
A pocas horas de transcurrida la instancia electoral en los 19 departamentos, un primer análisis –y cuando todavía es incierto el resultado final de las elecciones en el departamento de Lavalleja– indica que el electorado uruguayo sigue manteniendo sus particularidades cuando de elegir respectivamente sus autoridades departamentales y municipales se trata, y gran parte de la población cambia su voto, según la convocatoria electoral de que se trate.
Este es precisamente un aspecto muy positivo, porque tiene que ver con la libertad del ciudadano en cuanto a quién confía la responsabilidad de la gobernanza local o nacional, en base a su propio análisis, despegándose de ataduras ideológicas o camisetas partidarias, en aras de colmar sus expectativas respecto al perfil que entiende que tienen que tener las autoridades electas.
Esta particularidad a que nos referimos salta a la vista en varios departamentos en los cuales el actual partido de gobierno obtuvo en octubre y noviembre últimos una significativa ventaja, y se ha dado un cambio radical en las elecciones departamentales, como es el caso paradigmático de Paysandú, donde el Partido Nacional prácticamente duplicó la votación que tuvo el Frente Amplio, en una avalancha de votos que otorgó una ventaja nunca antes vista en nuestro departamento, que se situará en el entorno de los 23.000 votos una vez se contabilicen los votos observados, de acuerdo a los antecedentes de otras elecciones.
Esta diferencia permitiría que el partido Nacional pueda tener eventualmente algunos ediles por encima de los 16 que se otorgan al partido ganador, lo que puede hacer la diferencia en algunas circunstancias especiales de votación en la Junta Departamental, –a su vez el Frente Amplio perderá ediles– pero sin dudas hay una serie de aspectos que surgen claramente como perspectivas de análisis a partir de esta instancia electoral.
Cuando se dan estos resultados, seguramente un repaso más fino permitiría inferir una explicación multicausal de este escenario, porque en las urnas tenemos una foto del momento, que es el corolario de una película que ha comprendido por lo menos los cinco años de gestión, y en este resultado se resumen virtudes y defectos tanto de ganadores como de perdedores en una evaluación formulada por el elector desde su apreciación personal.
Igualmente, posiblemente muy pocas personas podrían tener asumido previamente en su fuero íntimo, más allá de expectativas o esperanzas, que el intendente Nicolás Olivera resultara reelecto por este aluvión de votos, casi en una relación de un dos a uno respecto al desafiante trío de candidatos de la coalición de izquierdas, y evidentemente hubo factores contundentes que dieron lugar a este vuelco de la ciudadanía respecto a la convocatoria de la elección nacional, donde el Frente Amplio fue la fuerza política mayoritaria en nuestro departamento.
Por supuesto, el primer punto incontrastable es la gestión: el sanducero promedio aprobó ampliamente la actuación de Olivera en el desempeño de la titularidad del ejecutivo departamental, con sus aciertos y errores, y contrastó con gestiones de los intendentes de la coalición de izquierdas en sus dos períodos, pero tal vez –y sin tal vez– con sus posturas cuestionables en temas vitales para el departamento –el Campus Universitario es uno de ellos– porque quiérase o no, la bancada frenteamplista no tuvo la capacidad de desligarse de posturas radicales de algunos de sus integrantes, y en definitiva quedó “pegada” ante la ciudadanía, por más explicaciones que se intentaran dar posteriormente.
Pero sin dudas más que nada ha habido virtudes del reelecto intendente en cuanto a colmar las expectativas de los sanduceros, de generar realidades tangibles a partir de emprendimientos de magnitud que ha logrado concretar y proyectos en marcha, obviando reparos y planteos de la oposición mayoritaria que pedían destinar recursos para determinadas iniciativas que son de exclusivo resorte del gobierno nacional o no son parte de las competencias específicas del gobierno departamental, consideradas en el ámbito político como intentos de que no se generan tantas obras en el ejecutivo departamental para exponer como saldo positivo para la ciudadanía.
Ello explica en buena medida –en una relación incompleta de posibles factores– que el Partido Nacional obtuviera este respaldo histórico en Paysandú, y es de esperar que pueda servir de espaldarazo para un segundo período de Olivera en el que tengan continuidad acciones positivas para el departamento, por encima de mezquindades políticas y cálculos electorales que siempre aparecen en el mundo de la política.
Y también como aproximación primaria, ya en un escenario nacional, se reafirma la dicotomía gobiernos departamentales – gobierno nacional, con una territorialidad y rescate de las realidades y necesidades locales que no necesariamente se obtienen o coinciden con lo que se pretende de un gobierno nacional en cuanto a las respuestas a la población al norte del Santa Lucía, lo que se ha logrado concretar mediante la reforma electoral que ha separado en el tiempo las elecciones departamentales de las nacionales, para evitar influencia y arrastre del escenario nacional sobre el departamental.
Asimismo, surge que el sentir ciudadano a la hora de decidir parece soslayar o cuestionar situaciones particulares, incluso ante denuncias de corrupción y actuación de la justicia –cuestionada a su vez, como en el caso de Soriano– en ancas muchas veces de una lealtad partidaria o visiones que anteponen factores como simpatía y gestión, por lo que se perdona o toleran como un mal menor determinadas irregularidades que se minimizan ante lo que se consideran virtudes a poner sobre el tapete a la hora del balance.
Y todo esto debe evaluarse en el hecho de que es la expresión del juez supremo en estas contiendas electorales, que es el ciudadano, el leit motiv y a la vez el protagonista principal en un régimen democrático representativo de gobierno, como es el nos que rige felizmente en nuestro país. Nada más ni nada menos.
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