
Hoy puede ser bastante habitual ver películas en las que el protagonista sale de su casa pensando en que el día –o la noche– serán tan rutinarios como siempre pero, por obra del destino o de los intereses de terceros, todo le comienza a salir mal. Es la base de muchas tramas cómicas que fueron llevadas al paroxismo por algunos de los mejores exponentes del humor en la pantalla.
Pero si bien puede ser un recurso humorístico, también puede dar para otras cosas. En la década de los ‘80 Martin Scorsese no era todavía considerado un genio y pope del cine como es hoy, pero era sin dudas uno de los directores más talentosos del momento en Hollywood. Se había hecho ya su lugar en la Historia del cine con películas como Malas calles, Taxi Driver o Toro Salvaje, todas con Robert De Niro.
Pero en 1982 se descolgó con un filme bastante diferente a lo que había hecho, como fue El Rey de la comedia, en la que contaba la historia de la obsesión de un don nadie (De Niro, otra vez) por un cómico interpretado por Jerry Lewis. Nadie entendió mucho ese filme que en realidad era tan notable como todos los demás, pero al tratarse de un drama en el mundillo de la comedia, no se podía encasillar muy bien y ya sabemos como son los críticos con esas películas inclasificables. Pero lo mejor de ese poco clasificable estilo estaba aún por venir. Porque en 1985 y sin amilanarse, Scorsese estrenó Después de hora. En ella cuenta la historia de un muy anodino y desamorado oficinista que, una noche, consigue la cita de sus sueños. El oficinista está interpretado con una naturalidad asombrosa por Griffin Dunne y la cita de sus sueños es Rossana Arquette, en los tiempos en que era exactamente eso; el sueño de todo hombre sobre la Tierra.
Y todo seguiría los lineamientos románticos si un para entonces aún joven Scorsese no estuviera al mando de todo. Porque justamente, al salir de su casa para encontrarse con la bella Rossana, al pobre Griffin comienzan a ocurrirle todo tipo de inconvenientes. En el mejor estilo de la comedia clásica, tales inconvenientes comienzan siendo relativamente pequeños –se le pierde el dinero que tenía para pagar el taxi–, y se van convirtiendo en mayores para terminar con el personaje corriendo por su vida en un barrio que no conoce.
Ahora es cuando hay que advertir que por más que aquí no haya mafiosos, mujeres fatales ni versiones de la vida de personajes famosos, como era y es habitual en la filmografía scorsesiana, Después de hora es tan o mejor película que cualquiera de las de su director.
¿Por lo graciosa? No. Scorsese sabe muy bien para lo que es bueno y para lo que no. Las veces que ha tenido sus deslices con lo comercial se ha arrepentido públicamente de ello, o incluso cuando se ha metido en temas que no conoce. Entonces, lo que hace en Después de hora no es, exactamente una comedia, por más que se la haya promocionado como eso.
Volvemos a lo mismo, hay que encasillar. Y si los críticos lo hacen, el público no se queda atrás y mucho menos quienes promocionan el filme, que saben que el mensaje publicitario tiene que ser lo más claro posible. Así es que en el mundo entero apareció el afiche que lucía la cabeza del protagonista mientras era retorcida por la mano de una mujer como si se tratara de la cuerda de un reloj. Bárbaro, humor en puerta, vamos a pasar una noche de risas.
Para decir la verdad, algo de humor hay, por supuesto, pero no es el objetivo de la historia que se cuenta. Porque Scorsese será el enamorado más empedernido de Nueva York, pero también es su retratista más descarnado.
Lo que ocurre en Después de hora entonces es la lucha del protagonista contra la ciudad. Una ciudad que es su gente, pero también sus calles, los teléfonos que no funcionan, las escaleras que conducen a un destino inevitable y, por supuesto, la noche. Todo transcurre en el correr de una noche y vaya trajín que tiene el pobre Griffin Dunne en esa noche.
Y lo mejor es que todo funciona, como pasa en las mejores películas. Los personajes son más bien seres que parecen nacidos del mismo lugar que representan, son parte del paisaje al mejor estilo del cine clásico pero sin dejar de ser ellos mismos.
El barrio en el que vive Rossana Arquette se vuelve una jungla para el protagonista y si bien eso podría ir montado en un tono humorístico, la película se desliza por otros caminos. Sin ser un drama, sin ser un policial. Huyendo de todo como lo hace el mismo Griffin Dunne en esa noche interminable.
La película primero, los géneros después parece decir aquél joven Scorsese. ¿Siguió ese camino en las décadas siguientes? Por ahora, para quienes lo hemos seguido con admiración, sigue siendo gratificante decir que sí.
Fabio Penas Díaz