Campañas de prevención en el tránsito

El último informe de la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) presentó un aumento de 2,8% en la cantidad de personas fallecidas en siniestros de tránsito y en comparación a 2019, pasó de 422 a 434 muertes. Eso significa una tasa de mortalidad de 12,2 fallecidos cada 100.000 habitantes. Y la comparación refiere al año anterior a la pandemia, en tanto el 2020 registró una movilidad reducida a nivel nacional.
El año pasado cerró con un total de 18.740 y si se comparara con 2019 –que contabilizó 19.768–, significa un descenso, así como un 6,8% menos de personas lesionadas.
La mayoría de los lesionados son motociclistas (62,1%) y el 21,1% transitaba en auto o camioneta, el 7,5% era peatón y el 6,3% circulaba en bicicleta. Sin embargo, no es un dato menor la evolución del parque vehicular que en 2019 era de 2.534.781 y pasó a 2.645.493 en 2021.
El informe se remite a la estadística específica, pero una evaluación aleatoria permite conocer que las causas de esa siniestralidad fatal no han variado, a pesar del paso del tiempo.
El consumo de sustancias –alcohol u otras–, el uso del celular al momento de manejar o la falta de retención en los menores de 12 años definen la gravedad de algunos casos. Y, también, la falta de campañas fuertes que alerten sobre estas costumbres tan instaladas en las sociedades y que afectan no solamente a los damnificados, sino al bienestar colectivo. Porque remiten a un problema sanitario que difícilmente mejorará si no hay un cambio de conciencia colectiva.
Además de los perjuicios familiares, hay que admitir las consecuencias posteriores con discapacidades transitorias o definitivas que bajan la calidad de vida propia y de su entorno cercano, provocan un ausentismo laboral y activan una serie de gastos públicos. Por eso, la siniestralidad es un problema social y no únicamente de lesionados o fallecidos en un accidente de tránsito.
Un estudio del Centro de Investigaciones Económicas (Cinve) estima que el consumo problemático de alcohol en Uruguay le impone costos a la sociedad de medio punto porcentual del Producto Bruto Interno (PBI) o 300 millones de dólares anuales y los mayores costos recaen sobre las muertes prematuras.
Porque en el mundo entero –Uruguay también– los más afectados son las personas jóvenes de hasta 29 años y el consumo de alcohol permanece como la causa más común de traumatismos severos o muertes.
Como sea, Uruguay no cumplió la meta de 300 fallecimientos, luego del llamado de la ONU en el Decenio de Acción para la Seguridad Vial.
En el país, desde el año 2016 rige la tolerancia cero en el nivel de alcohol para conducir y en 2010 se impuso el uso obligatorio del casco en la conducción de birrodados, así como el cinturón de seguridad en los automotores.
Sin embargo, es necesario recordar que en nuestro país se han impulsado debates públicos tendientes a volver a 0,3 gramos de alcohol por litro de sangre, sin evaluar ni reflexionar otras consideraciones más abarcativas para una sociedad que comienza a consumir tempranamente.
La Junta Nacional de Drogas señala que una persona inicia su consumo de alcohol entre los 12 y los 16 años. Es la sustancia que registra el consumo más precoz y la que tiene menos percepción de riesgo. No solo por los jóvenes, sino también por sus referentes familiares adultos.
La misma estadística oficial asegura que el 84,3% de los jóvenes tomó alcohol durante toda su concurrencia al liceo, el 72,1% lo hizo en el último año y tres de cada diez, tomó “sobre el nivel de intoxicación” por lo menos una vez el los últimos treinta días. Casi no hay diferencias entre hombres y mujeres, así como tampoco entre Montevideo y el Interior. Incluso, tiene un factor común que es el incremento del consumo a medida que crecen.
Son cuestiones que, con el uso extendido de las redes sociales, se suman a otras situaciones como el ciberbullying o las filmaciones de jóvenes completamente borrachos en momentos absurdos o ridículos que reistran centenares de “Me Gusta”, “Likes” , o son tendencia. Allí, la burla constante se transforma en moneda corriente y es una muestra clara de la baja percepción existente sobre el riesgo del consumo problemático de sustancias.
Tampoco se atan estos hechos supuestamente “graciosos” a otros que requieren una mirada cautelosa, como la depresión o el malestar sicológico que pueden llevar a distintas acciones, como el intento de autoeliminación o el suicidio adolescente, que subió 45% el año pasado.
Sin embargo, un elevado porcentaje (60%) comenzó a beber en sus propios hogares. Porque es necesario recordar que existen referentes familiares que “prefieren” que los jóvenes tomen en sus casas y así, evitar que lo hagan en otros sitios. Incluso si ven a algunos de sus padres alcoholizados o si hay alcohol en sus hogares es una clara señal de la legitimación del mensaje.
Por lo tanto, si hubo un cambio de comportamiento en los conductores, eso no significó que bajó el consumo de alcohol. Entonces, tampoco es posible ver una crisis productiva ni afectaciones en el sector, tanto como para poner sobre la mesa el retorno del mínimo nivel de alcohol permitido en sangre. Y, como refieren las cifras más arriba, es un parque automotor en constante crecimiento para una población que no tiene variaciones.
Simplemente es una cuestión de observación de patrones de conductas que fueron permeando entre las generaciones y de matemática pura y dura. Porque los números, también, avalan una realidad que se confirma desde el punto de vista sociológico.
En la región, Uruguay no es el único caso. Brasil, Chile y Paraguay han tomado por el mismo camino con resultados similares en el descenso y las políticas restrictivas que implican campañas de prevención y posteriormente las sanciones.
Las campañas de prevención han mermado en el país y el mes de mayo por “Mayo Amarillo”, es una oportunidad para volver a instalar fuertemente el diálogo con las comunidades. Por duros que parecían algunos mensajes, con la instalación de vehículos siniestrados en espacios visibles o la difusión de spots con mensajes de personas con discapacidad, no parecen haber tenido el efecto deseado. Pero eran un recordatorio de que ese, el accidentado de la pantalla, podía ser uno de nosotros.