Resistencia a los antibióticos, un problema mayúsculo
A menudo nos enteramos de pacientes internados en hospitales cuyo estado se agrava como consecuencia de infecciones intrahospitalarias, a la vez que en otras ocasiones se advierte que enfermedades que respondían bien a determinados tratamientos, sobre todo en base a antibióticos de uso común, requieren mayores dosis e incluso cambio de medicamentos porque ya las patologías no ceden con aquellas drogas con las que ello se lograba hasta no hace muchos años.
Esta problemática es de carácter global, y en gran medida responde a la automedicación, la interrupción prematura de los tratamientos y el uso inadecuado de antibióticos por “recetas caseras” o porque le hizo bien a otra persona, pasando por alto la complejidad de la medicina y la especificidad de los medicamentos para determinados agentes patógenos, que incluso responden distinto en base a las características del paciente. Entre otros aspectos, existe una falsa creencia en el imaginario colectivo que relaciona a los antibióticos con la cura de enfermedades comunes como la gripe y otros cuadros frecuentes en invierno que, en su mayoría, son virales. Estos fármacos no funcionan en estos casos, ya que solo sirven para tratar las infecciones bacterianas.
Consumir antibióticos de forma incorrecta no es una práctica inocua: su mala administración podría provocar reacciones alérgicas de moderadas a graves, destrucción de la microbiota natural que nos protege de otras infecciones potencialmente más peligrosas, daños renales o hepáticos y diarreas severas que podrían, incluso, causar la muerte. Pero además, su sobreutilización conduce a la llamada resistencia a los antibióticos, que se genera cuando las bacterias mutan en respuesta a su uso, que deja de ser efectivo para combatirlas. Este riesgo es mayor cuando los antibióticos se discontinúan antes de terminar el tratamiento. Ya Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, había advertido sobre la resistencia de las bacterias a los antibióticos. El avance de la medicina, los avances científicos, las nuevas tecnologías aplicadas, indican que las bacterias, por mecanismos de resistencia natural u otros que adquieren ante la presión del uso de los antibióticos, tienen la capacidad de ir generando cepas resistentes.
Ello indica que si no se siguiera investigando y sobre todo se reduce sustancialmente la tendencia al uso inadecuado o la automedicación, en pocos años nos vamos a quedar sin antibióticos efectivos para combatirlas, y muchas infecciones comunes se volverán difíciles de curar, por lo que entre otras consecuencias, las intervenciones quirúrgicas serán más peligrosas. Prácticamente sería como retroceder en medicina a las épocas previas a la Segunda Guerra Mundial, cuando muchas personas se morían por infecciones tan simples como la que puede provocar una astilla de madera en un pie.
Tanto es así, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), para el año 2050 va a haber 10 millones de muertes anuales en el mundo solamente atribuibles a la resistencia a los antimicrobianos.
Como lo repiten hasta el cansancio los médicos, la autoadministración ante cuadros virales es una mala práctica: los antibióticos no curan el resfrío ni tratan la fiebre. Solamente son eficaces ante infecciones bacterianas. Y de todos los episodios febriles del invierno, es una absoluta minoría la que corresponde a bacterias. Muchas veces las personas se automedican porque les sobraron los remedios de una vez pasada, o porque un amigo le recomendó porque a él le hizo bien tal o cual medicamento, pero el antibiótico que funcionaba para una persona puede no dar resultados en otra, porque la bacteria no es sensible, ya sea porque no es exactamente la misma o porque es una mutación resistente.
Y estas drogas no son inocuas: aparte de la resistencia, pueden hacer daño a las personas que las tomaron. Con el tiempo además van produciendo daños renales y hepáticos que pueden ser muy severos, e incluso generar alergias potencialmente mortales, aún cuando “siempre las tomó” y nunca le hizo nada.
Hay otros aspectos en esta problemática relacionada con el uso inadecuado de los medicamentos, como bien analizara en su momento, pero con plena vigencia, en un artículo del Colegio Médico del Uruguay publicado en EL TELEGRAFO, el Dr. César Suárez, en el sentido de que los avances en el diagnóstico, en los tratamientos, en las terapias, en la tecnología, tienen una contrapartida poco deseable y realmente perniciosa para la salud, como lo es el abuso o desproporción en la prescripción de medicamentos, que redundan en un balance negativo para el paciente por regla general, al sectorizarse los tratamientos y no hacerse una evaluación integral ajustada de sus efectos en la persona destinataria de estas prescripciones.
Es decir, por un lado el profesional considera que mediante estos avances en la medicina se ha logrado optimizar la pesquisa más temprana de enfermedades y tratarlas con recursos más eficientes, a la vez de una prevención masiva mediante la aplicación de vacunas, pero a la vez se prescriben drogas para el tratamiento de enfermedades muy diversas –interrelacionadas o no entre sí– como hipertensión arterial, diabetes, problemas cardíacos, enfermedades articulares, problemas en la piel, en la próstata, enfermedades del aparato respiratorio, entre muchas etcéteras, y se acumulan por lo tanto pastillas y tratamientos de los más diversos, en un mismo organismo, que no tiene compartimientos para diferenciarlo, sino que es un todo que absorbe y procesa todo lo que recibe.
Un mismo paciente, con el paso del tiempo, hace más frecuentes las visitas a los médicos, se multiplica el número de especialistas consultados ante las diversas patologías y se reciben prescripciones de medicamentos que se van acumulando al recetario de cada persona, por lo que cuando una persona toma más de 3 o 4 drogas diferentes, habrá inevitablemente interacciones medicamentosas “y no es raro ver pacientes que acumulan más de diez medicamentos diferentes que a su vez llevan a generar intolerancia, o lo que es peor, efectos no deseados con un impacto negativo sobre la salud”.
Es decir, tenemos por un lado una problemática muy perjudicial, como lo es la automedicación que genera entre otros aspectos una mayor resistencia a los antibióticos y por otro lado un exceso de prescripción de drogas sin tener en cuenta esta interacción en el paciente, por lo que en este caso es responsabilidad del profesional tratante el reconfigurar las prescripciones, analizando minuciosamente la real necesidad de cada medicamento y evaluar las interacciones medicamentosas y recomponer el esquema terapéutico. Surge claramente en esta visión muy parcial sobre la problemática, que además de la responsabilidad individual del ciudadano para no recurrir a la automedicación, tiene incidencia la falta de una evaluación global del paciente, por regla general, porque suele limitarse la atención a la evaluación de cada especialista, quien naturalmente prioriza o se centra en su área a la hora de las prescripciones, más allá que se suele interrogar al paciente sobre otro tipo de farmacología que consume regularmente.
Y por cierto que ambos problemas, la automedicación y la acumulación y eventual interacción en el paciente de diversidad de drogas, requieren en el primer caso de una concientización a nivel ciudadano, a través de una campaña persistente, y en el segundo, de correctivos de prácticas y reuniones activas a nivel de sociedades médicas y agentes de prestadores de salud, para contribuir a revertir un estado de cosas que equivalen a un tiro en el pie por desestimar herramientas que están al alcance de la mano. → Leer más