El uso indebido de medicamentos que estimula resistencia de los gérmenes

Ya en la antesala del invierno, comienza a generarse un incremento de las consultas en las emergencias hospitalarias y consultorios como consecuencia de afecciones respiratorias y cardiorrespiratorias, una consecuencia directa de cambios de temperatura y enfriamientos, con el agregado de que el frío obliga a mantener locales cerrados y el consecuente aumento de las posibilidades de contagio, por lo que ya ingresamos en el período en que los centros asistenciales se congestionan de pacientes y a la vez se genera el efecto indeseado de la potenciación de los factores de riesgo.

Por lo general, se trata de enfermedades de estación, como resfríos y gripes, con el agregado del Covid, que ha pasado a ser endémico en gran medida, así como otras patologías que encuentran en estas condiciones más facilidades para la propagación, además de afectar a personas con factores de riesgo agregados, con enfermedades crónicas como asma, cardiopatías, diabetes, inmunodepresión y comorbilidades varias.

Es decir, es sobre todo el tiempo en que los grupos de riesgo mantengan sus esquemas de vacunas al día y reciban las correspondientes dosis de vacuna antigripal y contra el Covid, además de tratar su disposición a padecer alergias, porque como nunca en estos casos la gran apuesta debe ser a la prevención, lo que favorece no solo la salud personal, sino asimismo la difusión de enfermedades que son catalogadas en principio como benignas, pero que pueden resultar graves y hasta letales en grupos de riesgo.

Por otra parte, a menudo nos enteramos de pacientes internados en hospitales cuyo estado se agrava como consecuencia de infecciones intrahospitalarias, a la vez que en otras ocasiones se advierte que enfermedades que respondían bien a determinados tratamientos, sobre todo en base a antibióticos de uso común, requieren antibióticos específicos determinados a través de un antibiograma porque ya las patologías no ceden con aquellas drogas con las que ello se lograba hasta no hace muchos años.

Esta problemática es de carácter global, y en gran medida responde a la automedicación y el uso inadecuado de antibióticos por “recetas caseras” o porque le hizo bien a otra persona, pasando por alto la complejidad de la medicina y la especificidad de los medicamentos para determinados agentes patógenos, que incluso responden distinto en base a las características del paciente.

Entre otros aspectos, existe una falsa creencia en el imaginario colectivo que relaciona a los antibióticos con la cura de enfermedades comunes como la gripe y otros cuadros frecuentes en invierno que, en su mayoría, son virales. Estos fármacos no funcionan en estos casos, ya que solo sirven para tratar las infecciones bacterianas.

Consumir antibióticos de forma incorrecta podría provocar reacciones alérgicas de moderadas a graves, daños renales o hepáticos y diarreas severas que podrían, incluso, causar la muerte. Además, su sobreutilización conduce a la llamada resistencia a los antibióticos, que se genera cuando las bacterias mutan en respuesta a su uso, que deja de ser efectivo para combatirlas. Otro problema que genera es la pérdida de la flora intestinal natural de la persona, que cumple innumerables funciones biológicas en el cuerpo humano.

El avance de la medicina, los avances científicos, las nuevas tecnologías aplicadas, indican que las bacterias, por mecanismos de resistencia natural u otros que adquieren ante la presión del uso de los antibióticos, tienen la capacidad de ir generando cepas resistentes.

Ello indica que si no se siguiera investigando y sobre todo se reduce sustancialmente la tendencia al uso inadecuado o la automedicación, en pocos años nos vamos a quedar sin antibióticos efectivos para combatirlas, y muchas infecciones comunes se volverán difíciles de curar, por lo que entre otras consecuencias, las intervenciones quirúrgicas serán más peligrosas. Prácticamente estaríamos volviendo a la época pre antibióticos, anterior a 1940, en que una infección menor terminaba matando a una persona sana en poco tiempo y no había tratamientos efectivos para evitarlo.

Tanto es así, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), para el año 2050 va a haber 10 millones de muertes anuales en el mundo solamente atribuibles a la resistencia a los antimicrobianos.

Como lo repiten hasta el cansancio los médicos, la autoadministración ante cuadros virales es una mala práctica: los antibióticos no curan el resfrío ni tratan la fiebre. Solamente son eficaces ante infecciones bacterianas. Y de todos los episodios febriles del invierno, es una absoluta minoría la que corresponde a bacterias. Por añadidura, cuando siguen todavía incógnitas respecto al origen de la COVID-19, que dejó un tendal de muertes en todo el mundo, y sigue manifestándose en forma ya endémica y con variantes del virus, las teorías conspiranoicas se encuentra en su salsa: que es un experimento de arma de guerra de las grandes potencias, que es un intento chino de guerra biológica, que fue creado sintéticamente, y que tras este ensayo en cualquier momento se desata otra pandemia mundial por acuerdo de las grandes potencias para reducir la población mundial, entre otras muchas etcéteras de similar tenor.

Pero últimamente ha tomado fuerza además una especulación de científicos respecto a que por efectos del cambio climático, el gradual derretimiento de los hielos permanentes ya se habría comenzado a liberar agentes patógenos que han estado miles de años bajo la capa de hielo y que irremediablemente volverán a la superficie porque se siguen derritiendo los hielos.

A medida que la Tierra se calienta, más permafrost se derretirá. Bajo circunstancias normales, las capas superficiales, de unos 50 cm de profundidad, se funden cada verano. Pero ahora el calentamiento global está exponiendo gradualmente las capas más antiguas del permafrost.
Así, en Siberia se han encontrado “virus gigantes” –que pueden verse con un microscopio corriente– de enfermedades del siglo XVIII y XIX. Y a medida que el hielo y el permafrost se derriten, pueden liberarse otros agentes infecciosos.

“El permafrost es un muy buen conservante de microbios y virus, porque es frío, no contiene oxígeno y es oscuro”, explica el biólogo evolutivo Jean-Michel Claverie de la Universidad de Aix-Marseille, en Francia.

No es motivo de acudir a tremendismos ni nada que se parezca, pero este es un ejemplo de las grandes dificultades a las que se enfrenta la humanidad para derrotar ciertos agentes patógenos, que se adaptan, se reconvierten y se vuelven más agresivos, que crean resistencia a los antibióticos a medida que éstos se usan con falta de criterio.

Surge claramente que además de la responsabilidad individual del ciudadano para no recurrir a la automedicación, también incide la acumulación y eventual interacción en el paciente de diversidad de drogas recetadas por más de un médico y especialistas que priorizan medicamentos para su área específica, por lo que se requiere como respuesta ineludible una concientización a nivel ciudadano, a través de una campaña persistente, además de correctivos de prácticas y reuniones a nivel de sociedades médicas y agentes de prestadores de salud, para que por la coordinación en los tratamientos no se desperdicien recursos y a la vez no se contribuya indirectamente a que la pérdida de efectividad de los antibióticos cada vez nos vaya dejando más indefensos ante el ataque de gérmenes altamente resistentes.

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