a esa escuela hasta 5º año, que era lo que había en esa época y después fui dos años a la Escuela Industrial, hoy UTU”, comentó.

Con tan solo 12 años y su gusto por la mecánica de autos, muy decidido “fui al taller de Pablo Xaubet, en Sarandí y Nº 1 (Joaquín Suárez), y le pedí trabajo”, contó. Pero como se trataba tan solo de un niño, el dueño del lugar le dice que si quiere trabajar, debe asistir junto a su madre o padre para tener su consentimiento. “Me acompañó mi madre y ahí estuve trabajando hasta el 70”, recordó.

LLEGA EL AMOR Y LA FAMILIA

Por aquellos años conoció a una jovencita, amiga de sus primas, que tras la clásica etapa de noviazgo, se convertiría en su esposa. “Nos casamos el 5 de febrero de 1970, hace ya 53 años”, dice orgulloso, sin disimular el amor que siente por su compañera de ruta y la familia que han construido juntos. Al poco tiempo de casados, llegó su primera hija Andrea, luego Adriana, Analía y Emiliano, quienes ya de adultos le regalarían tres nietos: Paula, Luciano y la más pequeña María Paz, la que los sorprende en cada visita porque con su corta edad, “como todos los niños de ahora es impresionante cómo manejan un celular, que ni yo sé manejar”, dice nuestro entrevistado, a lo que su esposa agrega: “son una luz”.

“Cuando nosotros recién nos habíamos casado y teníamos a Andrea chiquita, entré a trabajar el 13 de junio del 72 a las canteras de Ancap y estuve hasta el 96”, cuando se jubiló, porque tenía que escoger entre retirarse o ingresar a trabajar en otra dependencia estatal, lo que en ese momento no era una buena opción económica, reconoció. “Cuando ingresé a Ancap, me mandaron a Montevideo a aprender en el tema de explosivos y a practicar, fui a Minas. En la cantera era capataz de turno, luego ya sobre el final pasé a jefe de cantera pero después me jubilé”.
En aquellos tiempos “vivíamos en N.º 4 (Solano García) y Pastor (Lucas Píriz); con mis padres hicimos una casa por el Banco Hipotecario, pero después la vendimos porque la zona era horrible para salir, no había parada de ómnibus cerca y las calles eran de tosca y tierra”, recordó.
Pero descansó muy poco, pues ese mismo año que se retiró de Ancap, “me vienen a buscar de una empresa vial, que en ese momento era pequeña y hoy es de las más grandes del Uruguay, y me fui a trabajar con ellos”, señaló.

“HAY QUE TRABAJAR SÍ, PERO NO PASARSE”

De algún modo este se transformó en un año bisagra en su vida, pues con 54 años “nunca había salido de mi casa y por primera vez lo hice. La primera vez que me fui, viví en una casa en ruta 11 y ruta 8, se llamaba ‘Las Palmeras’ el lugar, cuando fui al baño esa primera noche, y todo se inundó porque estaba tapado, ya me quería venir; extrañé una cosa bárbara. Yo recién empezaba, trabajaba todo el día y a veces hasta las 8 de la noche. Yo trabajaba en la cantera suministrando piedra, primero en Pando como 8 años, después también en Andresito y en Maldonado. Yo dirigía, me compraron una camioneta y estaba contento, pero prácticamente no dormía. Estaba en Maldonado y cuando terminaba de trabajar me venía para Andresito, viajaba de noche y al otro día salía a trabajar nuevamente. Era mucha responsabilidad, muy desgastante, pero siempre reconozco que pese a todo tuve la suerte de tener excelentes personas como compañeros. Anduve 14 años con el mismo equipo de personas, que eran 14, y hasta ahora nos hablamos por teléfono”, aseguró.

Sin embargo ese ritmo de vida acelerado y con demasiadas exigencias terminó por afectar su salud. “Estuve hasta el 2010 porque me dio un infarto; se me apareció la diabetes, como resultado de la mala alimentación y cansancio. El estrés es horrible”, comentó, sobre lo que además reflexionó: “yo a todos les digo que hay que trabajar sí, pero no pasarse. Me tomaron full time cuando me contrataron, y luego no te das cuenta, pero yo ya no dormía; me estaban explotando”.

Haciendo una retrospectiva, “yo siempre digo que vinieron cosas buenas y cosas malas y Dios me ayudó, la gente me ayudó. Yo estoy conforme sí”, reafirmó, lamentando entre “una de las cosas que nos fue mal fue la venta de la casa”, amplia y en una zona céntrica, para adquirir otra que finalmente requirió muchos arreglos y gastar dinero que planeaban ahorrar. Se trató de “un mal negocio, pero es la vida misma”, consideró, para reconocer luego lo afortunado que es con su familia: “yo estoy encantado con mis hijos, cualquiera de ellos, realmente es una hermosa familia”.

Luego de décadas de trabajar, y desde muy pequeño, algunas dolencias lo aquejan, pues obviamente “el trabajo pesado toda la vida te pasa factura”, reconoció. Sin embargo, no ha perdido ese espíritu animado, y a la vez gentil y cordial, conque se levanta todas las mañanas y mantiene una rutina de “salir a caminar, ocuparme de la quinta un poquito, y ahí andamos haciendo rezongar a una de sus hijas, la que todos los días pasa de mañana, toma 7 u 8 mates, trae el pan, y le pregunta a la madre qué precisa. Todos son iguales”, admitió al referirse al amor que le demuestran sus hijos y también sus nietos.

“Tengo que estar feliz”, aunque “siempre me estoy quejando de las cosas que veo y no pueden ser”, pero “tuve la suerte de tener muchísima gente que me ayudó, porque he pasado momentos lindos y momentos malos”, concluyó al finalizar lo que fue una muy amena charla.