Escribe Ernesto Kreimerman: En Washington, ¿quién piensa en el futuro?

Repentinamente, los informativos de televisión y radio, los diarios de imprenta y digitales dejaron de hablar y escribir del tema. Lo que hasta hace unos días prometía ser una discusión que debía terminar con un debate sobre las cuestiones de fondo, toda una oportunidad para profundizar sobre los desafíos no sólo de los Estados Unidos, sino que, por sus dimensiones, de buena parte del planeta, se acabó.

Todo aquello se diluyó y acabó con un acuerdo bipartidista. Alguien, con muy buena ironía, dejó deslizar: “fíjese si el tema en cuestión será importante, que Trump no pudo siquiera mencionarlo; por su complejidad, el tema le quedó grande”. Sarcasmos aparte, que todo el universo político y el mundo corporativo, incluso el académico, hayan encontrado una vía rápida de postergación, lo único que quiere decir es que efectivamente se está ante una encrucijada muy profunda, donde la alternativa de seguir por esta vía o la de salirse hacia una posibilidad de recomposición no son claras, y que todos tendrán que asumir una cuota parte del precio. Y, por cierto, este debate aún no empezó, pero la amenaza de que ello será así, está asumida.

El viernes, todos contentos

El acuerdo bipartidista, como corresponde, “no dejó a nadie contento”, pero al riesgo de que la pradera se encienda, por lo menos el de las planillas Excel, se lo “pateó para adelante”. El acuerdo alcanzado entre el presidente Joe Biden y el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, demócrata el primero y republicano el segundo, postergó el tema hasta 2025, una fecha mágica para la próxima administración de gobierno, pues cae después de las próximas elecciones presidenciales. Será, de algún modo, un termómetro para saber si la discusión de esta próxima campaña electoral se concentrará en las cuestiones centrales de la agenda de problemas, o quedará para una puja poselectoral y de cabildeos, como más o menos ha sido hasta ahora.

Lo que está claro es que este acuerdo le costó a Biden y McCarthy: 63-36 fue la votación, respaldada por los “centristas” de ambos partidos (abundan entre los demócratas, no así entre los republicanos), pero promovida solamente por los demócratas, que hicieron todo su desgaste. No hay que descuidar un dato importante de este entuerto: la idea de que habría un acuerdo siempre estuvo. Presentar este asunto como una simple barrera es pretender resumir el problema a una cuestión meramente administrativa. “Hemos salvado al país del flagelo del default”, celebró el líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, al fundamentar su voto. “Estados Unidos puede dar un suspiro de alivio”, dijo casi ubicándose en el rol de un superhéroe de la pantalla.
Pero quien ganó algo de proyección en este episodio fue precisamente Kevin McCarthy, republicano originario de California, un político subestimado por el establishment de Washington. La negociación de este acuerdo bipartidista le permitió posicionarse como un jugador central, por lo menos hacia la interna partidaria.

El acuerdo Biden-McCarthy incluye la “eliminación” del riesgo de default por haber corrido el umbral de los compromisos, logró unos recortes presupuestarios, y que al intento número 15 logró los votos necesarios para aprobar el trámite parlamentario, para que Biden lo transformara en ley. Supo hacerlo de tal manera que la propia extrema derecha republicana no se ha sentido ganadora. Al asumir la “cruda realidad”, han advertido de que “va a haber un ajuste de cuentas”, en palabras de Chip Roy, correligionario de Texas. Dan Bishop, también republicano por Carolina del Norte, vía Twitter, lanzó un estéril “es la guerra”…, quizás les suene a algo. Y agregó, a modo de amenaza torpe, “estén atentos”. ¡Vaya doble originalidad!

Pero la percepción en la capital es que el momento tiene dos ganadores: uno, Joe Biden, que más allá de sus tropezones, sacó un tema de agenda preferido por la ultraderecha republicana, aunque en sentido estricto sea una consecuencia del problema mayor. Y dos, Kevin McCarthy, logró algunas cuestiones no menores: alinear a la mayoría de los republicanos detrás de este objetivo, que se aprobara un nuevo tope de deuda junto a un plan de recortes, y que sacar adelante este propósito haya sido mérito personal, pero no solitario, pues siempre mantuvo informados a sus colegas republicanos.

McCarthy logró unir en “la causa”, incluso, a “los conservadores fiscales”, algo que los memoriosos del Partido, apenas recuerdan como una leyenda deseada.
Buenas noticias
McMarthy fue uno de los ganadores. El otro, fue el presidente Biden. Firme y flexible, las dos f de la negociación, le permiten ahora dirigirse a definir su estrategia de último tramo de este período gubernamental, así como la campaña electoral para su reelección. Biden fue ganador porque logró blindar los fondos del Medicare y del seguro social, entre otros programas de apoyo a las clases medias.

Los datos de este viernes son alentadores para Biden: el informe del mercado laboral de los Estados Unidos presenta una situación sólida. Y Wall Street premió el anuncio con una suba del valor de las acciones. El índice S&P 500 subió un 1,5%, y también operaron al alza el Industrial Dow Jones y el Nasdaq.
Estos índices reafirman que el mercado laboral sigue estando firme. Y por ello, es un sólido apoyo para una economía que ha comenzado a desacelerarse a partir de las subas de tasas de la Reserva.

Las tasas de la Reserva sí se han convertido un problema, en especial, para las inversiones en desarrollo, las que fueron sorprendidas por un incremento de los costos financieros.
Desde diciembre de 2021, se han creado más de 5,5 millones de puestos de trabajo, y la tasa de desempleo cayó hasta el 3,4%. Hay que remontarse hasta la década del 60 para ver una tasa similar. Adicionalmente, según el The Conference Board, “el índice de satisfacción laboral es el más alto desde 1987”.

¿Dónde trabajan?

Washington ha repetido su debate sobre la deuda. En el 2011 rondaba los 15 billones y ahora está casi en 31,5. Superará los 50 billones de dólares para fines de la década, aun considerando los recortes recién aprobados.

En el año 2011, en ocasión de estas mismas discusiones, se conformó una comisión bipartidista para revisar íntegramente el presupuesto federal; una suerte de revisión “base cero”, ZBB, una técnica de presupuestación en la que todos los gastos deben estar justificados para un nuevo período a partir de cero.
Esa comisión concluyó con una serie de recomendaciones para reducir la deuda, pero todos los legisladores las descartaron, por inviables. En realidad, una sociedad es algo bastante más complejo y sofisticado que una inmensa planilla Excel.

Por ello persiste en Washington, en la agrietada capital política de los Estados Unidos, una duda que les inquieta: ¿quién está pensando en el futuro? Seguramente, sería lo más certero responder, que hay quienes lo están haciendo. Pero la mayoría tiene la convicción que esos no parecen trabajar en el Congreso.