El año del pensamiento mágico

Random House (2005-2023)
La figura de Joan Didion (Sacramento, 1934-Nueva York, 2021) se ha ido acrecentando con los años y no solo debido a sus virtudes literarias. Si vamos al caso, su marido John Gregory Dunne también escribió guiones y novelas del mismo valor, pero le faltó algo que Didion utilizó para su libro más exitoso: la autoficción.

Ese término que se ha acuñado hace pocos años partiendo más que nada de la propia obra de Didion, refiere a un artista hablando de sí mismo, de sus experiencias, de su vida. Nada nuevo se podría decir, pero el tema es que cuando se le da nombre a una corriente o a una moda, siempre parece que todo haya comenzado recién, no importa que muchos años antes o décadas –e incluso siglos– hubiese habido escritores que hayan hecho lo mismo. Eso, por supuesto, no tiene nada que ver con Joan Didion, que nunca pidió ser la iniciadora de nada y tampoco hace mella en su obra, que es todo lo valiosa que es lejos de cualquier denominación o encasillamiento.

Lo cierto es que El año del pensamiento mágico, convertido ahora en un best-seller, cuenta los duros, durísimos años que Didion pasó cuando primero se enfermó gravemente su única hija y luego, mientras la joven estaba internada y convaleciente, su marido, el también escritor John Gregory Dunne, falleció. El libro es breve, no llega a las 200 páginas pero en él la vida del matrimonio se abre ante el lector de una forma tan sincera que es difícil tomarlo como “literatura” a secas. El oficio de novelista de Didion está, por supuesto, pero saber que todo lo que cuenta le ocurrió y que cuando escribió el libro todo había pasado hacía muy poco tiempo inevitablemente produce en el lector un efecto de realidad que la literatura no siempre tiene.

Podría pensarse sencillamente en un anzuelo poco ético para atrapar al lector por parte de la autora. Narrar la peor etapa de su vida como madre y esposa apunta al morbo que todos tenemos para que las páginas se devoren esperando que las desgracias que leemos lleguen a algún lado. Pero esa es una lectura ciertamente prejuiciosa.

Para empezar, no todo lo que está en el libro son desgracias sino que, cuando Didion cuenta la intimidad de su vida marital lo que leemos es la “cocina” creativa de dos reputadísimos autores norteamericanos, algo que de morboso no tiene nada y que tampoco puede ser indiferente para cualquier interesado en el mundo literario. Además, para ser justos, si bien se ha dicho y redicho que ningún escritor escribe solamente para sí mismo sino siempre pensando en un posible lector, hay que anotar que Didion, luego de sus sucesivas desgracias personales se refugió en lo que tenía más a mano y más sabía hacer; su trabajo como escritora. Y esa es la parte más fascinante del libro, el ver como la autora transforma en un material escribible lo que se le ponga en frente. Una conversación, una crítica, un diagnóstico, una cena, todo pasa por el tamiz de la escritura y todo vuelve a renacer de la mano de Didion, lo bueno y lo malo, la felicidad y el sufrimiento.

El libro así desmiente en su totalidad al título. Nada hay de “mágico”, nada hay de autoayuda, de consejos para sobreponerse frente a la tragedia. La propia autora, cuando remite a esta obra habla no de una novela, sino de una “crónica” y en las páginas finales escribe que no quiere terminarla. Sabía que los libros también se habitan y terminarlo era regresar al mundo inseguro que la rodeaba. Claro, siempre podía emprender la escritura de otro, pero por más que la crónica que es El año del pensamiento mágico trate de un período vital tan sufrido, Didion se sentía más segura incluso “dentro” del relato que hacía de eso que “fuera” de él. Pero el libro fue terminado y fue un éxito. Bien por Didion, bien por su esposo y bien por su hija. Arrastrando la realidad detrás de sí misma, terminó convirtiéndose en una de las autoras más vendidas de su generación.

Fabio Penas Díaz