Las paradojas de la energía “ecológica”

Durante los momentos más álgidos de la Guerra Fría (iniciada en 1945 luego de la Segunda Guerra Mundial y culminada simbólicamente con la caída del Muro de Berlín en 1989), el mundo convivió con dos usos primordiales de la energía atómica. Uno de ellos ha sido el uso militar, que se inició tras los bombardeos de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki y el segundo, el uso civil, manifestado en la construcción de diversas centrales generadoras de energía eléctrica de las cuales se instalaron muchas en diversos países del hemisferio norte. La obsesión generada por una eventual guerra nuclear (una posibilidad que es permanente puesta sobre la mesa como países como Irán, Corea del Norte o Rusia) fue de tal magnitud que durante la década de los años sesenta proliferó la construcción de refugios atómicos en los jardines de casas particulares o en sótanos de edificios. En el correr de los años desde 1945, los movimientos pacifistas primero y los ecologistas después han llevado adelante una exitosa tarea contra la energía nuclear que ha causado el cierre de varias centrales nucleares generadoras de energía eléctrica, especialmente en Europa. Como ha sido confirmado con posterioridad muchos de esos movimientos eran financiados por la Unión Soviética como forma de influir en la opinión pública local poniéndola en contra de sus gobiernos y frenando las investigaciones y avances europeos sobre la energía nuclear, aprovechándose de la libertad de expresión que existía (y afortunadamente existe) en Europa. El cierre de esas centrales nucleares generadoras de energía ha continuado a lo largo de los años a pesar de la caída de la Unión Soviética y su acción se ha expandido a todos los ámbitos de la sociedad y es utilizada con finalidades político-partidarias. En los últimos días la cadena alemana de noticias, Deutsche Welle, ha difundido un informe sobre los problemas que enfrenta la industria siderúrgica de ese país europeo debido a los cambios tecnológicos y el crecimiento de la producción de China que se ha duplicado en los últimos cinco años con bajos precios que amenazan miles de empleos europeos al mismo tiempo que Europa promociona el denominado “acero verde” cuyos costos de producción son notoriamente más elevados y no compiten con el acero chino. Ello refleja una realidad que Europa está aprendiendo con pérdida de puestos de trabajo: ser ecológico es una moda muy linda y políticamente correcta, pero que termina saliendo muy cara y cuyo precio se paga con pérdida de bienestar social de los pueblos afectados. Las regulaciones ambientales, de las cuales Europa en general y Alemania en particular es un ejemplo global, se han transformado en un corsé de acero (valga la redundancia) del cual ese país no puede liberarse y va en camino de adoptar la forma de una maroma en la cual el sector siderúrgico alemán (vital para su economía y para sus socios europeos) terminará ahorcándose. Como consecuencia de ello, muchas empresas alemanas han tenido que reducir su producción de acero para poder cumplir con las exigencias en materia de combate al cambio climático, lo que significará miles de despidos. Claro que por esos obreros despedidos los grupos ecológicos no organizarán marchas ni protestas de ninguna clase. De acuerdo con Kerstin Rippel (directora general de la Federación Alemana del Acero) los problemas de las empresas alemanas del ramo comienzan con los altos costos de la energía en Alemania y el ingreso de acero desde Asia a precios muy competitivos. Un tercio del total del acero utilizado en Alemania proviene de Asia. A nivel global esos porcentajes crecen aún más: en el año 2024 más de la mitad del acero utilizado a nivel mundial fue producido en China. Alemania se encuentra actualmente implementando nuevas tecnologías para producir acero en forma más ecológica, lo que se lograría utilizando hidrógeno en lugar de carbón o coke para los procesos siderúrgicos, en cuyo caso el único subproducto será el agua y no habrá emisiones de dióxido de carbono. Hasta que se logren esos objetivos, Alemania seguirá perdiendo puestos de trabajo en el sector siderúrgico, que fuera uno de los motores principales de su economía. Toda esta problemática está originada en los grupos ecologistas que durante décadas han presionado a los gobiernos europeos para que adoptaran regulaciones cuyas consecuencias económicas y sociales estamos viendo en Alemania actualmente. La verdad es que la agenda ecológica tiene costos exorbitantes para los países y nadie menciona con franqueza las consecuencias que tiene en materia de pérdida de puestos de trabajo y costos sociales. Además, una fuente de energía se cambia por otra supuestamente más ecológica, cuando realmente se desconoce el verdadero daño que produce esta última. Por ejemplo con los aerogeneradores ahora surge el problema del “robo” de viento entre países, debido a que las granjas de aerogeneradores frena el viento del mar en los países de norte de Europa, y ahora llega mucho menos viento a la costa. Por ahora la queja surge por las consecuencias económicas, pero ¿alguien midió el real impacto en el clima o ecológico que puede acarrear en el largo plazo? Y la energía que se piensa “robar” al mar a través de generadores oceánicos, ¿no tendrán también efectos secundarios terribles para las corrientes oceánicas o la distribución global del calor? ¿Y los millones de watts de energía solar que no llega al suelo por los paneles generadores, no tendrán fuerte impacto en el clima, la humedad y la biodiversidad de las también millones de hectáreas que cubren? Nadie lo sabe y quizás mejr ni saberlo, pero por ahora todos son métodos “ecológicos” que justifican cualquier esfuerzo, incluso si eso lleva a la ruina a los países que terminan atados al corsé de la ola woke. Por lo pronto, con menos regulaciones absurdas, con más plantas nucleares generando energía eléctrica (a precios muy competitivos y con muy bajo impacto ecológico) la industria siderúrgica de Alemania sería competitiva y no estaría anunciando miles de despidos. Para peor de males, las consecuencias para Alemania no son solo económicas sino también geopolíticas: haber cerrado muchas plantas nucleares que generaban energía eléctrica colocó a ese país de rodillas ante Rusia, de quien depende el suministro de gas para la población en general, incluyendo a las industrias. En el caso del acero, esa industria tiene especial importancia en los ramos de construcción, armamento e infraestructura, entre otros. Así pues, lo que empezó en Alemania como una protesta ecologista de jóvenes de clase media alta, terminará con barrios obreros sumergidos en el drama de la desocupación. Todo por “estar a la moda” con los objetivos de la agenda 2030 y el pensamiento “woke” que desde los países desarrollados se impone a todos los gobiernos del tercer mundo. Una nueva forma de imperialismo sobre el cual quienes ayer gritaban y pintaban la frase ¡“Yankis go home!” hoy guardan un silencio cómplice y cumplen gustosos las directivas llegadas desde las nuevas capitales mundiales, utilizando fondos de dudoso origen. Resulta acertado decir que no hay que atravesar el Océano Atlántico para ver ejemplos de este tipo de acciones públicas: la oposición infundada de diversos grupos al emprendimiento de la empresa HIF Global para construir una planta de hidrógeno que se proyecta construir en nuestro departamento nada tiene que ver con la ecología: lo que combaten esos grupos es a las empresas, a la iniciativa privada y con ello a la generación de empleo sustentable y genuino para sanduceras y sanduceros. Se trata de grupos radicales movidos por objetivos ideológicos y políticos que nada tienen que ver con la ecología y que, en caso de tener éxito, dejarán a muchas familias sanduceras sin sustento. Lo que le está sucediendo actualmente al sector siderúrgico alemán, hasta hace poco el motor económico de Europa y que hoy se viene abajo, debería abrirnos los ojos. Por aquello de “cuando las barbas de tu vecino veas arder…”

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