La tentación de Colón y la caja de Pandora

Una página muy conocida de la mitología griega hace referencia a una expresión que utilizamos con frecuencia en nuestras conversaciones: la caja de Pandora. De acuerdo con un texto de la Universidad de Valencia, “tras haber robado el titán Prometeo el fuego de los dioses para regalarlo a los hombres y el castigo que Zeus le impuso por tamaña osadía, su hermano Epimeteo recibió como regalo de los Olímpicos una compañera: Pandora. Ésta fue dotada con todos los encantos que los dioses podían proporcionarle: Afrodita le dio la belleza, Hermes la elocuencia, Atenea la sabiduría, Apolo la música. Cuando Pandora se presentó ante Epimeteo, lo hizo acompañada de otro regalo de Zeus: una caja cerrada, que bajo ningún concepto debía ser abierta. Epimeteo, deslumbrado ante la gracia y la belleza de Pandora, ignoró la promesa hecha a su hermano Prometeo de no aceptar jamás regalo alguno de los dioses olímpicos, pues eran astutos y traicioneros, y la aceptó como compañera, aceptando al mismo tiempo la caja que la acompañaba, que escondió en lugar seguro. Pero la curiosidad pudo con Pandora, y un día que Epimeteo dormía le robó la llave del lugar donde escondía la caja, y la abrió para espiar su contenido. Al levantar la tapa, grande fue su desilusión al encontrarla vacía, pero era porque en ese mismo momento escaparon de ella todos los males y las desgracias que la Humanidad podía padecer y sufrir, como la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la tristeza, el crimen y la vejez”.

Lejos de la antigua Grecia y de los hermosos mares que bañan las costas de una comunidad que aportó fundamentales elementos para la cultura occidental, Paysandú se ha enfrentado en los últimos días a una situación que ha regresado como consecuencia del levantamiento de la emergencia sanitaria impuesta por el Gobierno Nacional en marzo de 2020, ante la llegada de la pandemia causada por el coronavirus COVID-19. Una nueva “caja de Pandora” pero a nivel departamental. En efecto, superada en gran parte la amenaza que puso al mundo en suspenso por más de dos años y destruyó economías, empresas y fuentes de trabajo en todo el mundo, hoy resulta posible volver a viajar a la vecina ciudad de Colón, retomándose de esa manera una costumbre muy arraigada en la mayor parte de la población sanducera, así como también de otras ciudades fronterizas ubicadas a la orilla del río Uruguay.

Corresponde aclarar que los sanduceros no estamos ante una nueva situación sino más bien ante la reaparición de un clásico litoraleño por el cual todos los días habitantes de nuestra ciudad cruzan a Colón a cargar nafta, hacer sus compras para el hogar, almorzar, comprarse un par de lentes o cenar en algunos de los numerosos restaurantes que existen en esa ciudad, todo lo que genera una situación extremadamente delicada para la economía de nuestra ciudad. Hace algunos días EL TELEGRAFO consignaba en sus páginas: “Ya ha comenzado a repercutir negativamente en el comercio de Paysandú –el más grave en el sector de las estaciones de servicio– la reapertura del puente General Artigas, desde que al levantarse las medidas restrictivas por la pandemia, centenares y miles de sanduceros están cruzando hacia la vecina orilla para adquirir bienes y servicios, en el marco de una enorme brecha cambiaria que solo es comparable a la que tuvo lugar hace cuarenta años, destacó a EL TELEGRAFO el dirigente del Centro Comercial e Industrial de Paysandú, Juan Martín Della Valle. Indicó que la diferencia es tan grande –un mínimo del 130 por ciento más caro en esta orilla– que en el caso de los combustibles y otros productos y artículos ya no se puede acercar el precio, ni siquiera sacando todos los impuestos, en tanto se siguen esperando medidas del Gobierno que permitan atenuar este impacto, como ya han solicitado desde hace meses los centros comerciales de la región –Salto, Paysandú, Río Negro– sin que se haya instrumentado ninguna acción positiva de significación”. Adicionalmente, y de acuerdo con lo informado por nuestro diario en el sentido de que el pasado viernes “se cuadriplicó el egreso de uruguayos hacia Argentina, registrándose anoche largas filas de autos que aguardaban para ingresar al Área de Control Integrado del Puente General Artigas (…) El notorio incremento del tránsito aconteció luego de conocerse en la tarde del jueves el levantamiento del control sanitario para ingresar a territorio argentino y la apertura durante las 24 horas, registrándose tráfico durante toda la jornada pero con el mayor pico a partir de la tardecita”. Las duras declaraciones del dirigente del Centro Comercial e Industrial de Paysandú deben movilizar a nuestras autoridades y legisladores locales no sólo para seguir pidiendo rebajas de los impuestos que gravan los combustibles, sino para plantear y exigir al gobierno nacional fuentes sostenibles de trabajo y desarrollo local que ayuden a combatir el desempleo que se avecina.

Así las cosas, a la luz de los hechos resulta claro que los sanduceros estamos totalmente comprometidos con el desarrollo y el crecimiento… de la ciudad de Colón, a la cual hemos dotado de un importante impulso económico y a la cual hemos visto crecer y desarrollarse mientras la oferta turística en general de nuestra ciudad (incluyendo sectores como la hotelería o la gastronomía) sobreviven a duras penas haciendo malabares, afrontando costos fijos altísimos que dependen en muchos casos de la voracidad fiscal de un Estado que necesita financiar sus propias ineficiencias y perdiendo trabajadores, un mes sí y otro también, así como puestos de trabajo con el consiguiente y dramático costo social que tiene ello para nuestra comunidad. Se trata de las dos caras de una misma moneda: las compras realizadas en Colón son las que faltan en el comercio sanducero y las tentadoras comidas que ofrecen los restaurantes colonienses contrastan con lo que a duras penas puede ponerse en la mesa de aquellos sanduceros que engrosarán en breve la fila de los desempleados o enviados al seguro de paro ante la falta de clientes. Al igual que sucede con las máscaras que representan al teatro (una que sonríe y otra que llora), la sana y merecida alegría de los trabajadores de Colón contrastará rápidamente con la tristeza y la incertidumbre de los trabajadores sanduceros, y de la ciudad toda. De no encontrarse pronto alguna solución, las kilométricas colas de vehículos que hoy vemos esperando horas para cruzar a la vecina orilla se nos parecerán pequeñas comparada con las filas los sanduceros buscando trabajo –que no habrá de este lado–, mientras subsisten por unos meses cobrando el subsidio por desempleo. Una historia que ya vivimos en 2002, cuando prácticamente desapareció el comercio local; aunque al menos en aquellos tiempos había más gente con empleo seguro en fábricas que hoy ya no existen.

Mientras tanto, los sanduceros parecemos condenados a seguir practicando uno de los deportes departamentales de mayor éxito que supera incluso a los logros obtenidos por Paysandú en el ciclismo, el fútbol o la natación: tirarnos un tiro en el pie, a plena consciencia de producirnos un mal irreparable y duradero a cada uno de nosotros a cambio de un beneficio efímero pero tentador. Si bien resulta comprensible que cada uno quiera defender y hacer rendir de la mejor manera los pocos pesos que componen los magros sueldos que se pagan en Paysandú, tampoco deberemos quejarnos cuando nuestros clientes no puedan pagarnos porque sus ventas han disminuido o cuando nuestros familiares (especialmente los jóvenes) se queden sin trabajo “porque en Colón es todo más barato”. Consumir en Colón es nuestra propia caja de Pandora y lamentablemente en poco tiempo veremos las nefastas consecuencias económicas y sociales de no resistir la tentación de hacerlo.