El miedo fue menos que el espanto

Los resultados del balotaje del domingo reafirman que Argentina tiene bien ganado el calificativo de tierra de sorpresas, y en este caso, en el plano electoral, ambos presidenciables han sido en sí la encarnación de la sorpresa, aunque por motivos distintos. Quien ganó, Javier Milei, lo hizo por más de once puntos porcentuales, cuando hace menos de dos años el presidente electo no existía desde el punto de vista electoral ni de estructura partidaria –tampoco la tiene ahora– y vociferaba contra la casta política; en tanto si se hubiera impuesto Sergio Massa, se habría otorgado respaldo popular al ministro de Economía de un gobierno que ha sumido en una gravísima crisis económica y social al país, en otro resultado poco menos que incomprensible.
Pero ante los resultados electorales del domingo, cabe el razonamiento de que la ciudadanía dijo NO a más de lo mismo, y prefirió el riesgo de lo desconocido antes que lo muy malo conocido. El miedo a lo que pudiera hacer Milei fue menos traumático que el espanto de seguir con un gobierno del mismo signo que el actual. Evidentemente el gran perdedor ha sido el kirchnerismo, entronizado en el poder desde hace unos veinte años, y al que la ciudadanía le ha dado la espalda por el desastre que es actualmente la Argentina, y le pasó factura –con razón– por los serios problemas cotidiano. Pero también por una economía que no tiene rumbo o mejor dicho, que el rumbo que tiene en piloto automático es hacia el precipicio, por lo que claramente la esperanza de la ciudadanía está en que el nuevo gobierno encuentre el modo de evitar el cataclismo.
La fiesta preelectoral del candidato kirchnerista Sergio Massa, en que se gastó lo que se estima en menos de dos puntos del PBI en dinero dirigido a cambiar el humor social de los argentinos, sumando a la impresión de billetes al por mayor, se pareció más a una caricatura de Halloween, en realidad, porque las consecuencias sobre el margen de maniobra del responsable de asumir la conducción del país desde el 10 de diciembre, es verdaderamente terrorífico, cuando ya era muy alto antes de las maniobras del “plan platita” y otras maniobras de neto cuño electoralista populista.
Pero entre el miedo y el espanto, la mayoría de los argentinos optó por el miedo “condicionado”, confiando tal vez en la incidencia de acuerdos previos con Mauricio Macri y Patricia Bullrich, teniendo en cuenta la débil estructura parlamentaria del presidente electo, quien tiene una representación parlamentaria muy menor. Por lo tanto el aporte del PRO de Macri sería fundamental para neutralizar más de una “propuesta” delirante y dar lugar a programas más rezonables para el cambio que necesita la Argentina, de ser posible.
Es decir, que si bien tanto Macri como Bullrich interpretaron cabalmente el humor de sus votantes ante la disyuntiva de votar por un cambio o respaldar el kirchnerismo, y evidentemente acertaron en el hecho de que los argentinos están cansados del drama económico pero también de la corrupción, del populismo de un candidato que se presentó como alternativa a un gobierno del que fue figura fundamental y del que es nada menos que el ministro de Economía.
Es que el balotaje es una elección de segunda instancia que sabiamente da una nueva oportunidad al electorado cuando ninguno de los candidatos obtiene el 50 por ciento más uno de los votos, aunque en el caso de Argentina es del 40 por ciento y más de diez puntos por encima del candidato más cercano en cantidad de votos.
Ergo, con el 36,5 por ciento de votos alcanzados por Massa en la primera vuelta, y los que obtuvieron los competidores, surge que el ministro de Economía estuvo solo a 3,5 puntos de ser electo presidente en la primera vuelta, lo que a la vista está no reflejaba la voluntad del electorado argentino, que le dio un rotundo rechazo en la segunda vuelta.
El humor social negativo hacia el oficialismo pudo más que las contorsiones de político profesional de Massa, con grandes habilidades para la puesta en escena, que en los debates con su adversario puso de manifiesto sus dotes en la parte oratoria, manejo habilidoso de las audiencias, de las pausas y los tonos, la retorsión y esquive de los temas para poner las cosas a su favor. Hasta llegó un momento en que parecía podía engañar a la mayoría de los votantes al tratar de desligarse de su responsabilidad en el desastre de este y los otros gobiernos kirchneristas.
En gran medida, el electorado le pasó factura al candidato oficialista, porque al sopesar los pro y los contra, primó la concepción, absolutamente acertada, de que Massa es representante del kirchnerismo puro, puesto ahí por Cristina Fernández de Kirchner como un títere para mantener el poder –y de paso tratar de evitar enfrentarse a la Justicia por sonados casos de corrupción–, aunque la situación se le fue de las manos.
Desde esta página editorial decíamos tras las elecciones generales en el vecino país que “lo que se plantea para el balotaje no es menos intrigante, porque estamos ante un abanico de solo dos opciones que se asemeja a poco menos que un salto al vacío en el que hay que elegir entre lo desconocido o lo malo conocido, entre la bronca generalizada contra los políticos y el miedo a que un eventual gobierno de Milei sea peor que lo que se tiene ahora”.
Seguramente el respaldo explícito y en la práctica del expresidente Mauricio Macri y la excandidata Patricia Bullrich fue factor desnivelante para los votantes no mileinistas y antikirchneristas, sobre todo para aventar los últimos resquemores para inclinarse por el cambio, habida cuenta de que en política nadie da nada ni es porque sí, sino que habría apoyo parlamentario y seguramente técnico y político desde el macrismo hacia el nuevo gobierno, el que también integrará en algunas de sus áreas clave.
Por supuesto, con los antecedentes del gobierno de Macri, esto tampoco da ninguna certeza ni nada que se le parezca, aunque es un indicativo de que cabe la firme posibilidad de que muchas de las “propuestas” del ahora presidente electo, tendrán un freno o un aterrizaje a la realidad, a lo posible, en una economía desquiciada que hace agua por todos lados, donde no hay reservas de dólares y una enorme deuda externa, así como un déficit fiscal descontrolado.
Una tarea nada fácil para el nuevo gobierno, que deberá atender las expectativas que se generan, la presión social, la “resistencia” civil de la organizaciones peronistas y que tiene una “luna de miel” muy corta en el electorado para adoptar decisiones drásticas, que también tiene un período de 17 días para la transición con el gobierno actual, donde podría darse que se descubran nuevas bombas de tiempo escondidas en la economía argentina, entre otras muchas posibilidades poco amigables en el marco del desquicio y la tarea de titanes que llevaría, en primer lugar, el tratar de poner las cuentas en orden. El tiempo dirá si Milei da la talla, y hasta qué punto el personaje es capaz de llevar adelante políticas razonables dejando de lado el show que tan buen resultado le dio durante la campaña, pero que en el mundo real no son más que delirios.