La trampa eléctrica

Unas 50 millones de personas fueron afectadas por un enorme apagón eléctrico que abarcó al menos la Península Ibérica y posiblemente otros países en forma parcial, caso de Andorra, dado que hay diferencias entre las fuentes, algunas de las cuales mencionan a Francia e incluso a Alemania, aunque sin confirmación oficial al respecto.
El episodio ocurrió el lunes y se extendió por varias horas, con diferencia entre los lugares, ya que el restablecimiento del servicio fue progresivo.
En España y Portugal, los dos estados más afectados, se generó un caos de proporciones. Se paralizaron trenes metropolitanos, ferrocarriles, subterráneos y aeropuertos; se cortó el servicio telefónico y las conexiones a internet, quedaron fuera de servicio cajeros automáticos, comercios y semáforos.

Eduardo Prieto, jefe de operaciones de Red Eléctrica, señaló que se trataba de una situación sin precedentes y la calificó de “excepcional y extraordinaria”, a la vez que Teresa Ribera, vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea encargada de promover las energías limpias, calificó el incidente de “uno de los episodios más graves registrados en Europa en los últimos tiempos”.
Posiblemente lleve un tiempo conocer a ciencia cierta la causa de esta situación, aunque los expertos han puesto varias hipótesis sobre la mesa. Una posibilidad es la ocurrencia de problemas en la red, en tendidos extensos en los que un problema pudo provocar “un efecto cascada en otras zonas”. Oficialmente en Portugal se maneja la versión de que se trató de “problemas técnicos no especificados que proceden de fuera del país”.

Lo que sí se han apurado en descartar es que se haya tratado de un ciberataque, incluso el mismo Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, y Luis Montenegro, primer ministro de Portugal, así como Antonio Costa, presidente del Consejo Europeo, han salido a refutar versiones al respecto. Otra de las hipótesis planteadas, y en principio descartada por la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), es la de un fenómeno climático.
Ahora bien, aunque un episodio de este tipo no tenga precedentes en Europa, no quiere decir que no hayan existido anteriormente, de hecho sí lo hubo, ha quedado quizás un poco escondido en la memoria colectiva detrás de la pandemia, pero el 16 de junio de 2019 Uruguay, Paraguay y Argentina vivieron un corte de similares dimensiones en términos de población afectada, y muchísimo más grande en cuando a cobertura geográfica; un episodio histórico al grado que tienen una entrada propia en la Wikipedia con el título: “Apagón de Argentina, Paraguay y Uruguay de 2019”. Allí se menciona que el apagón “fue causado por un error operativo de Transener (empresa especializada en transmisión eléctrica), al dejar fuera de servicio la línea de alta tensión Colonia Elía – Campana para reparar la torre 412, que estaba siendo erosionada por el río Paraná Guazú”.

En Buenos Aires dejaron de funcionar metros y trenes —estos últimos en Uruguay de todos modos no funcionaban, como es sabido—. Lo mismo que ahora en España y Portugal, en ese momento salieron de servicio o vieron afectada su operativa comercios de distinto tipo, semáforos, cajeros automáticos, ascensores, servicios de internet, etcétera.

El secretario de Energía de Argentina, Gustavo Lopetegui, explicó en ese momento que “la desconexión se produce de manera automática, son las computadoras las que lo hacen cuando detectan desequilibrios que pueden causas un daño mayor”.
Argentina vivió después de ese otro apagón masivo, en 2023, que no se trasladó a la red uruguaya. Ocurrió el 1º de marzo y su origen habría sido la ola de calor que azotaba la región por esos días que afectó la línea entre Campana y Rodríguez a raíz de un incendio en las líneas, que no afectó a la central atómica de Atucha, como se manejó entre las posibilidades en un primer momento.

Pero volviendo el episodio de las últimas horas, repasar en las redes sociales, en las voces de los usuarios, las experiencias vividas, no son más que una demostración de en qué medida nos hemos vuelto extremadamente dependientes de toda la tecnología que nos rodea y como –para algunos para bien, para otros, para mal– quienes proceden de Latinoamérica no solamente no encuentran tan fuera de lo común estas situaciones sino que además saben cómo reaccionar y sobrellevar el momento. Pero ni siquiera el acostumbramiento a la precaridad de nuestra infraestructura puede librarnos de los efectos de una falla que se extienda por más tiempo del debido. Además de lo ya mencionado un apagón eléctrico sostenido podría privarnos de disponer de dinero, hoy, que todo está digitalizado, pero además nos hemos habituado a comunicarnos a través de servicios que dependen de los sistemas informáticos, que serían los primeros en caer. Sería una lista muy extensa en caso de enumerar todos los problemas que enfrentaríamos en caso de que existiese una falla –toque madera, lector–. Con menos ánimo de sembrar preocupación que de plantear una reflexión sobre en qué medida el modo de vida que conocemos, nuestras propiedades, nuestra economía –incluso personal–, nuestra propia supervivencia, está a nada de ser afectado por un fallo masivo que podría ser ocasionado por causas naturales, como una tormenta solar, de la que tantas veces se ha advertido, un sabotaje informático o estructural, o un carancho que hace nido en una transformadora eléctrica, como ya nos pasó en 2016.