Ochenta años del pacto entre nazis y comunistas

El pasado 23 de agosto se cumplieron ochenta años de la firma del pacto de no agresión y reparto de territorios firmado entre la Unión Soviética (a cuyo mando estaba en ese momento Joseph Stalin) y Alemania (liderada por Adolf Hitler). Si bien ese día de 1939 los cancilleres de ambos países, Joachim von Ribbentrop (Alemania) y Viacheslav Mólotov (Unión Soviética) ante los ojos del mundo firmaron únicamente un acuerdo de amistad, la verdad es que en forma simultánea firmaron un protocolo secreto en el cual se acordaba la no agresión recíproca y el reparto de varios territorios de Europa.
Tal como se ha señalado recientemente por la agencia alemana de noticias Deutsche Welle, “el pacto preveía un protocolo secreto, que incluía la partición de Polonia entre ambos Estados y sellaba el destino de los países Bálticos. En concreto, se declaraba a Finlandia, Besarabia (nombre con que el imperio ruso identificó a la parte oriental de Moldavia) y el norte de la región de Bucovina (parte central de Moldavia) como zonas de interés soviético. Una semana después de la firma del pacto por los ministros de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop y Vyacheslav Mólotov, comenzó la Segunda Guerra Mundial con el ataque alemán a Polonia. Dos semanas más tarde, las tropas soviéticas ocuparon territorios polacos. La victoriosa campaña terminó con una hermandad de las unidades de la Wehrmacht alemana y el Ejército Rojo, que se escenificó en un desfile conjunto en la ciudad de Brest”.
De acuerdo con la Deutsche Welle, durante los 22 meses que duró el pacto entre Hitler y Stalin, “los ataques a los nazis desaparecieron de la prensa soviética y en las salas de cine y teatros se prohibieron las películas y obras antifascistas. Para ambos regímenes, el pacto supuso una ventaja política y económica. Entre agosto de 1939 y junio de 1941, Moscú suministró petróleo, cereales, níquel, manganeso, cromo, madera y otros materiales a la Alemania nazi. El ‘Tercer Reich’ surtió a los combatientes soviéticos de explosivos, emisoras de radio e, incluso el buque ‘Lützow’. También recibieron un préstamo de 200 millones de marcos. El pacto contenía una cláusula, que permitía extraditar a antiguos ciudadanos alemanes y austríacos, que estaban en territorio soviético y que habían luchado contra Hitler. Varias docenas de ellos –incluido el conocido comunista alemán Margarete Buber-Neumann– fueron entregados a la Gestapo. La mayoría de ellos fueron asesinados”.
El pacto nazi – comunista, que incluyó la colaboración entre la policía secreta soviética (NKVD, precursora de la KGB) y la Gestapo alemana, transformó a Europa en un verdadero “patio trasero” que permitió a Hitler y a Stalin violar los derechos humanos en todos los territorios ocupados por cada uno de estos inesperados aliados. Stalin, por ejemplo, pudo llevar a cabo con total impunidad la llamada “masacre de Katyn” en la cual se asesinó a sangre fría a unos 22.000 oficiales del Ejército de Polonia. Tal como lo ha consignado el diario español “La Vanguardia” en una reciente edición, “el jefe de la policía secreta soviética, Lavrenti Beria, en una carta clasificada como ultrasecreta escrita el 5 de marzo de 1940, recomendó su ejecución calificándolos de ‘permanentes e incorregibles enemigos del poder soviético’. En ella se ordena a la NKVD ‘juzgar’ a los detenidos en tribunales especiales, sin contar con su comparecencia y sin acta de acusación, mediante la mera producción de certificados de culpabilidad y que ‘se les aplique el castigo supremo: la pena de muerte por fusilamiento’. La firma, estampada con un lapicero azul de Iosif Stalin, líder supremo de la URSS, junto a la palabra ‘za’, que significa ‘a favor’, rubrica la orden”. La Unión Soviética no reconocería la matanza de los oficiales polacos hasta el año 1992.
Hitler, por su parte, también aprovechaba para sus macabros objetivos las ventajas que le brindaba su alianza con los comunistas. Más allá de la existencia de campos de concentración, los nazis desplegaron en esos años los llamados “Einsatzgruppen” (en alemán, “Grupos Operativos” o “Grupos de Operaciones”) que era un conjunto de escuadrones de ejecución móviles especiales formados por miembros de las SS, SD y otros miembros de la policía secreta de la Alemania Nazi. Estos escuadrones de la muerte itinerantes actuaron en Austria, Checoslovaquia y especialmente en Polonia a partir del año 1939 y como consecuencia del pacto celebrado con los comunistas. Su objetivo era exterminar judíos mediante fusilamientos masivos al borde de fosas comunes en las cuales eran ejecutados mujeres, hombres y niños sin ninguna clase de piedad. Stalin y los comunistas conocían esta situación pero no les importaba ya que los nazis tampoco los molestaban en los asesinatos llevados a cabo por las fuerzas militares soviéticas. Esa aniquilación individual del pueblo judío daría paso posteriormente a una modalidad aún más macabra (si eso fuera posible) e industrial a través de los campos de concentración, brazo ejecutor de la espeluznante “Solución Final”.
Como consecuencia del acuerdo entre Ribbentrop y Mólotov, los partidos comunistas cesaron en forma inmediata sus ataques a Hitler y al nazismo y adoptaron una llamativa y poco convincente neutralidad que en realidad escondían un apoyo solapado pero sincero al régimen nazista. Esta posición pronazi es puesta de manifiesto por el docente e investigador Gerardo Leibner en su libro “Cámaras y compañeros. Una historia política y social de los comunistas en Uruguay” publicado en el año 2011 en el cual expresa que “La neutralidad comunista al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, durante el período entre el pacto germano – soviético (Ribbentrop – Mólotov) de agosto de 1939 y la invasión nazi a la URSS en junio de 1941, creó bastantes suspicacias al respecto de su sinceridad al apoyo a la democracia”. A partir del inicio de la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética desplegó una llamativa neutralidad en los partidos comunistas de todo el mundo, incluido el Partido Comunista Uruguay (PCU), actitud que en realidad era consecuencia del pacto firmado días antes con Alemania y que, como ha señalado el propio Leibner, era una “actitud difícil de conciliar con el de papel de campeones de la lucha antifascista del que se jactaban los comunistas escasas semanas antes”.
El pacto entre nazis y comunistas finalizó el 22 de junio de 1941, fecha en la cual el Ejército de Alemania inició la denominada “Operación Barbarroja”, cuyo objetivo era la invasión de la Unión Soviética. Llegaba a su fin una alianza que unió a dos figuras principales de la Segunda Guerra Mundial: el nazi Adolfo Hitler y el comunista Joseph Stalin, dos dictadores que dejaron al mundo un legado de muerte, horror y distracción. Dos liberticidas que hicieron del odio y del asesinato sistemático su modo de acción política y que demostraron que sin importar las razones que se invoquen para hacerlo (la pureza de la raza aria en el caso nazi o la lucha de clases en el caso comunista), la libertad y el respeto de los derechos humanos debe estar por encima de cualquier ideología.