Noruega, reconocido ampliamente como un país desarrollado, ha tenido una evolución explosiva a partir sobre todo de la explotación de petróleo en su plataforma marina, y pasado a ser una potencia que pone énfasis en el bienestar de sus ciudadanos, para lo que ha logrado ahorrar e invertir los recursos provenientes de las exportaciones de este combustible fósil –tercero a nivel mundial– para mejorar la calidad de vida de sus habitantes y poner énfasis en aspectos como la preservación del medio ambiente.
Es decir, ha sabido aprovechar estos cuantiosos ingresos para reunir y explotar un fondo de desarrollo que utiliza en ponerse a cubierto además de los avatares económico – financiero regionales y globales.
Así, registra un excedente en su comercio de mercancías desde hace décadas, y debido al considerable volumen de sus exportaciones de petróleo crudo y gas natural, el superávit por cuenta corriente ha venido excediendo el 10 por ciento anual, con la particularidad de que ahorra gran parte de la riqueza que obtiene del petróleo y el gas en el Fondo de Pensiones del Gobierno – Global, invertido íntegramente en activos en el extranjero.
Podrá decirse, y no sin razón, que una cosa es la Noruega luego de descubrir y explotar el petróleo, y otra la Noruega anterior a estos recursos, donde los ingresos eran mucho más reducidos y por lo tanto estaba muy lejos del estado de bienestar que tiene ahora; pero naturalmente, la cultura nórdica y el orden del país ha hecho su gran parte para generar y potenciar este desarrollo.
Sin ir más lejos, basta con tener el ejemplo de una Venezuela inmersa en un mar de petróleo que ha explotado durante décadas y estar empobrecida al grado extremo como se ve hoy, por malgastar el mar de recursos que obtenía y vivir como nuevo rico, postrado en el subdesarrollo que hoy le pasa factura.
Estos elementos vienen a cuenta de que en varios aspectos se tenga a Noruega como ejemplo a seguir incluso dentro de la misma Europa y que sobre todo se siga con atención lo que ocurre con la aplicación de políticas medioambientales, que incluyen la electrificación de vehículos. Es que Noruega se ha constituido así en el paraíso de la compra y uso de los autos eléctricos, lo que no le sale gratis ni mucho menos, sino que está basado en exoneraciones fiscales y otros estímulos que han permitido que sea el país más electrificado del mundo desde el punto de vista del transporte vehicular.
Pero no todo son rosas: el país paraíso de los coches eléctricos, se ha encontrado con que no recauda lo suficiente, por cuanto prácticamente la totalidad de los coches nuevos que se venden en Noruega son enchufables y más del 80% son vehículos puramente eléctricos.
Estas cifras, que son con las que sueñan muchas instituciones europeas, también son un problema ahora para el Estado noruego, si se tiene en cuenta que ello se logra a través de una fuerte subvención a la compra de vehículos eléctricos (VE), eliminando el IVA para quienes adquirían un coche con esta tecnología, debiéndose tener en cuenta que ese impuesto en Noruega representa un 25% del valor de venta.
Además, en este país se paga un impuesto en función de las emisiones de CO2 de cada vehículo. Por supuesto, esta tasa se ha dejado de cobrar con cada coche eléctrico vendido. Una doble exención que ha tenido una consecuencia directa en las arcas del estado: un agujero de más de 1.800 millones de euros.
No es de extrañar que las ventas de vehículos eléctricos se hayan disparado en Noruega desde 2021, solo que en el marco de estas políticas de estímulos. Pero ante un escenario de caída de percepción de recursos los vehículos con un costo superior a 500.000 coronas noruegas, casi 48.000 euros, empezaron a pagar IVA en 2023. Es decir, desde el pasado año los coches eléctricos se han encarecido una cuarta parte de su precio. Pero no es la única medida que se ha tomado para que los vehículos eléctricos empiecen a contribuir con las arcas estatales.
El siguiente paso se dio ese mismo 2023, porque en Noruega los coches “comunes” pagan un impuesto por el peso, con la idea de que “a más pesado, más contaminante”. Pero este impuesto no se aplicaba al eléctrico. Ahora, aunque en menor medida que con los de combustión, esto ya se está aplicando.
Los vehículos eléctricos con baterías superiores a los 70 kWh siguen contando con acumuladores muy grandes y pesados. Aún así los vehículos con una masa superior a 2.500 kg, como un Mercedes EQS, suelen estar por debajo de los 400 kilómetros reales de autonomía. La solución pasa, por tanto, por gravar el peso del vehículo, la forma más sencilla de castigar a los coches eléctricos más pesados que, en la práctica, son los menos eficientes.
Es cierto, la experiencia de Noruega con la adopción de vehículos eléctricos ofrece valiosas lecciones para otros países que luchan contra las emisiones del transporte y el cambio climático. Aunque los coches eléctricos serían un componente crucial de la solución, es esencial considerar una perspectiva más amplia y evitar los escollos que Noruega ha encontrado, con el agregado de que la nación escandinava tiene riqueza y características propias muy particulares. Por lo tanto este escenario no es del todo extrapolable a otras naciones europeas, y mucho menos al mundo en subdesarrollo, como es el caso de nuestra región.
Por ejemplo, por un lado la experiencia de Noruega subraya la importancia de abordar la desigualdad de ingresos en el contexto de la adopción del VE. Para garantizar que los incentivos beneficien a un sector más amplio de la población, los países pueden considerar medidas como limitar el precio de los vehículos subvencionables y el número de VE libres de impuestos que puede adquirir un hogar. Estas medidas pueden ayudar a evitar la distribución desproporcionada de recursos hacia los más pudientes.
Es que no se trata de sustituir los vehículos de explosión por eléctricos y se termina el problema. Si bien los esfuerzos para reducir la dependencia del automóvil y promover modos de transporte sostenibles van hasta ahora de la mano con la adopción del VE, las ciudades deben invertir en transporte público, infraestructuras ciclistas y una planificación urbana que favorezca a los peatones para ofrecer alternativas viables a la propiedad del automóvil, esto sobre todo en ciudades europeas y no tanto en América Latina, donde la realidad es distinta.
Sí, los gobiernos nacionales deberían plantearse la posibilidad de establecer objetivos claros para reducir el número total de kilómetros recorridos, como está contemplando Noruega con su próximo Plan Nacional de Transporte, lo que puede ayudar a priorizar las inversiones en transporte público.
Ante luces y sombras de la nación escandinava en la adopción de vehículos eléctricos, otros países pueden aprender de sus errores y adoptar un enfoque más equilibrado y global del transporte sostenible, porque en el mejor de los casos los vehículos eléctricos por sí solos no pueden resolver todos los problemas relacionados con el transporte ni la contaminación; de hecho, no todos los países cuentan con electricidad de origen renovable en el grado que tiene Noruega, y en los que todavía se apoyan en gran medida en la generación térmica –ni que decir los que tienen centrales nucleares– lo que se hace es cambiar de lugar el foco de degradación medioambiental, pero en todos los casos se sigue afectando el ecosistema. → Leer más