
Con un 2023 que cerrará, según todo indica, con la economía uruguaya en un leve crecimiento, tras los altibajos expuestos durante todo el año y con el arrastre de una sequía que detrajo no menos de 2.500 millones de dólares que dejaron de reciclarse internamente, y con una balanza turística deficitaria en cientos de millones de dólares debido a la diferencia cambiaria con Argentina, las interrogantes están centradas ahora en lo que nos deparará el 2024, el que además está signado por ser un año electoral y que surge entonces como un período en el que las distorsiones estarán sin dudas a la orden del día.
En principio, debe tenerse presente que el déficit fiscal ha tenido un repunte significativo y se encuentra muy cerca de los niveles con que lo entregó el último gobierno del Frente Amplio, con la diferencia de que el desmadre actual ha tenido la incidencia de factores de inevitable repercusión, como la caída de actividad e incremento del gasto debido a la pandemia, a lo que se han agregado las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania y la fuga de recursos hacia Argentina debido a la diferencia de precios.
En cuanto a las perspectivas del año que comienza, siempre debe tenerse en cuenta que las condiciones internacionales que se presentan hoy no necesariamente son las que primarán en el curso de estos doce meses. Primero, porque el escenario mundial sigue presentando incertidumbres y cualquier situación conflictiva puede dar vuelta los parámetros que prevalecen hoy, y a ello hay que agregarle las situaciones endógenas que se pueden suscitar y cómo reaccionará el sistema político ante las circunstancias, por fuera de lo que es la economía pura y dura, con las expectativas a favor y en contra que se generen.
Viene a cuento traer al tapete opiniones de reputados economistas de nuestro medio, a efectos de que nos internemos en los aspectos salientes de la problemática, en un ensayo de datos y evaluaciones no siempre coincidentes, porque más allá de las reglas de la economía, inciden una diversidad de componentes que a veces resultan muy difíciles de determinar a priori.
En una nota del diario El País, el economista senior del Banco Itaú para el Cono Sur, Diego Ciongo, consideró que los principales desafíos para el año 2024 son “reducir el déficit fiscal, mantener la inflación en los niveles actuales y profundizar la agenda de apertura comercial fuera del Mercosur”, en tanto que su colega Marcelo Sibille, de KPMG, señaló que el alza esperada del Producto Bruto Interno (PBI) será en buena medida impulsada por rebote estadístico, tras al estancamiento sufrido en 2023, pero la tasa de crecimiento continuo y tangencial seguirá baja, “con lo cual el desafío a nivel estructural sigue siendo aumentar la productividad y el shock de capital con mayores flujos de inversión privada”.
Analiza además que en lo inmediato “el mayor desafío lo vemos en el plano fiscal con un déficit por encima de lo deseado. El 2024 será el primer año electoral con la nueva institucionalidad fiscal en curso, y es muy importante que se puedan cumplir las cuentas fiscales trazadas, considerado el sesgo expansivo que suele tener la política fiscal en los años de elecciones”.
Por su lado Juan Ignacio Fernández, del Centro de Investigaciones Económicas (CERE), ve como un desafío “la alta probabilidad de no alcanzar la meta” de reducir el déficit fiscal. “Con un crecimiento virtualmente nulo en 2023 y un magro crecimiento en 2024, el ratio deuda/PBI al finalizar 2024 habrá sufrido un deterioro respeto a 2019”, a lo que agrega la persistencia de la inflación, según sus proyecciones, “en niveles superiores al rango meta del Banco Central, fijado entre 3 y 6% anual”.
Pero claro, una cosa son los parámetros macroeconómicos en juego, que son elementos clave, habida cuenta de que son los que determinan y pautan el desenvolvimiento que se tendrá en lo micro, en la realidad socioeconómica del país, y otra como se transmiten estos parámetros al ciudadano común, al que sintoniza su realidad y sus desafíos diarios con lo que puede hacer con sus ingresos.
Esto es precisamente lo trascendente del tema, y mucho más aún en el año electoral, porque si bien desde el punto de vista macro hay incongruencias como el déficit fiscal significativo, el dólar planchado que corroe la competitividad de las exportaciones, conjugado con un alto costo de los servicios e insumos, nos encontramos con que las prioridades a nivel gubernamental también deben involucrar el poder adquisitivo, la recuperación del salario real, el desempleo y la estabilidad laboral, entre otros temas.
Y el planteo insoslayable, mucho más cuando los plazos hacia las elecciones se acortan, es cómo se compatibilizan las prioridades del corto plazo con las necesidades macro de la economía, cuando lo que está de por medio es el humor social que muchas veces determina el resultado de las consultas populares en ciernes en el año electoral.
Ergo, cuando estamos en plan de evaluar las perspectivas del año, y se plantea futurología con términos de ecuación todavía desconocidos, nos enfrentamos a la relatividad de las prioridades que se vayan atendiendo, sobre todo a medida que transcurran los meses. Porque una férrea disciplina fiscal, centrada en la contención del gasto y/o aumento de la recaudación y actividad, que se necesitan para que no se desbarranquen las cuentas del Estado, van contra lo que ha sido la tradición en el año electoral en nuestro país, cuando las corporaciones y los actores sociales, los sindicatos, los gremios, los grupos de poder, aprovechan el momento para intentar llevar agua hacia su molino y atender sus intereses, torciéndole el brazo al gobierno de turno cuando está más urgido por el condicionamiento de que se está jugando su suerte en el veredicto de las urnas.
Quiere decir que será un año particularmente complejo, desde que es el último período de gobierno y las medidas lógicas y criteriosas de mediano y largo plazo difícilmente corran, cuando la tradición es la práctica del cortoplacismo electoral, cuando no hay mañana si no se prioriza el hoy, y la fiesta del gasto la pagará el que viene, del partido que sea.
De ahí que los cálculos y análisis de los economistas, absolutamente de recibo y atendibles, como el de promover a ultranza “shock de capital”, “el aumentar la productividad”, el evitar “el sesgo expansivo de la política fiscal en año de elecciones”, posiblemente queden atrás en la lista de lo que se haga en 2024, a medida que transcurra el año y llegue el momento en que la vorágine electoral se lleve todo por delante, como suele ocurrir.