escribe Ernesto Kreimerman ¿Por qué temen una dictadura de Trump?

Dos columnistas del The Washington Post han cerrado el mes de noviembre lanzando severas advertencias: si no queremos una dictadura de Trump, empecemos a trabajar antes de que sea tarde. Robert Kagan, cuyo último libro se titula “Cómo el antiliberalismo está destrozando a Estados Unidos, otra vez”, y Drew Goins, “El camino hacia un dictador estadounidense”, argumentan acerca de un futuro sombrío para la democracia estadounidense. Kagan, es investigador principal de la Brookings Institution y editor general de The Washington Post. Goins, es editor asistente en la sección de Opiniones y ha desarrollado su labor sobre la multiplataforma de noticias en 2016.

13 semanas

“Una dictadura de Trump es cada vez más inevitable. Deberíamos dejar de fingir”. Más que el titular de una columna de opinión de un profesional de medios, de un editor de un periódico como el Washington Post, parece una voz desesperada de alerta sobre un futuro inminente. Así va desde el comienzo: “Dejemos las ilusiones y enfrentemos la cruda realidad: hay un camino claro hacia la dictadura en Estados Unidos, y cada día se acorta. En 13 semanas, Donald Trump habrá asegurado la nominación republicana”.
Ante la sorpresa, cabe preguntarse, ¿tan así? Si, tan así. Según el promedio de las encuestas de RealClearPolitics, realizadas en el intervalo del 9 al 20 de noviembre, Trump está 47 puntos por encima del “competidor” más próximo. Y en encuestas que van midiendo una eventual elección general Trump vs Biden, las proyecciones subrayan por lo menos un final reñido, técnicamente empatados. Kagan llama a terminar con el período del “autoengaño”, “esta especulación esperanzadora” que instaló una inercia, “sin tomar ninguna acción drástica para cambiar de rumbo, con la esperanza y la expectativa de que algo sucederá”. Y así, “la fase de pensamiento mágico está terminando. Salvo algún milagro, Trump pronto será el presunto candidato republicano a la presidencia”.
El antitrumpismo fundado en valores apostó a que el proceso judicial, que el sistema, se encargaría de poner las cosas en su sitio. Pero la propia lentitud de ese sistema, más las dilatorias resultado de las innúmeras chicanas procesales interpuestas por los abogados de Trump, que desprestigiaron la causa y a los profesionales que las promovieron pero que, hay que asumirlo, lograron enlentecer y diferir los ya de por sí lentos procesos jurídicos, y con ello mejorar la posición del candidato. En el sentido que han tomado las cosas, donde todo se ha subordinado a la campaña presidencial, se instaló el mejor escenario posible para los intereses del expresidente. Los candidatos de arraigo local pierden la ventaja en detrimento del candidato global y poderoso. Trump centró su campaña en Biden, sin atender más que ocasionalmente a los candidatos sin proyección nacional.
Trump volverá a hacer de su debilidad, su oportunidad, su fortaleza. Por ello, sus estrategas de campaña han dejado saber que impulsarán la candidatura al mismo tiempo que desacreditarán al sistema de justicia calificándolo de corrupto, en alianza, como en el pasado, “con algunos medios de comunicación (caso NBC News), sirviendo a sus propios intereses, lo ayudarán a hacerlo”.
Con Trump candidato, la campaña presidencial tendrá una condición especial, sino única: será la batalla de dos presidentes probados. En el punto de partida, DT tiene un punto a favor: “goza de la ventaja de la no titularidad”. Es decir, todos los problemas presentes, son de Biden.

Disgustos y tensiones

Sin embargo, para Kagan, Trump cuenta con una ventaja adicional y potente: el estado de ánimo de la sociedad, de “disgusto bipartidista con el sistema político en general”. Trump se atreve a algo que ningún demócrata entiende válido: como Trump está compitiendo contra el sistema, éste es su “enemigo” y ello se expresa en las crecientes batallas legales. Su estrategia unifica sus batallas.
Entonces, “¿puede Trump ganar las elecciones? …por supuesto que puede. Si eso no fuera así, el Partido Demócrata no estaría en pánico creciente sobre sus perspectivas”.
Y luego se pregunta: “…si Trump puede ganar, ahora podemos pasar a la pregunta más urgente: ¿su presidencia se convertirá en una dictadura? Las probabilidades son, de nuevo, bastante buenas”. Kagan piensa que “habrá un gran movimiento de oposición centrado en el Partido Demócrata, pero es difícil ver exactamente cómo esta oposición detendrá la persecución”.
En los primeros tres años de gobierno, Trump vivió más de 40 renuncias. Por aquellos días, escuché en Washington un chiste de oportunidad: no hay más oficialista que un recién renunciado. Las presiones del aparato fueron, desde el comienzo, muy severas y los reproches públicos temerarios.
Como antecedente, durante su gobierno “Trump y sus asesores discutieron en más de una ocasión la posibilidad de invocar la Ley de Insurrección… ¿qué lo frenaría ahora?”
Este mismo temor lo expresó William A. Galston, en su columna del 14 de noviembre en el The Wall Street Journal. En un texto titulado “La táctica de la Ley de Insurrección de Donald Trump” advierte que “en un segundo mandato, podría utilizar un lenguaje excesivamente amplio de la ley para restringir las libertades”.
Como antecedente temerario, recuerda que en junio de 2020 “el presidente Trump consideró invocar la Ley de Insurrección contra los manifestantes que salieron a las calles después del asesinato de George Floyd, y se convenció de ello. Ahora, según se informa, el equipo de Trump está preparando el terreno para usar esta ley cuando sea necesario después de que retome la Casa Blanca”. Por aquellos días, Galston reconoce que, “como la mayoría de los estadounidenses, sabía poco sobre la Ley de Insurrección… pero cuanto más aprendo, más me preocupa su potencial para erosionar nuestras libertades fundamentales”.

Ponerle frenos

Kagan no encuentra entre los actores públicos aquellos que podrían hacerle frente al arrebato dictatorial de Trump… todavía esperando alguna intervención que nos permita escapar de las consecuencias de nuestra cobardía colectiva, nuestra ignorancia complaciente y voluntaria y, sobre todo, nuestra falta de un compromiso profundo con la democracia liberal. Parecía tan imposible…
En 2015, recuerda Drew Goins, parecía tan imposible que DT se pudiera convertir en presidente. Ahora, advierte, la pregunta correcta es otra: “¿Podría Donald Trump convertirse en el dictador de Estados Unidos?”. Desde su perspectiva, la exgobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, es el último bastión para frustrar a Trump, la única con capacidad, audacia y proyección como para frustrar las aspiraciones de DT.
La tentación autoritaria no surge por capricho de los actores sociales, sino que es el reflejo del agotamiento de un modelo de distribución y de inequidades, de un esquema extenuado de administración de las tensiones. Hoy Estados Unidos atraviesa un período crítico en la lucha contra el racismo, la discriminación, la xenofobia y otras formas de intolerancia. Esa profunda polarización se manifiesta, también, en la incertidumbre económica, una radical desigualdad de ingresos y riqueza, que se combinan en una radicalidad política, con discurso de odio y violencia.
La derrota electoral de Trump a manos de Biden mostró a los propios estadounidenses y al mundo que poco quedaba de aquellas aspiraciones de los padres fundadores de la patria. Que el intento de un golpe de Estado, una derivada autoritaria, la pretensión dictatorial, ya no era una especulación trasnochada, sino un temor cierto instalado en el debate público.