Conversatorio en la Biblioteca Enrique Chaplin

Se realizó en el Día de la Mujer, este “Conversatorio” (¿palabra recién inventada?, no la conocía), respondiendo a la invitación de las profesoras de Literatura Rosario Molinelli y Liliana Gros y la profesora de Historia Carla Bernardoni. La intención de ellas es realizar una serie de conversatorios con el fin de promover el interés por la lectura, algo que parece estar pasando de moda.
Es necesaria la lectura para resistir en este mundo caótico y para transformarnos continuamente, que eso es vivir, “no importan los años, no importan las canas” (como dice un poema). Después de leer nunca quedamos igual, la lectura nos remueve algo, porque nos identificamos con el escritor o con los personajes. El proyecto de las profes es realizar los conversatorios en esta Biblioteca, para realzar su importancia y atraer más lectores.
“El diccionario de las palabras olvidadas” de Pip Williams, una novela que llegó a manos de Rosario, fue el puntapié inicial para estas actividades. Una novela histórica, atrapante.
Las profes leen trozos de la novela y luego se conversa. Rosario nos lee el prólogo de la novela. Un escrito de febrero de 1886, la época victoriana en Inglaterra; pero, salvando el tiempo y las distancias, tiene vigencia aún hoy. Personajes reales y de ficción. Una niña de 5 años, Esme, está aprendiendo a leer, es huérfana de madre, es muy curiosa y crece en un mundo de palabras, porque su padre, el doctor Murray, es uno de los creadores del primer diccionario Oxford. El doctor y sus compañeros trabajan en un galpón en el jardín de la casa. Esme, está siempre con ellos, debajo del escritorio de su padre, escondida, toma las fichas de las palabras descartadas u olvidadas, y con el tiempo, y la ayuda de la criada, Lizzie, organiza el Diccionario de las palabras olvidadas.
El padre escribía en cada ficha, una palabra, su significado y una frase en la que se utilizaba, y luego las ubicaba en los casilleros, pero algunas quedaban fuera; Esme se preguntaba por qué. Fue descubriendo que eran las palabras usadas por el vulgo, y aquellas referidas a las mujeres, a la clase trabajadora y la lucha por sus derechos. Amó esas palabras, y resolvió recopilarlas ella misma, descubrió que hay palabras más importantes que otras para su padre, pero para ella todas eran valiosas, especialmente esas, olvidadas.
Las palabras ordinarias e irrelevantes para los académicos, eran para Esme sus tesoros incalculables, porque representan la sabiduría popular y no deben perderse de ningún modo.
La autora rescata del olvido las contribuciones de las mujeres a la elaboración del diccionario y critica que muchas fueron excluidas de la primera edición, porque estaban relacionadas con las mujeres y la clase trabajadora.
Detalle importante, la autora tiene 72 años y sigue escribiendo. Nos recuerda Carla, la profesora de historia, que la novela transcurre en la Inglaterra victoriana, donde comenzó la Revolución industrial, época en que los niños trabajaban en las minas, las mujeres hasta 16.00 en las fábricas, y los hombres eran los jefes, los privilegiados.
Las palabras generan desafíos –nos dice Liliana– a veces nos definen, indican quiénes somos y quiénes queremos ser. En nuestra infancia, todos tuvimos experiencias con las palabras: algunas estaban prohibidas, otras nos dieron ánimo, otras nos hacían callar. Hay palabras que usábamos con nuestras abuelas, que ya no se usan.

Algunas de las palabras que recopiló Esme: Fulana: persona indeterminada o imaginaria. Derrengada: cansada. Mamarracha: mujer de temperamento vivaz o impulsivo. A partir de la lectura de algunos trozos de la novela, se inició el Conversatorio, sobre las palabras olvidadas por nosotros, aquí y ahora y algunas nuevas, recién incorporadas al diccionario de la Real Academia, y otras que aún no se registran. Se recuerdan algunas como Pandorga, usada en Salto y en Paysandú, palabra relacionada con nuestra niñez y un campito donde alguien maniobraba la cuerda y la hacía volar. Trentosa, decía una hija, queriendo decir “nerviosa”. Bollos: ahora se dice “bizcochos”, dice alguien.

