
Escribe Danilo Arbilla: Dos bajas
El año finalizo con malas noticias: las muertes de Jimmy Carter y Jorge Lanata. Dos bajas importantes para la humanidad.
Elogios a granel para el expresidente –que vivió 100 años y solo presidio su país durante 4– e igual fueron pocos para todo lo que él fue, lo que hizo y lo que significó. Su pueblo no lo reeligió. Sin embargo él le lavó la cara a los EE.UU., que venía muy engrasada, y por sobre todas las cosas recuperó los valores de occidente y reasumió la defensa de los derechos humanos y de la libertad. No es exagerado decir que se debió a Carter la caída del muro de Berlín y de la propia Unión Soviética.
Los uruguayos tampoco hemos sido muy expresivos en señalar lo que Carter significó para nosotros en épocas de la dictadura y lo que hicieron, en defensa de nuestra libertad y democracia perdidas sus representantes Lawrence Pezzullo (embajador), James Cheek (encargado de negocios) y John Youle (consejero).
Marcello Estefanell, (extupamaro-12 años preso-hombre de izquierda) en su libro “El hombre numerado” cuenta sobre lo que se vivía en la cárcel como consecuencia de la política de Carter. Los militares los castigaban: “meta arresto con nosotros como si fuéramos aliados de los yankis”. Vale la pena leerlo; es harto elocuente, despeja mucho.Y termina con un “gracias Jimmy”.
A Lanata lo conocí hace 35 años. Poco podría agregar a lo que se ha escrito y dicho sobre el notable intelectual, brillante periodista e insuperable investigador y destapador de tarros malolientes.
Tuvimos una buena relación, reforzada a raíz de un percance que vivimos en Bogotá, en mayo de 1991.
Habíamos sido invitados –él como joven descollante director de Página 12 y yo como editor de Búsqueda– a un encuentro sobre: “Prensa para la democracia: reto del Siglo XXI”. Participaba la flor y nata, recuerdo al expresidente Julio María Sanguinetti, al N.º 1 de El País de Madrid, Jesús de Polanco y el director de ese diario, Juan Luis Cebrián, y una lista muy larga de figuras relevantes de América y España.
Funcionarios para atendernos y militares –armados hasta los dientes– por doquier. Se ocuparon de las maletas y un soberbio autobús rodeado de motos y carros militares listo para llevar la delegación al hotel.
Fue cuando Jorge me dijo: “si los guerrilleros quieren dar el gran golpe propagandístico hacen volar ese colectivo, con nosotros adentro. Es un blanco móvil, vayámonos en taxi”.
Y yo agarré. Unas tres cuadras antes del hotel todas las calles estaban bloqueadas: soldados, armados hasta los dientes. Bajamos a explicarles que íbamos para ese encuentro y que perdimos el autobús. No teníamos maletas, nos metieron en una pieza; nos curtieron a preguntas, revisaron lo que llevábamos en el equipaje de mano, en los bolsillos y prácticamente nos desnudaron. Les pedíamos que llamaran, pero no sabíamos adónde, y los organizadores se dieron cuenta que faltábamos recién 6 horas después. Lo pasamos incómodos. Y fue que nos hicimos muy camaradas.
Una vez fue a verme a Búsqueda y quedó deslumbrado con unas máquinas de escribir antiguas que conservaba de la primera época. “Llévate una” le dije.“Me la llevo en serio” respondió y así fue. Me la agradecía siempre: “tu máquina está en un lugar privilegiado de mi biblioteca”.
La TV argentina pasó decenas de fotos y videos de Jorge. En uno de ellos aparece en su escritorio con una enorme biblioteca atrás y allí, bien destacada, estaba la máquina.
Me acongojó aún más. ¿No les pasaría lo mismo? → Leer más