Poco más de 60 días faltan para la realización de la jornada electoral más extraña de los Estados Unidos, en una carrera electoral especial que arrancó con dos precandidatos ochentosos, pero luego quedaría uno sólo y al otro le sustituyeron por una mujer. Nuestra democracia está en pleno proceso electoral. Y en Argentina, con un presidente despeinado, tampoco las cosas van muy bien.
Ironías de los tiempos y de la transformación competitiva: hasta poco tiempo atrás, los economistas estadounidenses concentraban su preocupación en el rápido ascenso de China. Y si bien se siguen preocupando, van orbitando por su desaceleración y el exceso de producción industrial que está inundando el mundo con esos excedentes, con consecuencias potencialmente complicados.
La revitalización de la campaña de los demócratas con el protagonismo de Kamala Harris ha cambiado el panorama. Mientras tanto, Trump no ha encontrado un discurso efectivo para, en su lógica descalificadora, erosionar a la candidata.
Mientras todo esto se mueve al margen de las dinámicas del mundo, dentro de la economía global, en las concentraciones de poder y riqueza, vamos desatendiendo la coyuntura vista desde una perspectiva propia, desde nuestros intereses y oportunidades. Tres fenómenos concomitantes, que alternan en urgencia y priorización, constituyen el centro de la crisis democrática que nos atraviesa.
A siete lustros de distancia de la caída del muro de Berlín, ese supuesto nuevo orden desde hace algún tiempo se acerca a una situación de discontinuidad hegemónica, en estado avanzado de desgaste, pero no sabemos qué es lo que se está por parir, y no hay en los corazones una luz de confianza en que el futuro que de allí surja sea algo mejor. Muchas ilusiones se renovarán para que la vieja utopía se revitalice, pero la fuerza centrípeta hace su erosión.
La intención unipolar de Estados Unidos, que tanto ha esclerotizado aquella construcción multilateral que generaba una base de estabilidad en sus asimétricos desarrollos; había una gobernanza. Convengamos que al hablar de gobernanza rescatamos esa noción que busca describir una transformación sistémica compleja, que se produce a distintos niveles y en distintos sectores. La Comisión Europea, en su Libro Blanco sobre Gobernanza, ensaya una definición: “reglas, procesos y conductas que afectan el modo como se ejerce el poder a nivel europeo, particularmente en lo que se refiere a la apertura, la participación, la responsabilidad, la efectividad y la coherencia”.
Resultado de largas negociaciones y de acuerdos sometidos a la prueba de la propia vida, se había alcanzado un diseño de distensión y ahorro de tiempo. El período de aprendizaje hasta alcanzar una etapa de creatividad y sofisticación, en un contexto de previsibilidad inalcanzada ha sido intenso y prolongado.
Pero aquel intento de dominar el mundo en solitario está en franco retroceso, pero para que algo así caiga, se acabe, necesita que haya una fuerza igual o superior, con metas y planes estratégicos, adhesión y compromisos. Incluso sacrificios.
Hay dos momentos políticos (históricos, diríase) que revelan la profundidad del problema, y la necesidad existencial del sistema de (re)generar soluciones, que a la vez sean superadores y generen estabilidad.
La primera, en ocasión del gobierno de Donald Trump cuando, bajo la consigna de America First y producto de la guerra comercial con China, fue puesta en cuestión la denominada “ideología de la globalización” que había predominado en el orden internacional desde los años noventa (precisamente, cuando Estados Unidos pasó a hacer uso de manera unívoca de su liderazgo a nivel global). Luego vendría un segundo capítulo, como comienzo del final, cuando en enero del año 2021 los derrotados trumpistas ensayaron burdamente una toma del Capitolio, que fracasó. Aún cuatro años después, el proceso judicial sumamente garantista está ingresando a su fase de cierre, pero el calendario gregoriano, jurídico, no va en armonía con los plazos caprichosos de las cuestiones políticas. Ya fue sentenciado en dos causas, siendo culpable de 34 delitos en uno, y de fraude, abuso sexual y difamación en otro.
No obstante ello, el propósito de postergar los procesos judiciales Trump lo ha logrado parcialmente. También es cierto, a pesar de las chicanas, aun así, la causa avanzó.
Resumiendo, primero el contexto global y la unipolaridad, mutando a la discontinuidad hegemónica. Segundo fenómeno: la reacción conservadora como respuesta a los gobiernos progresistas del período 2000 – 2020. La rebelión antiprogresista, donde no hubo una única formulación ideológica y estratégica, radicalizó y crispó el clima político tanto en Europa como en las Américas.
Y un tercer fenómeno, que interconecta y da mayor sentido (e incluso sentido de utilidad) a los dos anteriores: la deriva autoritaria. De nuevo; de la cuestión global, la vacancia hegemónica. De la reacción conservadora, la creciente contradicción entre neoliberalismo y democracia, no apoyándose como en los años 1960 y 1970 en los ejércitos educados en la Escuela de las Américas, sino en las nuevas tecnologías, en el uso más sofisticado de las redes, de las cuales las redes sociales son apenas la cara visible de una herramienta de absoluta opacidad, y con escasas normativas y restricciones.
El neogolpismo: con el golpe de estado contra Dilma Rousseff se prueba una nueva forma de vías hacia el quiebre institucional pero no resignando en gobierno en las fuerzas armadas, sino más bien como una simulación de una intrusión del legislativo sobre el ejecutivo, en alianza de algunos sectores del poder judicial, resistentes a las democracias cuya posición habían ocupado a partir de las dictaduras.
Este neogolpismo atacó duramente las inconsistencias de esas alianzas más o menos progresistas, según el país, combinando campañas de ataques personalizados, de fakenews, de lawfare, de violencia verbal pero en algunos casos, también física.
Una deriva frecuente de este neogolpismo, es la imposición de regímenes políticos híbridos, a través del desplazamiento creciente y rápido de las potestades políticas de un poder del estado a otro. El objetivo es reducir a la mínima expresión las potestades propias de un poder derivándolas a otro poder, al controlante, en nombre de la democracia y contra la corrupción. Y junto a ello, una campaña rápida, vehemente, que dé soporte de medios a la acción política.
Luego será invisibilizada, porque lo que importa es correr al vacío y no la reflexión, y nuevas acciones.
Hay otro elemento que desde hace unos años va por detrás de la democracia política, y que se ha deteriorado drásticamente en las últimas dos o tres décadas: la seguridad.
La policía, las fuerzas armadas, el poder judicial, los abogados, incluso otras actividades… están atravesadas por los intereses del narcotráfico. Y sazonadas por el miedo y la incertidumbre.
Si todo lo anterior constituye un gran problema, la necesidad de articular un frente político amplio en defensa de la democracia, con una política de represión del narcotráfico y otra estrategia solidaria, asistencial y de contención de las familias.
Una democracia inclusiva requiere inversión potente en educación, salud, trabajo, vivienda. Allí está la prioridad, porque sin redistribución y sin igualdad política no es posible la democracia. → Leer más