Las palabras indican cómo pensamos, cómo vivimos, según nuestra cultura, según el tiempo y el lugar; van cambiando, porque la lengua evoluciona, así como evoluciona la sociedad. Eso es la lengua viva, de la cual hablaba Martha Salotti hace muchos años, en Argentina. Los lexicógrafos estandarizan aquellas palabras muy usadas, las palabras académicas y coloquiales. Jaspe: brillante, muy limpio, reluciente, las madres de antaño querían que todo estuviera limpio como un jaspe. Viaraza: ¿una palabra inventada?, algo así como una locura repentina. Sátrapa: gobernante autoritario, déspota. Demócrito: nombre de persona, se refiere a la democracia, pero no siempre. Plantón: usada en la dictadura, referida a los presos, no siempre culpables. Caca: una maestra dijo a una niña, que diga “materia fecal” y la niña respondió que si usaba esas palabras en su casa no la entendían. (¡Es tremenda la ignorancia de algunos!)

Liliam nos habla de su experiencia en cárceles. Los jóvenes usan un lenguaje desconocido para el hablante común, un sociolecto, un lenguaje aprendido en el ambiente en el cual crecieron. No son palabras olvidadas, sino palabras desconocidas. Un lenguaje que sólo ellos comprenden.
“El diccionario, como la lengua, es una obra en constante evolución”, dice la autora de la novela. La masa de hablantes incorpora las palabras y luego la RAE las aprueba y las incluye. Alguien cita a Fontanarrosa, un genio, quien dijo: “El énfasis de las palabras ya no existe”.
Carné: No es carné, abu, es “boletín”, dijo una nieta a su abuela. “Es el parque de los niños, y de las niñas”, le aclaró luego.
A veces, alguien dice, refiriéndose a una persona que habló sobre un tema, no se entendía nada, pero hablaba tan bien (se referiría al tono de voz, o a las palabras cultas usadas): Ninguneo. Palabra que aún no está olvidada, significa desprecio del otro, no darle ningún valor.
El paso del tiempo nos trae un cambio inevitable de voces, dice Hermógenes Perdiguero. Las lenguas cambian, según la época y las necesidades de los hablantes, algunas se olvidan, otras cambian sus significados.
Continuamente se incorporan palabras nuevas, algunas prestadas de otras lenguas, otras son inventadas de acuerdo a las innovaciones tecnológicas. Ejemplos: Chatear, bajar (obtener un documento o info cualquiera de Internet).

Transcribo algunas palabras extraídas de Internet, palabras olvidadas, o casi: alfeñique – algazara – andurriales – bagatela – barrilete – bodrio – bochinche – botija – cascar – cataplasma – chaira – chisquete – de rechupete – chusma (ésta no está tan olvidada) – de balde – descalabrar – descuajeringar – embrollo – embotar -fascineroso – finolis – forajido – gaznápiro – harpillera – hule – jarro – labia – leguleyo – ladino – lumbrera – malandrín – mandamás – mengana – mojiganga – ñoño – pachorra – piltrafa – socarrón – trifulca – turulato – voleo – zafar – zafarrancho – zanguango – zaparrastroso – zorongo.
No olvidemos que esta novela fue escrita en tiempos difíciles, de crisis, era la época de la revolución industrial, en que mujeres y niños trabajaban en terribles condiciones, una época en que la mujer no era valorada, una época machista. El diccionario de Oxford contenía palabras de la gente culta y con buena posición económica, referidas al sexo masculino, sobre todo.

Esme fue creciendo mientras se elaboraba el diccionario, del cual se escribieron varios tomos, y el que demoró unos 50 años para completarse, ella no llegó hasta el final. Las palabras iban cambiando, aparecían otras nuevas, y por eso, al cabo de tantos años, tuvieron que agregar esas nuevas.
Leyendo esta novela, podemos verla crecer y aprender, y sabremos sobre sus sentimientos y sobre los acontecimientos históricos ocurridos en ese tiempo (fines del siglo XIX y primera parte de siglo XX), como la lucha de las mujeres por el voto, y la primera Guerra Mundial.
El Conversatorio fue un evento muy interesante, debe continuar.

Tía Nilda