Sesenta años después…

Un encuentro con algunas compas, para festejar los 60 años de nuestra graduación, allá en el lejano ‘63. Desde ese entonces hemos vivido momentos de intensas emociones, positivas o no, hemos sobrevivido a tantas amarguras, dichas, sufrimientos, desilusiones, temores, injusticias; en fin, hemos experimentado la vida en todos sus matices. Pero nuestra amistad persiste, inmutable, a pesar de las circunstancias, que a veces han sido muy difíciles.
Es siempre un inmenso placer volver a encontrarnos, ahora mayorcitas (¿quién dijo viejas?), y recordar sucesos acaecidos durante la época de estudiantes y en el tiempo de trabajo en distintas escuelas, rurales y urbanas. Un sencillo festejo, sin bombos, pero con una enorme alegría y muy agradecidas por poder contarlo.
Fluyeron los recuerdos, mezclados con los relatos de actualidad, una melange de palabras, todas hablando al mismo tiempo, como solemos hacer, cambiándonos de lugar para escuchar otros chismes, como dijo Graciela, repitiendo las anécdotas para el grupo más alejado.

Aquí van algunas anécdotas

-El día de la graduación hacía un calor sofocante, sin ventiladores, un montón de gente. Los padres y los noviecitos, todos de riguroso traje y corbata, vivieron el momento con gran calor y sufrimiento, dice Marita. Nunca habían pasado tanto calor, a pesar de trabajar en lugares cerrados y sin mucho aire.
-La escuela de Farrapos era un galpón grande. Las maestras vivían en la pieza del tanque de agua (el tanque estaba en el techo). Cuando hacía mucho frío se congelaba el agua y ellas lo sufrían. La mayoría de los niños hablaba en ruso, lo cual dificultaba la enseñanza en primer año.
(De pronto, llegó un mensaje y una foto de Nilda B, quien está en Montevideo, y no pudo venir. Gran regocijo viendo la foto, se encuentra tan bella como siempre).
Seguimos con los cuentos. En esa escuela de Farrapos, daban un vaso de leche a todos, leche que daba la vaca de una vecina, muy generosa.
Destacan todas las compas, la generosidad de los padres y vecinos, en todas las escuelas rurales (personalmente, creo que en el campo nuestro siempre fue y será así).
Para llegar a la ruta, desde la escuela, tenían que caminar un trecho, por un camino que se volvía fangoso cuando llovía. Entonces un vecino las llevaba en un carro de cuatro ruedas.
-Cuenta Marta que en la escuela de Colonia 19 de Abril los alumnos hablaban alemán. En primer año tuvo un alumno que no sabía ni siquiera saludar en nuestro idioma. Pero era brillante, y en dos meses aprendió a leer y escribir.
Cuenta también que a veces algún alumno decía algunas palabras en alemán, que ella no entendía y un padre tenía que explicarle el significado de algún chiste un poco subido de tono.
Raquel y Tina no están presentes, pero registré sus anécdotas.
-Contaba Raquel que ella para ir a la escuela tenía que subir y bajar un cerro, en un carro de cuatro ruedas, guiado por un niño grande. Subían sin problema, pero la yegua no quería bajar; entonces el niño tenía que llevarla de tiro.
-Tina trabajó en la escuela de Palmar. Su madre almidonaba sus sábanas, entonces ella no echaba flit. Pero al día siguiente amanecía con las vinchucas. Así que todos los días “flitaba” las sábanas. Por suerte, no eran de las que transmiten el Mal de Chagas.
-Graciela M. trabajó en una estancia, la estancia Santa Elisa, de la familia Mailhos, donde los dueños pagaban una maestra para sus hijos y los de sus peones y puesteros. Gente maravillosa, dice.
(Graciela llamó por teléfono desde lejos, otra nueva alegría. Estela, Raquel y Sarita, no pudieron venir, expresaron sus buenos deseos en sendos mensajes)
