
A medida que el extravagante presidente Donald Trump impone el anunciado incremento de aranceles según el país de origen, los sectores productivos comienzan a sentir el impacto de esos costos en la economía general. El daño ya empieza a hacerse tangible, medible y cuantificable.
Pero este es solo el comienzo. Varios de los analistas más influyentes han advertido a los consumidores estadounidenses que los aranceles de Trump pueden parecer poco costosos a primera vista, pero no lo son. El impacto de los costos impuestos a través de esta modalidad avanza como una mancha de humedad: lentamente… pero una vez expandida, quitarla resulta complejo y costoso. Se requiere tiempo para que estos efectos se propaguen en la economía, impregnándola de inestabilidad y desconfianza, desmoronando así el discurso ultraliberal que aboga por reducir el tamaño del Estado. Si existe un elemento corrosivo para esa posición, es precisamente este camino que ha decidido recorrer Trump.
Las reacciones han sido lentas, y el anuncio, caótico. La implementación precipitada de decisiones que, tan pronto como se anuncian, se revierten —muchas veces manchadas por errores técnicos y conceptuales— ha confundido incluso a los observadores más atentos respecto a la verdadera intención del mandatario. La novedad de esta semana es que, conocidos los resultados macroeconómicos del viernes, se advierte que las empresas estadounidenses han comenzado a pagar el precio de la improvisación.
Como medida de contención —y para calmar algunas tensiones y enojos— se intentó recuperar cierta serenidad al proponer postergar la fecha límite del 9 de julio. Se ofreció a los países más tiempo para negociar acuerdos comerciales con Estados Unidos.
De fracasar, enfrentarán amenazas concretas de aranceles elevados sobre sus exportaciones. A esta hora, incluso se habla de definiciones más serias. Ahora se ha extendido el plazo hasta el 1 de agosto para sentarse a la mesa de negociación.
Por lo pronto, el anuncio de Trump no alivió el arancel general, ni tampoco el gravamen del 10% ya impuesto, ni los aranceles específicos sobre productos como el acero. Estas parecen ser decisiones de largo plazo, dirigidas a responder reclamos de sectores clave. El jueves, el presidente sugirió a Kristen Welker, de NBC, que podría elevar la tasa arancelaria general al 15 o incluso al 20%, pese a haber desestimado las advertencias del CEO de Hasbro, quien anticipó que los efectos retardados de estos aranceles podrían provocar un alza significativa en los precios del sector hacia fin de año.
Un presidente como espectador
Una de las dudas persistentes sobre las dos administraciones Trump tiene que ver con el grado de involucramiento real del presidente en los asuntos más controversiales de su gestión.
Algunos de estos temas son percibidos como extremadamente sensibles por la ciudadanía, mientras que otros sorprenden por su naturaleza desconcertante. Es un hecho que los estadounidenses han ido perdiendo, con cierta rapidez, su capacidad de asombro.
Un día sí y otro también, la prensa calificada y los analistas especializados señalan que el presidente Trump no ha mostrado rigor, estudio ni siquiera una aproximación responsable a los temas que integran su agenda de gobierno. En muchas ocasiones, él mismo pronuncia un discurso diseñado para colocarse fuera del asunto en cuestión, con la intención de desligarse de las consecuencias. Menos frecuente, pero también registrado, es su rol como promotor de decisiones en las que ni siquiera habría participado o de las cuales no estaba enterado. El historial de deshonestidad del presidente contribuye a este cuadro. De manera casi incomprensible, él mismo ha contribuido a devaluar su figura.
Un ejemplo de estas actitudes combinadas es su postura frente al manejo de la pandemia de COVID-19. En una columna publicada el 11 de mayo pasado, titulada “Trump, un presidente prescindente”, señalábamos cómo, en los primeros días de la pandemia, el New York Times ya lo caracterizaba como “el presidente espectador”.
Cuando se trata de temas especialmente sensibles, esta distancia le permite —en el corto plazo— evitar costos políticos.
Pero resulta paradójico que el mismo Trump, siendo candidato, haya criticado al entonces presidente Biden por mostrarse “desconectado”, cuando hoy él mismo incurre en esa práctica como mandatario. En aquellos ya lejanos días de campaña, Trump enfatizaba con tono severo que el país no podía permitirse delegar por omisión, cada vez que el presidente rehuía del mando.
Aquello afectó seriamente la candidatura de Biden, que pasó en pocos días de liderar las encuestas a perder terreno, incluso dentro de su propio comité de campaña.
La estrategia de erosión logró su cometido con tal eficacia, que dio paso a una carrera de generación de expectativas e incertidumbre que allanó, consistentemente, el camino a la victoria de Trump.
Se trató de una campaña que merece ser estudiada para comprender el alcance global de acciones desarrolladas en múltiples escenarios, en paralelo, con el respaldo de “guardias pretorianas” digitales alineadas con los ejércitos informáticos rusos. Un campo de acción oscuro, sin reglas, códigos ni miramientos, desplegado en el más nauseabundo de los campos de batalla: el de la manipulación digital.
El 18 de enero de este año, también The New York Times recordaba una definición estratégica del entonces candidato Trump, pronunciada en marzo de 2016, que resume con crudeza su visión del poder:
“El poder real —y ni siquiera querría usar la palabra— es el miedo”.
Antecedentes que inquietan
La confianza en la figura presidencial siempre es importante, pero se vuelve clave en tiempos de crisis. Y lo cierto es que estos son los puntos más débiles del actual mandatario.
Desde el análisis técnico, crecen las advertencias: la combinación de una dura represión migratoria con políticas comerciales proteccionistas representa un riesgo estructural para el crecimiento. Este cóctel impacta negativamente en el mercado, la productividad y la innovación, agravando el peso de los aranceles.
Por ello, se teme que durante la segunda mitad del año los mercados no estén adecuadamente preparados para la volatilidad. Mientras tanto, Trump continúa agitando las aguas, empujado por su urgente necesidad de liquidez. En lugar de buscar acuerdos que estabilicen las relaciones comerciales, redobla las amenazas. Sus errores estratégicos se acumulan, tanto como la cantidad de frentes abiertos… y los que aún promete abrir.
El marketing político no es la realidad. Y mucho menos cuando se apoya en discursos agresivos y decisiones imprudentes, sustentadas en la mentira, el insulto, y la reapertura de conflictos que benefician únicamente a las industrias armamentista y tecnológica.