Los tiempos electorales no resultan precisamente beneficiosos para los contribuyentes, más allá del resultado de la elección y del corazoncito partidario o ideológico de cada ciudadano, porque se transita un período en el que todo partido que esté en el poder, por instinto de conservación, apuesta a aflojar el cordón de la bolsa de Rentas Generales al tiempo que se incrementa el gasto estatal en procura de que mediante esta vía se mejore el humor ciudadano y que ello se traduzca en votos en la siguiente consulta popular.
Estamos precisamente ingresando en este período, cuando suelen dejarse de lado premisas básicas de administrar cuidadosamente el dinero de todos los uruguayos, los recursos que cada uno aporta con su esfuerzo, en aras de satisfacer reclamos que a menudo se han venido postergando durante décadas y se atienden planteos sectoriales o corporativos para evitar las críticas ante la opinión pública que atentarían contra la imagen que se pretende transmitir al electorado.
En esta apreciación encuadran prácticamente todos los gobiernos, salvo tal vez el último período del gobierno de Jorge Batlle, cuando a la salida de la grave crisis de 2002 y con el país todavía sumido en las consecuencias de este aciago período, se resistió a la tentación de aumentar el gasto –usando recursos que no se tenían, por supuesto– para preservar la situación de las finanzas del Estado y no seguir echando leña al fuego.
Pero en general, todo intento más o menos bien encaminado para adecuar el gasto estatal a las posibilidades del país ha sido un fracaso, ha tenido un éxito muy parcial o simplemente se anunció que se haría pero ni siquiera se comenzó, como fue el anuncio del ex presidente Tabaré Vázquez de encarar la “madre de todas las reformas” del Estado, que fue trancada desde su propio partido y por el “fuego amigo” de las gremiales de funcionarios del Estado y otros grupos enquistados en él.
Es decir, todo el mundo sabe lo que hay que hacer, pero una y otra vez, por imperio de las circunstancias, se recae en seguir inflando el costo del Estado y consecuentemente la carga que representa para la economía real, para empresarios y trabajadores.
En torno a esta problemática es pertinente traer a colación reflexiones del economista Carlos Steneri, recientemente homenajeado por la Academia Nacional de Economía y quien tuvo una muy destacada participación en encontrar una salida a la crisis de 2002. Sobre este tema expresó al semanario La Mañana que “fue una experiencia única y espero que irrepetible para el país. Ojalá nunca estemos en una situación similar, pero también creo que sirvió para consolidar y refundar temas que están insertos en el funcionamiento de nuestra sociedad, como el cumplimiento de los contratos, la plena vigencia de la ley”.
Acerca del escenario socioeconómico actual del país, el economista evaluó que “lo veo estabilizado, aunque obviamente me habría gustado que se hubiera consolidado más desde el punto de vista macroeconómico. De vuelta el déficit fiscal se ha escapado, no a niveles preocupantes, pero sí a niveles que generan distorsiones y problemas en la economía. Tener un déficit fiscal alto y un gasto muy elevado tiene impactos negativos, pone un lastre muy importante a la actividad productiva, y genera pérdida de competitividad al país, porque implica altos impuestos. Por otro lado produce distorsiones que tienen un efecto que no se ve en el corto plazo, pero en el largo plazo nos vamos acostumbrando a que el gasto público sea parte del funcionamiento y que eso esté bien, pero no es así, acá hay mucho gasto público innecesario, que de alguna forma está tironeando al sector productivo”.
Este es precisamente el costo país al que nos hemos referido en numerosas oportunidades desde esta página editorial, porque como consecuencia de tener que financiar el gasto del Estado, se suman impuestos que luego se traducen en el precio final, y terminamos exportando tributos como consecuencia de nuestra ineficiencia en el Estado. Estos altos costos de lo que producimos nos desalojan de los mercados, conjugado con una relación cambiaria que al tener un dólar barato en lo interno, cotizamos nuestros bienes y servicios a valores muy elevados en dólares en los mercados.
Además, aunque la ciudadanía suele tener la memoria corta, el Uruguay y el mundo en general ha padecido los costos adicionales y consecuencias directas e indirectas de la pandemia, como así también de la invasión rusa a Ucrania, a lo que se ha agregado en esta parte del subcontinente la merma enorme en ingresos como consecuencia de la extensa sequía, lo que es un duro golpe para un país de base esencialmente agropecuaria, como el nuestro.
Debe tenerse presente además que el actual gobierno heredó de los gobiernos del Frente Amplio –que disfrutaron de la mejor coyuntura internacional de los últimos tiempos– un déficit fiscal del orden del 5 por ciento del PBI, que debió absorberse en el marco de condiciones muy desfavorables, por los factores que señalábamos, y nada de esto es gratis, sino que por el contrario, está pasando factura un día sí y otro también.
Pero a la vez hay algunos elementos distorsionantes, que menciona Steneri, citando por ejemplo que “hay una votación de la sociedad que uno puede ver en el sistema político con leyes y propuestas que se van planteando, que fueron aprobadas o están en vías de aprobación, que hacen que el gasto público vaya aumentando lentamente”.
Mencionó como ejemplo en este sentido “reformas de las cajas paraestatales que requieren recursos del Estado; son cientos de millones de dólares que se agregan al gasto público, no instantáneamente, pero se van agregando a lo largo de los años. Tenemos colectivos que entienden que el Estado, que en definitiva es el bolsillo de todos los contribuyentes, tiene que solucionarles o aliviarles un problema particular, y eso va alimentando el gasto público. Si uno mira lo que ha pasado en los dos o tres últimos años, se van agregando pequeñas capas, una arriba de la otra, que son cargas fiscales que después crean este tipo de problemas. Esto viene de antes, es un crecimiento muy pequeño, año tras año, pero que siempre crece. Nunca ocurre lo contrario”.
Es decir, que estamos ante una tendencia que por una u otra razón se mantiene invariable con el paso de los años, con períodos más acentuados que otros, pero siempre en la misma dirección. Y mientras siga vigente este factor cultural de esperar que el Estado sea socio en las pérdidas y nos solucione los problemas, es decir trasladando el problema propio o corporativo hacia toda la sociedad, mientras haya gobiernos e incluso opinión pública permeable a estos reclamos, sin entender que nos hacemos trampas al solitario, seguiremos atrapados en un gasto estatal opresivo, encerrados en el dilema del querer ser y vivir el momento, pero sin estar dispuestos a un pequeño sacrificio para que en un futuro más o menos inmediato a todos nos vaya mejor. → Leer más