Problemas de informalidad y cobertura social existentes antes de la pandemia

La prolongada incertidumbre generada por una pandemia que no solo no da tregua, sino que realimenta los dramas y las interrogantes con mayor número de contagios en una segunda ola en América Latina, que presenta un escenario desfasado seis meses de lo que se dio en Europa, el panorama socioeconómico de nuestro país, como en los demás países del subcontinente, con matices, pone de relieve, por si había alguna duda de la indefensión en que se encuentran amplios sectores de actividad que trabajan en la informalidad.
En medio del desasosiego que transmite la prevalencia del COVID-19 con la irrupción de cepas mucho más contagiosas y agresivas que las que primaban hasta hace pocos meses, y aún teniendo en cuenta la incidencia heterogénea del impacto sanitario, social y económico, la crisis ha puesto al desnudo falencias en un supuesto escudo que se decía era producto de fortalezas que al fin de cuentas no eran tales, y que además de un déficit de coordinación internacional en materia de controles sanitarios, también tiene que ver con escenarios internos en cada país.
Más allá de la calidad y cobertura de los sistemas sanitarios, de las virtudes y deficiencias en cada país, así como de la espalda económico financiera, existen otros aspectos a tener en cuenta, para tener idea de la magnitud del impacto que implica para la población en la coyuntura y las perspectivas de rebote hacia una situación de determinada normalidad.

En el caso de Uruguay, en una acertada descripción del panorama surge a partir de conceptos vertidos en su momento por el economista Néstor Gandelman, al hacer referencia a que amplios sectores de trabajadores y empresas de bajo porte han quedado expuestas a campo abierto en el temporal, cuando había un “relato” sobre una situación mucho mejor como consecuencia de la gestión de los gobiernos de izquierda durante quince años.
“La informalidad es tanto causa como consecuencia de la falta de desarrollo. Es una debilidad social por el atraso que conlleva en los métodos de producción, acceso a servicios públicos y la posibilidad de mitigar riesgos de shocks. En el extremo, impide atemperar golpes como el que estamos sufriendo. Desde el punto de vista recaudatorio, también es un problema que empresas y trabajadores no contribuyan al fisco en la medida en que lo hace el resto de la economía”, apunta el economista, quien da en el clavo en uno de los aspectos claves en cuanto a los flancos débiles que implica tener una economía informalizada en una serie de áreas.

Un escenario que solo no veían quienes no lo querían ver, ha sido potenciado indudablemente por las consecuencias socioeconómicas de la pandemia, y queda expuesto en toda su magnitud en coyunturas como la actual, desde que implica que amplios sectores de la población y de la fuerza productiva, de las células del tejido socioeconómico, resultan sin cobertura en una emergencia de consecuencias imprevisibles.
En plena crisis, es impensable trabajar para integrar personas desde el informalismo y darle sentido sustentable, y si bien los esfuerzos en épocas normales deben centrarse fundamentalmente en captar a los sectores que están trabajando fuera de la legalidad, en escenarios como el actual se trata de buscar paliativos para que estos sectores más vulnerables no resulten aún más marginados por la falta de cobertura, y así se explica que no se hayan adoptado medidas más restrictivas para reducir la movilidad y las actividades.
Es que una cosa es el trabajar en día a día buscando su sustento, en el sector privado, y otra la de los funcionarios públicos, muchos de los cuales reciben el sueldo en su casa sin trabajar y no sufren desempleo, envíos al seguro de paro ni reducción de horas trabajadas, ni mucho menos despidos.
En el tema de la informalidad se ha estado trabajando con énfasis en los últimos años, con resultados que se habían expuesto en su momento como satisfactorios, porque se había logrado bajar un 40 por ciento prácticamente crónico en nuestro país hasta porcentajes del orden del 22 por ciento, con algunos altibajos, de acuerdo a cifras de organismos del Estado y sobre todo del Banco de Previsión Social (BPS).

Sin embargo, el escenario que ha quedado visible por la crisis de la pandemia es distinto al que se presentaba, o por lo menos desnuda que el informalismo estaba a la vuelta de la esquina, que la regularización estaba prendida con alfileres, en el mejor de los casos, porque las necesidades de asistencia por el Estado en estos grupos ha sido mucho mayor e inmediata de lo que se podía suponer.
Más allá de entredichos sobre la realidad y lo que se decía por integrantes del anterior gobierno, que dio lugar a cruces con las autoridades actuales, no es menos cierto que en este período de pandemia se ha confirmado la vulnerabilidad que tenemos tanto en niveles de pobreza como de informalidad. Dentro del concepto de informalidad se incluye tanto a empresas como trabajadores que operan fuera del marco legal y regulatorio. La informalidad denota dos aspectos, uno relacionado con incumplimiento y evasión de las reglas establecidas y otro con la precariedad en que las actividades son conducidas.
Desde el punto de vista de los trabajadores y empresas implicadas, conlleva no tener acceso a los beneficios de cobertura y derechos inherentes a la seguridad social y solidez institucional de empresas, en tanto que por el lado del Estado, es decir del propio país, es un elemento de debilitamiento institucional por una menor recaudación de organismos previsionales, de la percepción de tributos y cargas sociales, y por ende de extensión de cobertura para evitar que por ejemplo, situaciones como la pandemia haga crujir la capacidad de respuesta del Estado y actores de la economía ante lo inevitable.

Ello indica que más allá de las acciones de emergencia en medio del asedio por el virus, no debe postergarse la consideración de la problemática en una mirada de pospandemia, porque seguimos ante un escenario endémico indeseable y que había sido solo maquillado partir de números que no daban para tanto optimismo y lo que es peor, disimulaban una realidad que nos golpea duramente, porque venía con un mal de base al que nunca se le habían dado respuestas valederas.