
Las caídas de las personas mayores pueden ser un punto de inflexión en sus vidas y, en general, se asocian con importantes consecuencias tanto a nivel físico, como sicológico y social. El equipo técnico de ADAP, que encabeza el siquiatra Gustavo Curbelo, alerta sobre los riesgos de fracturas y las diversas circunstancias de las caídas en la vida diaria.
El Dr. Marcelo Luaces recordó que, de acuerdo a sus características, las caídas son aisladas o recurrentes, prolongadas, intra o extradomiciliarias y las relacionadas con un síncope (sincopal). “Las caídas aisladas –una única caída en los últimos 6 meses– es un elemento de alerta sobre el riesgo de reiterar un nuevo evento en el período de un año. Las recurrentes –dos o más en los últimos 6 meses– evidencian mayor fragilidad y riesgo de declinación funcional, dependencia, institucionalización y muerte”.
Luaces agregó que las caídas prolongadas, implican “la permanencia en el suelo por más de 20 minutos o necesidad de asistencia para levantarse”. Ante esta situación, una persona “no es capaz de levantarse del suelo por sus propios medios y evidencia graves alteraciones físicas o mentales que deben ser atendidas. Pueden agravarse por la ausencia de un entorno social continente y el tiempo de permanencia en el suelo sin recibir asistencia condicionará la gravedad de las consecuencias tanto físicas como sicológicas”. Aclaró que las implicancias refieren a hipotermia, deshidratación, úlceras por presión, falla renal, y entre las condicionantes sicológicas se refirió al miedo a caer, estrés postraumático, entre otros.
Enfatizó que, “en general, el domicilio representa el ambiente en el cual una persona tiene su mejor desempeño funcional, si bien pueden existir conductas de riesgo. Es por eso que las caídas dentro del domicilio generalmente evidencian una mayor fragilidad que aquellas ocurridas fuera de la casa, donde habitualmente predominan los obstáculos o barreras arquitectónicas que favorecen las caídas”.
Finalmente, la caída sincopal “es la perdida súbita del tono postural con pérdida de conocimiento el cual se recupera en pocos segundos y de forma espontánea”.
Las caídas en porcentajes
Las estadísticas indican que cada año, una de cada tres personas mayores de 65 años sufre una caída y entre los adultos mayores de 80 años, este número asciende a uno de cada dos. Entre las personas que viven en residencias de larga estadía, esta incidencia es aún mayor. De los mayores que caen, entre el 25 y el 50% sufrirá al menos una nueva caída en el período de un año.
Entre el 40 y el 60% de las caídas determinan lesiones que en su mayoría son leves y a menudo no determinan una consulta médica, lo que favorece el subdiagnóstico del problema.
Del 5 al 10% de los adultos mayores que sufren una caída, presentan una lesión grave como fractura, traumatismo encéfalocraneano o desgarro muscular severo. Estas caídas provocan hasta el 10% de las hospitalizaciones y son la principal causa de mortalidad por accidentes en ese rango de edad. Incluso, llega a representar el 70% de las muertes por accidentes en mayores de 75 años.
“Las fracturas de cadera son una de las más graves consecuencias de las caídas. Afectan particularmente a la población más añosa porque ocurre en más de un 70% de los casos en pacientes mayores de 75 años, de los cuales 87% son mujeres. Se asocian a una elevada mortalidad, entre un 7 al 20% superior a la observada para la población general sin fractura, de la misma edad y sexo”.
Incluso, menos de la mitad de las personas que sufrieron caídas, retornan a su movilidad anterior. “Los niveles de morbilidad futura e incapacidad funcional son altos. Sólo 32% de las personas mayores de 65 años que han tenido una fractura de cadera, vuelven a su nivel previo de movilidad”, señaló a Pasividades.
“El 50% de los pacientes que concurren a la emergencia por una lesión secundaria a la caída tendrán dolor persistente y limitación en la movilidad que puede desencadenar en la declinación funcional”, agregó.
EFECTOS POSTERIORES A LA CAÍDA
“La principal consecuencia sicológica es el síndrome de temor a caer que, a su vez, condiciona en gran medida la calidad de vida del adulto mayor. Se trata de un conjunto de síntomas y signos que aparecen luego de una caída caracterizados por miedo o ansiedad por volver a caer, disminución considerable de la movilidad y las actividades de la vida diaria, y sintomatología depresiva en grado variable”.
Por todo lo antes mencionado, enfatizó que “el abordaje de un paciente con inestabilidad postural o caídas requiere de una evaluación sistemática y exhaustiva, no solo limitada a aquellos pacientes que han sufrido lesiones por caídas, sino fundamentalmente en aquellos pacientes que presentan alto riesgo de caer con el fin de intervenir en la prevención primaria”.
Factores de riesgo
Los factores de riesgo para caer se encuentran perfectamente identificados. Involucran a “factores fisiológicos del envejecimiento que favorecen las caídas, pérdida del poder de ubicación y disminución de la agudeza visual”. Entre otras situaciones, mencionó “las alteraciones en la conducción nerviosa vestibular, enfermedades del oído, disminución de la sensibilidad, enlentecimiento global de los reflejos, atrofia muscular y de partes blandas y degeneración de las estructuras osteoarticulares”.
Dentro de los “factores extrínsecos se debe valorar el entorno o ambiente en que se desempeña el adulto mayor, así como las actividades que realiza. Muchas de las caídas no están exclusivamente vinculadas al ambiente sino que son el resultado de la interacción entre factores ambientales, actividades de riesgo y la susceptibilidad individual. Los adultos mayores con mala capacidad funcional se encuentran en una situación de riesgo aún en un ambiente seguro. Porque existen aspectos del ambiente que parecen muy seguros para ancianos con buena condición funcional, pero representan un riesgo para las personas mayores frágiles”, indicó.
Los factores ambientales se encuentran, por ejemplo, en la vivienda. Enumeró “los suelos irregulares, deslizantes, con desniveles, con contrastes de colores, con alfombras o cables sueltos. La iluminación insuficiente o muy brillante, las escaleras con luz inadecuada, ausencia de pasamanos, escalones altos o irregulares. En la cocina, los muebles situados a una altura incorrecta, con suelos resbaladizos o el baño con bañeras, ausencia de barras en la ducha y de suelos antideslizantes, además de artefactos a alturas inadecuadas. En el dormitorio, las camas altas y estrechas, cables sueltos y muebles inestables”.
En la vía pública, “el pavimento defectuoso y mal conservado, los semáforos de corta duración así como los bancos de jardines y plazas con alturas inadecuadas. Las veredas estrechas, con desniveles y obstáculos”. En los medios de transporte, “escalones inadecuados en ómnibus y los movimientos bruscos del vehículo”.
Prevención primaria, secundaria y terciaria
La prevención primaria implica “la educación para la salud, promoción de hábitos saludables, así como detección precoz y corrección de los factores de riesgo potencialmente modificables. Finalmente, la derivación oportuna en caso de detectar riesgo de caídas”.
La prevención secundaria se aplica con “evaluaciones, tratamiento y rehabilitación de pacientes con caídas reiteradas” y terciaria “define al tratamiento y rehabilitación de las complicaciones como la fractura de cadera o hematoma subdural, entre otros. La rehabilitación del equilibrio y la marcha. Un abordaje integral del síndrome de temor a caer y la inserción en el medio asistencial más adecuado para su rehabilitación”.