-Cuenta Lila sobre las peripecias que ella pasó, yendo a trabajar, en tren, en ómnibus, con tres hijos pequeños, uno de 6 meses. Recuerda el trabajo que tenía los lunes, para levantarlos tempranito, para llevarlos con ella. Con ayuda de Santa, un familiar, ¡los vestía dormidos! (Todas miran las fotos de aquel glorioso día)
¡Mira, qué flaca estaba yo!, dice una. Todas con el mismo peinado, dice otra.
-Llega Graciela A., gran alboroto, hace años que no la veíamos. Vine gracias a Nilda, que me pinchaba, dice.
¡Alicia, qué divina estás en esa foto!, pareces … ¡Rojí!, dice alguien.
dalia, un espectáculo, dice Marita, recordando a la gran maestra que fue y relatando episodios que ocurrieron durante la dictadura. Y recuerda también a Carmelo, quien fue un gran compañero.
Insisten todas en que la gente de campo es muy amigable y colaboradora.
elata Olga que ella trabajó en Piedras Coloradas. Iban en tren, pero para regresar, se paraban en la ruta a esperar que algún camionero las trajera. Paradas en la caja del camión, con pasamontañas, pasando frío. O volvían en un tren de carga, en el último vagón del tren.
La ruta estaba desierta, y mientras esperaban, se dedicaban a tejer.
-Susana recuerda cuando la profe Tita llegó a la clase con un zapato azul y otro marrón. Nadie se animaba a decirle nada, hasta que Susana se decidió y le dijo. Inmediatamente llamó a su empleada para que solucione el caso. Andá vos, que a vos no te va a decir nada, ¡a vos te quiere!- le había dicho. También recuerda Susana cómo salvó un oral, adivinando, porque le preguntaron cosas que no habíamos estudiado. Zeta balleta, Martín de la Cuesta, me dijo mi madre que estaba en esta. Que sí, que no, que en esta está. Dijo esto varias veces, mentalmente ¡y lo logró!
-Personalmente, recuerdo que una vez se rompió el ómnibus y tuvimos que subir a un camión de carga. Era muy alto y yo llevaba una pollera angosta, me dio bastante trabajo subir.
-Angela y Nelly trabajaron en Pueblo Beisso, un pueblo tranquilo, no tuvieron problemas. Viajaban en motocar y en camión, al regreso. Como todas, destacan el respeto y la amabilidad de los camioneros.
-Sara nos dice que siempre le gustó trabajar con niños pequeños, del colegio y del CAIF.
-Graciela M. y Gladys, recuerdan cuando se hizo una dramatización sobre ‘El cerco azul’, de Juana de Ibarbourou. Gladys, disfrazada de lechero, con un gorro, un rebenque y un tarro lechero, le pegaba a las flores del cerco. Y Graciela representaba a Juana, sentada junto a la ventana, mirando.
(Llega el momento de comer algo dulce. ¿Nadie tiene diabetes?, pregunta Gladys. Elegimos postres muy ricos, pero sin tanta azúcar, tenemos que cuidar nuestra salud otoñal).
Recuerda Gladys que ella, embarazada, se bajaba volando del tren de carga, que se detenía un momento, cerca de su casa, pero no era la estación.
Y Marita recuerda cuando ella, estando embarazada cruzaba un arroyo caminando sobre el alambrado.
-Graciela M. relata sobre un episodio cuando ella trabajaba con Dora, en la escuela de El Eucalipto. Una noche salieron con un farol a mantilla, a colgar una ropa. Ella sintió que algo la picó. Era un alacrán. “¡Hay que llevarla rápido a Paysandú, porque la picadura del alacrán te mata en 3 horas!” dijo Dora alarmada. En el camioncito del vecino hasta Gualeguay y luego en un camión de Vialidad, la trajeron al hospital. Allí la recibió un doctor practicante que no conocía los síntomas. Le dieron algo que no recuerda, y llegó a su casa, a las 2 y media de la mañana, ¡con un hombre! Imagínense la sorpresa del esposo.
-Nelly se especializó en niños sordos y trabajó años en eso, luego fue secretaria del IFD. Le digo que ahora tendría que trabajar con sus compas sordas, jajaja.
La reunión llegó a su fin y volvimos a nuestras casas con el alma llena de júbilo por tan hermoso encuentro.
La Tía Nilda