Compromiso con la información

Hemos cerrado un año muy difícil, tal vez uno de los más difíciles que recordemos. Un año en el que, como se titulaba la última edición de Quinto Día de diciembre, fue “El año del bicho”, en alusión al virus que ha puesto a la humanidad contra las cuerdas.
Pero ha sido en realidad mucho más que eso, ha sido un año en el que asumieron nuevos gobiernos a nivel nacional y en el ámbito departamental, que es algo que siempre trae para los medios de comunicación una serie de cambios, porque quienes llegan a ocupar los lugares de gobierno lo hacen con sus propias premisas y formas de ver la administración pública, pero también con sus propias convicciones sobre cómo deben hacerse las cosas para llevar este barco, llámese Uruguay, llámese Paysandú, al destino al que todos coincidimos en que debemos ir. Sin embargo esos cambios han sido relativos en comparación con otros cambios, más de fondo, que se han producido o que se han acelerado, de la mano de la enfermedad.
Una de estas transformaciones ha sido la digitalización de la vida de las comunidades. Fue una patada en el tablero. Claro, después entramos en la fase de la “nueva normalidad” y descubrimos que básicamente nos seguía gustando hacer las mismas cosas que antes de la pandemia, solo que no podíamos hacerlo y eso hoy es un problema que se puede apreciar, pero ha sido y será tema para otra ocasión. Hoy toca hablar de nosotros, de los medios de comunicación.
Que los medios, en nuestro país y en el mundo, hemos sufrido las consecuencias de la retracción económica no es una novedad para nadie. Diarios de los más importantes del mundo ya venían afrontando una búsqueda de rumbo desde antes de la pandemia y esto no ha hecho más que –nuevamente– acelerar procesos. La digitalización es un dilema. Y si bien se puede discutir si más aquí, o más allá, si con prioridad en esto o acento en lo otro, la presencia virtual es indefectible. Nadie lo puede negar. Pero hay formas y formas de transitar por ese terreno. Con la digitalización han aparecido nuevos actores que ofician como intermediarios y que son quienes abren o cierran la llave de paso de la visibilidad en las pantallas de los dispositivos digitales. Estos nuevos actores son quienes determinan qué tantos ojos se pasean por una u otra página, en función de determinados parámetros preestablecidos por estas empresas que son las dueñas de la cancha, de la pelota y las camisetas. Los algoritmos distribuyen el juego a partir de conveniencias automatizadas. Jugar en esa cancha es para jugar con estas reglas; si no, ni te ponés la camiseta.
Una primera batalla perdida parece ser la de las universidades y facultades de comunicación. El siguiente párrafo forma parte de una presentación de un curso sobre herramientas SEO (por search engine optimization, u optimización para los mecanismos de búsqueda).
“El taller propone conocer todas las herramientas vinculadas al posicionamiento en buscadores y, a su vez, las herramientas que permiten conocer qué quiere leer el lector. El SEO es, en este momento, una tendencia de todas las redacciones latinoamericanas. Conocerlas potenciará el periodismo y potenciará el desarrollo de historias. El objetivo del taller será, a partir de herramientas SEO, poder construir un perfil, una crónica o una entrevista (dependiendo de los intereses de cada uno). Partiremos de lo puramente tecnológico, para terminar en el buen periodismo que anhelamos como trabajadores”.
Partir de lo “puramente tecnológico” es asumir que lo que vendrá después se ajustará a la serie de criterios predefinidos por las empresas “facilitadoras” para tener más visibilidad. Lo demás será “el contenido”, como se le llama ahora, un concepto asociado al de “consumo de información”, por el cual se asume que uno puede “consumir información”, como quien consume un café cortado con una medialuna de jamón y queso.
No deberíamos permitir que la información se termine de transformar en un mero producto que se consume, como un entretenimiento más. Este actual “consumo de información”, una suerte de picoteo de una ensalada de titulares donde todo da prácticamente lo mismo, donde prima el sensacionalismo del escrache, obligando una y otra vez a generar titulares más fuertes, más amarillistas para tratar de destacar del resto, apelando a técnicas como el clickbait, el uso de títulos engañosos que luego se relativizan en el desarrollo de la noticia.
No podemos permitirnos llegar a eso. La información no es un producto, son los insumos necesarios para que las personas puedan tomar sus propias decisiones.
El acceso a la información es un derecho humano fundamental. Comprometerse con la información es estar a la altura de esta premisa, y eso no debe ser negociable, ni para los periodistas ni para las empresas periodísticas.
Ojalá en este año que comienza eso se vuelva tendencia en todas las redacciones.