En estos días se publica Matar a Ponsonby, novela histórica del escritor y periodista Martín Generali, sanducero radicado en Buenos Aires desde hace varios años. La obra, que llegará a las librerías uruguayas esta semana, recupera una figura tan determinante como postergada en la creación del Uruguay: la del diplomático irlandés Lord Ponsonby.
“Comparto esta primicia: mi novela será publicada en estos días”, escribió Generali, quien durante su residencia en Paysandú trabajó algunos años en EL TELEGRAFO. El libro, que será editado en estos días, llega justo cuando comienzan los preparativos para conmemorar los 200 años de la Declaratoria de la Independencia, el mes próximo. “Los debates sobre cuál es el momento fundante de la nacionalidad seguramente se reediten con más fuerza. Se me ocurre que podría ser una temática muy a propósito de la agenda inmediata”, agregó el autor.
Una figura clave en los orígenes del país
Matar a Ponsonby se sumerge en los entretelones políticos del Río de la Plata en el año 1826, cuando “un hombre llegó al Río de la Plata con orden de lograr una de estas dos cosas: detener una guerra o crear lo que después sería Uruguay. Siempre me cautivó la situación, pero conocía poco del personaje”, explica Generali. Sabía que a Lord Ponsonby lo precedía la leyenda de ser el hombre más apuesto de su tiempo, “y que su elección había sido decidida entre las alcobas más que entre los papeles, por un rey despechado que había preferido enviarlo lejos. Comencé a leer sobre el episodio sintiendo que había en él una novela, y acabé encontrando que el personaje por sí solo era una historia”.
“Ponsonby habría sido algo así como un dandy de la diplomacia, criado entre los algodones de la riqueza, bajo el frío siglo XIX”, continúa el autor. “De lecturas sibaritas y enemigos poderosos, tampoco le faltó protagonizar uno de los libros más escandalosos de su época, escrito por una cortesana que siempre lo amó, no menos lo odió y, de algún modo, siempre lo esperó. Jugó las cartas de su época, todas. Elegante, canallesco, actuó con la impunidad del noble, apegado a ese rígido romanticismo de los lores ingleses con el que procuraron conferir dignidad a los actos más miserables. Era un lobbista nato. Hoy también podríamos llamarlo un operador, parado en un lugar para él inhóspito, tratando de entender lo que querían, mientras se sentía obligado a explicar qué era lo que el Imperio Británico quería. Cuando dos años después regresó a Inglaterra, el nuevo país había sido creado. Pero, ¿había sido él? Es allí donde comienza esta novela, en esa pregunta siempre abierta”.
Y es que, si son polémicos los méritos de Ponsonby en el surgimiento del Uruguay, “es claro que, en el proceso de construir un mito fundacional, estuvieron el esfuerzo o la omisión de muchos de sus cronistas por relativizar –‘matar’– a Ponsonby como candidato a cofundador, convirtiéndolo en un pequeño busto cerca del Obelisco. A lo sumo, un noble fantasma: el de alguien que participaba de todo pero no fue nada; el de pálido contrapeso diplomático para tanto héroe en batalla. Tal vez es el lugar que se merece y, con su particular estilo para la arrogancia, el que el propio Ponsonby hubiera elegido”.
Leyendo sus cartas y repasando testimonios de personas que lo conocieron, “siempre queda la impresión de que fue un soberbio que, irónicamente, trató de no ser más de lo que era”. En la medida en que el autor investigaba sobre el personaje, descubría que lo que pensamos sobre él es lo que pensamos sobre nosotros mismos: “una imagen –alegórica– que nos hacemos sobre lo que somos. Si, poco antes de morir en Brighton, con ochenta viejos años, quien fuera el más apuesto de los hombres, recibiendo un inesperado visitante, hubiese podido responder a la pregunta sobre quién fue en la historia de los uruguayos, ¿qué hubiese dicho? De esa duda, esta novela”. En resumen, se trata de una obra que propone una lectura crítica y provocadora sobre los orígenes del país, invitando a repensar la figura del diplomático irlandés y su papel en la fundación del Estado oriental.

