Una nueva cumbre del clima, con más interrogantes que certezas

La Cumbre del Clima que se celebra en Egipto del 6 al 18 de este mes pone nuevamente sobre el tapete de la atención mundial una problemática controvertida, que refiere al diagnóstico y eventuales alternativas para un escenario que se viene considerando en este ámbito desde hace 27 años.
Es que estamos precisamente en la COP27, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático 2022, en una nueva edición en la que quiérase o no se sigue dando vueltas sobre los mismos temas y se continúa volcando ríos de tinta respecto a lo que se debe hacer, en denuncias, diagnósticos, salidas y evaluaciones donde todavía el mundo científico no se pone de acuerdo sobre los alcances y menos aún sobre poner en línea con la realidad, lo que se puede hacer, con lo que se debería hacer, así como las responsabilidades que es preciso asumir.
Los científicos señalan además que la persistente dependencia de los combustibles fósiles agrava las principales vulnerabilidades, sobre todo en lo que respecta a la seguridad energética y alimentaria, y que es necesaria una mitigación fuerte y rápida para hacer frente a los motores del cambio climático, a fin de evitar y minimizar las pérdidas y los daños futuros.
Hay diversidad de áreas que confluyen en la mesa, y tenemos por un lado que los agricultores han puesto en valor en esta sesión su papel en todo el sistema agroalimentario y por ello han pedido que se los integre en toda la cadena alimentaria. A su juicio, pensar en la condición de los agricultores también significa asegurar comida de calidad y en la cantidad necesaria. En esta línea, las entidades que los representan se muestran dispuestas a presionar en la negociación internacional para que la agricultura esté integrada en la declaración final de la cumbre.
Los agricultores consideran que ya están llevando a cabo su importante papel aportando soluciones en la regeneración del territorio, en la mitigación y en la adaptación. Se trata de un compromiso para la resiliencia climática que “requiere del trabajo del gobierno para implementar políticas, del sector privado para aprovechar las oportunidades, y de alianzas”, según ha afirmado la ministra de Cooperación Internacional de Egipto, Rania Al-Mashat, país que ha puesto en marcha el programa Nexus of Water, food and energy para contar con “una solución integral”.
Los participantes han explicado cómo la agricultura no solo es un problema por considerarse una actividad que contamina, sino que aporta soluciones, que a nivel local ya se están adoptando, creando nuevas formas de producir. “Los agricultores no están sentados y esperando, se están adaptando y diversificando sus sistemas”, ha señalado el responsable de adaptación y resiliencia de AGRA, (institución para el desarrollo de la agricultura africana) Tilahun Amede. A su vez el aumento del precio de la energía se contempla como un riesgo para las comunidades de productores, en tanto otra de las amenazas para el sistema agroalimentario es el acceso a los fertilizantes, y en este sentido, mientras hace un año la pregunta se centraba sobre si son sostenibles, ahora, con el escenario de agitación internacional, se suman las preguntas sobre la disponibilidad y la asequibilidad”.
El sistema agroalimentario debe integrar energía, agua y mucho más para ser eficiente y efectivo, y trabajar todo ello es una acción que previene posibles problemas humanitarios. “Para actuar y cambiar, debemos pensar en una perspectiva de colaboración, porque todos estamos trabajando en el mismo sistema”, se ha concluido en la sesión, para reafirmar que los agricultores quieren ganar presencia en la mesa de negociación.
Pero sin dudas el eje del debate es la dependencia de los combustibles fósiles, y la descarbonización aparece como una forma de encontrar alternativas para que se reduzcan las emisiones y capturen y almacenen el carbono en nuestro suelo y vegetación. Pero ello requiere un cambio radical del actual modelo económico, en general centrado en el crecimiento a toda costa o mejor dicho, minimizando el sentido de la ecuación costo-beneficio desde el punto de vista medioambiental.
Ello implica modificar la forma en que se genera la energía y las diferentes fuentes de energía que se utiliza, las modalidades de transporte y cómo se gestionan los recursos del suelo. Tanto si se queman combustibles fósiles directamente como si se compran productos con alto contenido en carbono, implica reducir o racionalizar el consumo o cambiar a tecnologías de bajas emisiones y alternativas renovables.
Buena parte de la comunidad científica entiende que la agricultura y el sector del uso de la tierra son responsables de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero, la mayor parte de las cuales se atribuyen a la producción ganadera (metano), los fertilizantes químicos (óxido nitroso) y la destrucción de los ecosistemas naturales (dióxido de carbono). Además, los bosques tropicales se están destruyendo a un ritmo alarmante para cultivar soja para la alimentación animal, así como para crear pastos para el ganado. Estos cambios en la cubierta vegetal son responsables del 14% de las emisiones de carbono y del 5% de las de metano. La deforestación representa casi 9.000 millones de toneladas de dióxido de carbono que entran en la atmósfera cada año, según esta postura, que sin embargo es cuestionada total o parcialmente por otros integrantes de la comunidad científica, cuando además debajo de la superficie de estos desencuentros hay también conflictos de intereses de diversa índole, y en todos los casos implica replantear urgentemente la forma en que se aborda la agricultura y otras actividades de uso de la tierra.
También existe controversia y muchas preguntas sobre el uso de energías renovables para reducir la dependencia y contaminación causada por los energéticos fósiles, por cuanto por ejemplo la extensión del transporte con movilidad eléctrica implica que la electricidad que se genere sea asimismo de origen ecológico, y que además la masificación del uso de grandes baterías no implique exprimir y sobreexplotar recursos para la obtención de los metales y otras materias primas para su construcción, que tampoco son particularmente abundantes, porque cada receta tiene su contraindicación, y a veces el remedio puede resultar tan malo como el problema que se busca erradicar.
En suma, como en cada edición de la conferencia sobre el cambio climático, a la hora del debate hay muchos componentes de la ecuación a tener en cuenta, más allá del objetivo compartido de que algo contundente se debe hacer para modificar la tendencia, porque la descarbonización implica un cambio transformacional y requerirá inversiones masivas en ciencia, tecnologías e infraestructuras verdes, restauración de tierras y suelos, energías renovables y edificios sostenibles.
Y si bien el retorno de la inversión se dará en beneficios socioeconómicos, empleos y bienestar, los recursos y tecnología que se requiere, los plazos de retorno, son un desafío formidable a partir de datos, pruebas que informen las decisiones, y la ciencia que apoye los programas y las políticas, con apoyo financiero y asunción de responsabilidades por los grandes contaminantes del ecosistema, algo que hasta ahora han admitido a regañadientes.