La renuncia del ministro Daniel Salinas

La renuncia presentada por el ministro Daniel Salinas posee algunas particularidades sobre las cuales entendemos oportuno reflexionar ya que se trata nada más y nada menos del secretario de Estado mejor evaluado y con la mejor imagen pública del gobierno nacional. Es un dato no menor si tenemos en cuenta que a los pocos días de asumir debió enfrentar uno de los fenómenos sanitarios más devastadores de los últimos tiempos (la pandemia causada por el coronavirus COVID-19) cuyas consecuencias sociales, culturales y económicas se mantienen en la actualidad y seguramente por varios años más. Si fuera necesario utilizar una imagen para resumir lo que le sucedió a Salinas, sin lugar a dudas “le tocó bailar con la más fea”, pero lo hizo en forma responsable y segura, enfrentándose a una situación para la cual ningún país del mundo estaba preparado y logrando una gestión exitosa que es reconocida dentro y fuera de Uruguay.

Para la mayoría de la opinión pública que no está relacionada con temas sanitarios, Salinas era una persona poco conocida en marzo del 2020 cuya actividad profesional había estado alejada de los cargos de gobierno. Tal como lo expresó oportunamente él mismo en una rueda de prensa, “siempre me sentí 95% médico y ahora tengo un horizonte para ir redondeando mi actividad. Estos tres años han valido por nueve y también fueron un gran sacrificio para mi familia. Es momento de redondear la actuación en forma firme y ordenada”. Poseedor de una clara vocación de servicio para la cual debió restar tiempo a sus responsabilidades familiares y profesionales, así como a su tiempo de descanso, Salinas tuvo la capacidad de transmitir firmeza y seguridad a una población desconcertada que no sabía cuándo ni cómo podría afectar su vida personal o su trabajo un virus desconocido hasta ese momento.

Mientras muchos países del mundo y de la región recurrían a medidas extremas –que obviamente no dieron resultado–, las autoridades sanitarias de nuestro país optaron por una “forma uruguaya” de enfrentar la crisis que fue claramente exitosa. Nada más y nada menos que la BBC se refirió en estos términos: “el ‘oasis’, la ‘excepción’, el ’ejemplo’: así le llaman a Uruguay distintos medios de la región ante su exitosa estrategia contra el nuevo coronavirus, una que nunca incluyó cuarentenas obligatorias”. Así como en el año 2002 Uruguay no se dejó arrastrar por quienes dentro y fuera de nuestro país impulsaban la cesión de pago (“default”) para nuestro país (lo que sí hizo Argentina, y terminó fundida), en 2020 las autoridades de ese momento tampoco cedieron a los pedidos de cuarentenas generales obligatorias (que también hizo Argentina, y terminaron de fundirla 20 años más tarde de la primera crisis). Más allá de los deseos de algunos oportunistas de que “cuando peor, mejor”, en ambas crisis la gestión “a la uruguaya” fue exitosa.

El compromiso y la capacidad de gestión demostrada por Salinas no dejó de lado la calidez y cercanía de su persona, que siempre estuvo dispuesto a escuchar a los representantes de todo el espectro político uruguayo, llevando adelante un ministerio de “puertas abiertas” pero sin hacer uso del aparato administrativo a su cargo para construirse una carrera política, tentación a la cual muy pocos políticos de todos los partidos se han resistido. Si para muestra basta un botón, el video difundido en redes sociales del propio ministro cantando la canción “Un beso y una flor” del cantante español Nino Bravo en un evento realizado en conmemoración del Día del Funcionario de Salud Pública deja en claro que la profesionalidad de ese jerarca no le impedía mantenerse cerca de quienes desempeñaban tareas en esa cartera ministerial.

En un momento en el cual muchos jerarcas de la actual administración han tenido que renunciar envueltos por escándalos y denuncias sobre los más diversos temas (desde emisión de pasaportes a títulos que se invocaban sin tener derecho a ello o gestiones administrativas de dudosa legalidad), el egreso de Salinas es la consecuencia de una decisión personal que sin duda implicará una pérdida para el país, porque su pasaje por el Ministerio de Salud Pública no sólo ha sido fructífero sino que ha significado una “bocanada de aire fresco” de alguien que nunca asumió una postura de político profesional y que supo dar la cara en los momentos más difíciles. Se trata de una actitud poco usual, especialmente para alguien que, providente del sector privado, opta por ejercer un cargo público de responsabilidad política, un paso que pocas o casi ninguna persona que haya construido una trayectoria dentro de su actividad (ya sea deportiva, comercial o profesional) está dispuesta a hacer.

Sobre este fenómeno el especialista español Alfonso Villarroel es claro en sus conceptos respecto a este fenómeno: “Cuando llegó la democracia entraron un montón de profesionales de todas las tendencias políticas, ilusionados, dispuestos a perder dinero dando el paso”, incide. “Pero hoy eso es impensable. Ha habido una pérdida de prestigio enorme y los partidos lo han convertido en un sistema casi feudal, basado en familias y relaciones y en el que se aprende a obedecer para sobrevivir, para volver a salir en las listas. El mérito y la capacidad tienen significados totalmente distintos en un mundo y en otro. (…) El desprestigio influye en que no sea el destino más apetecible pero no es la única causa. Desde ambos lados de la barrera, la creciente brecha entre el talento y la política se atribuye a una suma de factores a los que cada cual pone más o menos énfasis según su experiencia directa: el desprestigio; los salarios poco competitivos y el riesgo a quedar descolgado de la carrera profesional; la amenaza de tener problemas judiciales; la inestabilidad de los mandatos; la creciente exposición de la vida privada de los cargos públicos, y la sensación de que los márgenes de actuación son cada vez más reducidos, que todo funciona en torno a campañas que buscan atraer votos metiendo en agenda cualquier polémica o batalla con la que arañar votos en base a estrategias cada vez más frívolas. (…) Todos conocemos casos en el Parlamento a gente que no puede dejar la política, aunque estén hartos porque no tienen muchas opciones. Y a gente que se ha quedado descolgada y lo ha pasado realmente mal. Por no hablar de los que sienten que han perdido 10 años de carrera. Imagínate cómo es la reinserción de un cirujano que lleva diez años sin operar”.

Es que como ha señalado la académica mexicana Esther Fragoso Fernández “la política envuelve actividades esencialmente humanas que competen a todos en tanto seres que conforman una sociedad: son acciones humanas referentes al Estado, son fines de un grupo social, es poder en una autoridad, es una actividad inherente a la naturaleza humana, es lo común a un pueblo, es orden público, es diálogo, es un arma de poder, es controversia, es una propuesta de solución a los conflictos sociales, es búsqueda del bien común…, todo ello y en lo que en cada momento se convierte, no depende de ella misma, sino de quienes la detentan. En política nada está escrito, cada día se construye a sí misma con el ser y el hacer de los hombres”. Eso es precisamente lo que ha hecho Daniel Salinas durante sus tres años de gestión: construir en búsqueda del bien común, con vocación de servicio y anteponiendo el interés del país por encima de cualquier otro.