 
Con el paso de los meses, la política arancelaria del presidente de Estados Unidos Donald Trump se ha sostenido inequívocamente sobre la premisa de la amenaza, el amedrentamiento, la posterior negociación y en general el “premio” de la reducción de los incrementos en los porcentajes, siempre que la contraparte se atenga a lo que el mandatario considera que corresponde en la relación comercial bilateral, sin perder de vista el aspecto geopolítico y la presunta relación con “aliados” con los que sin embargo también ha sido particularmente duro.
En este ir y venir de garrote y mesa de negociación, los aranceles han oscilado entre un 145 por ciento con China –luego bajados a menos de una tercera parte– y un 10 por ciento general, en el que hasta ahora ha sido incluido Uruguay, uno de los menos castigados con los disparos arancelarios del conductor de la mayor economía del mundo.
La constante pues ha sido incertidumbre sobre incertidumbre: la amenaza de un mega arancel con plazos “inamovibles” para luego negociar y reducirlos de acuerdo a su visión bidireccional, pero con repercusión en el intercambio global, lo que hace que a esta altura haya mínimas referencias más o menos constantes para definiciones de los operadores en la cadena.
El último plazo “definitivo” sobre aranceles fue el primer día de este mes de agosto, y para no irnos fuera de la región, teníamos que el presidente estadounidense anunció a comienzos de julio aranceles del 50% sobre las importaciones de productos brasileños. A su vez, para no perder de vista su base ideológica en política global, en las semanas siguientes su gobierno impuso sanciones personales a Alexandre de Moraes, ministro del Supremo Tribunal Federal de Brasil, debido a lo que entiende persecución política sobre el expresidente Jair Bolsonaro.
Pero hace pocos días, al firmar la orden, Trump dio un importante paso atrás y eximió a casi 700 productos de los aranceles del 50% –en la carne se mantiene–, lo que aportó alivio a ciertos sectores brasileños como los productores de jugo de naranja o la industria aeronáutica, en tanto los productos exentos seguirán sujetos al arancel del 10% anunciado por Trump en abril para Brasil.
El último repliegue del presidente estadounidense generó debates entre especialistas, así como memes de internautas, sobre la “teoría del TACO”, siglas en inglés de Trump Always Chickens Out, que se podría traducir como “Trump siempre se echa atrás”, según indica un comentario de BBC News sobre los altibajos de decisiones que eran anunciadas en su momento como inamovibles desde la Casa Blanca.
El término fue acuñado originalmente por Robert Armstrong, columnista de mercados financieros del diario británico Financial Times, quien observó que en las bolsas del mundo había surgido lo que llamó el “negocio TACO”: inversionistas que se aprovechaban de los aparentes retrocesos de Trump para ganar dinero.
Un ejemplo fue lo ocurrido en abril, cuando Trump anunció su Día de la Liberación, imponiendo aranceles a prácticamente todos los socios comerciales de EE.UU. en el mundo. En los días siguientes, las bolsas estadounidenses se desplomaron ante el temor de que la política arancelaria de Trump provocara una recesión en EE. UU. Sin embargo, muchos inversionistas y especuladores apostaron –y acertaron– a que Trump se echaría atrás y compraron activos a precios bajos. La semana siguiente, efectivamente, Trump se echó atrás y las bolsas subieron, por lo que quienes apostaron al “TACO” de Trump ganaron dinero, como señaló Armstrong en su columna del Financial Times. Y ese patrón se repitió en otras ocasiones.
Es decir que hubo quienes han ganado mucho dinero con los anuncios y correcciones de Trump, quien a esta altura poco menos que ha sido asimilado al “pastor mentiroso” del cuento del lobo, pero en realidad las acciones que ha llevado adelante el mandatario podrían reducirse a señalar que aplica el viejo truco de decir que va por cien cuando en realidad lo hace para obtener 25, y hacerles creer a los otros que han logrado contrarrestar el golpe inicial, cuando en realidad es él quien logra alzarse con los mejores resultados y logrado sus objetivos.
Pero como en todos los órdenes de la vida, nada es gratis; en julio, Trump inició una nueva ofensiva arancelaria contra el mundo, enviando cartas a líderes internacionales con amenazas de imponer aranceles a partir de agosto. Algunos países y bloques, como Japón y la Unión Europea, negociaron acuerdos que redujeron los aranceles estadounidenses a sus productos, aun quedando muy por encima de los porcentajes anteriores a la ofensiva del presidente.
Las preguntas que muchos analistas se formulan ahora son hasta donde podrá realmente ir Trump, porque las consecuencias tanto se dan en las relaciones comerciales internacionales como hacia lo interno, porque por más vueltas que se le dé y la apelación al “Make America Great Again”, (hagamos a los Estados Unidos grandes de nuevo) cuando los impuestos arancelarios encarecen los precios internos, la cosa cambia para quien levanta la bandera proteccionista y del nacionalismo a ultranza.
Para el economista británico David Lubin, investigador senior del programa de Economía y Finanzas Globales del instituto Chatham House, el “TACO” ya ha sido incorporado como una estrategia de negociación de Trump: hacer grandes amenazas, muchas de ellas imposibles de ejecutar, solo para forzar al otro lado a ceder en la negociación. Lubin cree que hubo, en parte, un poco de “TACO” por Trump en su marcha atrás de los aranceles a Brasil y que el retroceso se debió a que, en último término, los altos gravámenes comenzarían a perjudicar la economía estadounidense de manera indeseada. “Se puede decir que hubo una especie de ‘marcha atrás’ porque las exenciones para aeronaves, jugo de naranja, hierro y petróleo buscan limitar los daños económicos que esos aranceles causarían a la economía estadounidense”, indica.
Es que por más de que se trate de la primera economía del mundo, Estados Unidos depende en grado sumo de importaciones y de suministros de materias primas, que se encarecen por la vía de los aranceles prometidos.
La incorporación del “TACO” a la estrategia de negociación también se observa en las negociaciones con otros países como China, según el especialista. “Si moderar una postura negociadora puede describirse como ‘echarse atrás’, entonces sí, el TACO está, de algún modo, incorporado a la estrategia de negociación de Trump”, agrega. Lubin opina que al presidente estadounidense “le sorprendió la firmeza con la que China respondió a la escalada original de aranceles, que llegó al 145%”.
“Fue la capacidad de China de ejercer presión sobre EE.UU. mediante su dominio en el suministro de tierras raras lo que obligó al gobierno de Trump a sentarse a negociar, primero en Ginebra en mayo, luego en Londres y ahora en otros lugares”, agrega.
“Creo que, tal vez, en algunos casos Trump tiene razón al argumentar que, en muchos aspectos, esto siempre formó parte de un plan. No estoy seguro de que Trump haya considerado seriamente imponer aranceles del 145% a China. Eso destruiría por completo el comercio entre EE. UU. y China”, agrega.
Pero por más plan que sea –en el mejor de los casos–, lo que se ha logrado a nivel global y hasta para el consumidor interno de su país es una gran inestabilidad, desconfianza en EE. UU. como referencia y como aliado, meterse en arenas movedizas y potenciar especulaciones sobre no ya el futuro inmediato, sino el presente del día a día, porque al fin de cuentas no se sabe con qué va a salir mañana y sobre todo, por cuanto tiempo lo mantendrá. Y en él mientras tanto, unos y otros dando palos de ciego, porque las pocas certezas que podía haber se han esfumado en el mar de especulaciones sobre el talante con el que se levantará a la mañana siguiente el mandatario norteamericano.
 

