
A partir del notorio envejecimiento poblacional del Uruguay, a la par de los países desarrollados pero con una infraestructura y cobertura que dista de ser la del primer mundo, y mucho menos en materia de recursos, se han acrecentado los desafíos para generar condiciones de contención para un grupo etario creciente, que al mismo tiempo demanda una mayor y mejor atención.
Como lineamientos generales y un ideal a seguir, en Uruguay, la prevención en salud para adultos mayores se enfoca –por lo menos en los enunciados de los organismos competentes, como el Ministerio de Salud Pública– en un envejecimiento activo, la promoción de la salud física y mental, y la prevención de la dependencia.
Ello debe incluir acciones en materia de lograr una nutrición adecuada, el ejercicio, la prevención de caídas, el cumplimiento de vacunas, y la detección temprana de fragilidad y vulnerabilidad social, según las guías del Ministerio y el Banco de Previsión Social (BPS).
Hay aspectos básicos harto comprobados, que indican que una alimentación saludable junto al ejercicio físico regular son de las prácticas que más contribuyen a la situación global de salud de los adultos mayores, lo que a su vez significa consumir alimentos variados, que contengan proteínas, hidratos de carbono, lípidos, sales minerales y vitaminas, e incorporar regularmente alimentos ricos en fibras (frutas, verduras y granos enteros).
Pero claro, una cosa es presentar y promover estos aspectos básicos como recomendaciones para las personas de la tercera edad, y otra la realidad socioeconómica del país, porque en la práctica las limitaciones económicas, de contención social –la soledad es un factor distorsionante mayúsculo– hace que el adulto mayor enfrente un escenario que lo complica y muchas veces lo confunde, cuando hay prioridades que no puede atender y se conjuga ello a menudo con necesidades básicas insatisfechas.
Estos aspectos también tienen mucho –o todo– que ver con el cuadro de salud, y como vemos, cuando las recomendaciones básicas incluyen puntos como “consuma al menos cinco porciones de frutas y verduras al día. Contienen fibra que favorecen la digestión y ayudan a bajar el colesterol y el azúcar en sangre; se recomienda ingerir 4 o 5 porciones de leche, yogur, queso con bajo contenido en grasas (descremados o semidescremados). Estos aportan proteínas, hierro, calcio, vitaminas y antioxidantes. Recuerde que el calcio mantiene la fortaleza en los huesos y previene la osteoporosis; al comprar carne elija la que tenga menos grasa y seleccione preferentemente carnes blancas (pollo y pescado). No compre huesos porque no alimentan. Use de preferencia aceites vegetales como soja, maíz, etcétera y disminuya el consumo de grasas de origen animal como manteca y mayonesa. Reduzca el consumo de sal y evite añadirla a las comidas. Modere el consumo de azúcar, dulces y golosinas, disminuya el consumo de té o café porque alteran la calidad del sueño, consuma abundantes líquidos (mínimo 2 litros por día). Prefiera los alimentos preparados al horno, asado, a la plancha o al vapor. Realice como mínimo cuatro comidas al día”, entre otros puntos de la cartilla que difunden el ministerio y/o las mutualistas, con la mejor intención, naturalmente, nos encontramos que hay un alto porcentaje de adultos mayores que no están en condiciones económicas de seguir muchas de estas recomendaciones.
Y cuando aparecen las complicaciones de salud, pudiendo o no haber cumplido con estos puntos enmarcados en la prevención general, allí aparecen las complicaciones realmente severas, porque por regla general, cuando se ingresa en un período de necesidad de diagnóstico o tratamiento, los grupos más postergados desde el punto de vista socioeconómico se encuentran con carencias notorias en materia de disponibilidad de especialistas, un mal endémico de nuestro sistema de salud para el que no ha habido solución durante décadas. Es que han pasado partidos de todos los colores y ninguno, más allá de mejoras parciales en tal o cual área, le ha encontrado la vuelta para revertir esta realidad en la que solo sale indemne aquel que tiene los medios económicos para atenderse en la estructura privada, que no es precisamente el común de la población.
Por otra parte, la falta de disponibilidad de especialistas y tratamientos es una de las consecuencias de las fallas que presenta nuestro sistema de salud en materia de detección precoz, y para que ello se dé se conjugan diversos aspectos, que tienen que ver por un lado con la escasa disposición de las personas –sobre todo en el caso del sexo masculino– para la consulta temprana o exámenes de rutina ya identificados por los profesionales médicos que permiten la detección precoz que evite que se extienda una enfermedad que podía ser evitable si se le tratara a tiempo.
Asimismo, más allá del factor humano que lleva a este escenario negativo para la detección a tiempo, también falla, sobre todo en estos tiempos en que la informática permite una cobertura e información on line, la instrumentación por el ministerio y mutualistas de convocatorias sistemáticas, bien difundidas, a adultos mayores y grupos de riesgo a partir de determinada edad, para practicarles exámenes, análisis y consultas periódicas que permitan esta detección temprana que salva muchas vidas.
Este aspecto clave requiere que se sumen esfuerzos entre los sectores públicos y privados para crear conciencia al respecto, pero sobre todo asegurarle al adulto mayor que va a tener la posibilidad de tener la convocatoria y la consulta en tiempo y forma, con facilidades para que concurra, con la orientación debida, a las dependencias correspondientes con una atención adecuada.
Y este ideal requiere recursos, es cierto, pero sobre todo una disposición que hasta ahora ha brillado por su ausencia, además de no estarse siguiendo la regla infalible de que en materia de salud, un gramo de prevención puede mucho más que las toneladas de tratamiento que se necesita por no haber actuado a tiempo, además del consecuente ahorro de recursos si se mira toda la película y no la foto del momento.