
Luis Agustín Beltrame Bianchi (85) reside desde hace más de cuatro décadas en el Barrio Inve, ubicado en la zona Este de nuestra ciudad, donde recibió a Pasividades para contar acerca de su vida, atravesada por algunos pesares, pero a la vez recompensada por el amor de su familia, un matrimonio de más de 50 años y su mayor orgullo, sus dos hijos: Carolina y Alejandro, además de sus nietos Matías y Lucas.
Luis nació el 28 de setiembre de 1938 en el hogar de los esposos Esteban –que era repartidor– y Esther, y se crió junto a sus 3 hermanos en una casa muy cerca de la entonces Plaza Flores –hoy Plaza Varela– y de la Escuela N.º 2 donde hizo la Primaria. “Siempre estaba con mi madre”, recordó nuestro amable anfitrión, al evocar su niñez, en la que también fue muy cercano a su abuela quien “me quería mucho”. Ciertamente fue una etapa de su vida nada fácil pues debió sufrir muy tempranamente la pérdida de su madre en forma repetina. Siempre fue un alumno muy aplicado y por ello en muchas ocasiones “la maestra me pedía que ayudara a mis compañeros”, contó. También recordó una anécdota curiosa: en el patio, durante el recreo, “yo hacía una carpeta punto cruz y venía la maestra a mirar cómo la hacía”. Con tan sólo 10 años “ya entré a trabajar en una carpinteria, del tío y el hermano, entonces iba a la escuela de mañana y de tarde trabajaba. Estuve 4 años, hasta que un día uno de ellos me pegó y no fui más. Este que me pegó tuvo la mala suerte que se cortó con una máquina dos dedos y mi tío me mandó a juntarlos y tirarlos en el baño, pero como me negué me echaron”, relató.
Al poco tiempo, ya siendo un adolescente de 14 años, “en el ‘52 entré a la fábrica de mosaicos que había en 19 de Abril y Sarandí. Estuve 38 años trabajando ahí”, contó. Específicamente “me dedicaba a pulir, era una linda tarea”, indicó, agregando que esta labor le permitió viajar a distintas localidades de la región, como Bella Unión, Young, Guichón, entre otros. A poco de cumplir sus 86 años, Luis revela con detalle aquellos lugares en los que trabajó, citando entre otros que “estuve en Bella Unión donde el Banco Litoral construía una sede pero duró muy poco, muy cerca de la frontera con Brasil, en la Liga del Trabajo de Guichón, en el cuartel del Batallón en la época de la dictadura y nunca tuve ningún problema, en el campo de aviación, aunque siempre me mantuve lejos de los aviones”, bromeó. “También trabajé en el hospital, en París Londres en la esquina de 18 de Julio y Zorrilla, en el cementerio a la cuadra que está por Ituzaingó la pulí toda abajo y en el primer piso, cuando aún no había barandas”, apuntó. “Me gustaba lo que hacía”, aseguró, y agregó que siempre mantuvo un trato cordial con sus compañeros de trabajo. “Había un compañero sordo que no hablaba y se comunicaba por señas, y aunque tenía problemas con otros compañeros, nos llevábamos bien”, dijo. Cuando dio quiebra la fábrica, trabajó en una carnicería y en tres panaderías, para jubilarse al cumplir 62 años, dando así por concluida una extensa vida laboral que, si se tiene en cuenta su primer trabajo, se extendió por 52 años.
UNA HISTORIA DE AMOR DE MÁS DE 57 AÑOS
El próximo 24 de agosto, Luis celebrará 57 años de matrimonio con Angélica Conde, a quien conoció en uno de sus viajes de trabajo a Young. Luego de dos años de noviazgo y mucha correspondencia a través de la empresa Onda, contrajeron enlace, recordó Angélica. “El viajaba, nos escribíamos y el repartidor me decía ‘ustedes le están dando de ganar a la Onda con las cartas’”, comentó.
Primero convivieron con los padres de ella, luego alquilaron una casa y “después compramos acá en el ‘80. Elegimos esta casa cuando todo estaba rodeado de pasto y no había nada, ahora, en cambio, hay iluminación” y tiene cercanía con los servicios de ómnibus y demás, por lo que consideran fue muy acertada la decisión de aquel momento, coincidieron.
LO PRIMERO QUE HACE ES LEER EL TELEGRAFO
Aunque a Angélica le gusta la vida social, Luis en cambio prefiere permanecer en la tranquilidad de su hogar con la rutina cotidiana. “Lo primero que hace a la mañana cuando se levanta es leer el diario EL TELEGRAFO y después tomamos mate”, confió Angélica.
Además de la lectura, le entretiene mirar televisión, sobre todo programas deportivos, hacer mandados, mientras su esposa espera convencerlo para realizar un viaje que les obsequió su hijo. “Lo que pasa que por mi trabajo yo nunca estaba en casa”, se excusa Luis.
Ya casi finalizando la charla, Luis reconoció estar “muy conforme”, a la vez de “orgulloso” con su vida y sus logros personales, entre los que citó el hecho de que sus hijos hayan tenido la oportunidad de estudiar y tener su profesión, Carolina es maestra y Alejandro arquitecto.
Además rescató los valores que siempre acompañaron su accionar y que le permitieron un buen relacionamiento tanto en los vínculos laborales como familiares, reconociéndose como una persona pacífica y en armonía con sus seres queridos. “Yo le digo a él que la madre lo ha guiado y lo ha iluminado, porque cuando trabajaba en la carpintería era un niño de 10 años que salía a las 10 de la noche y nunca le pasó nada, se iba desde la zona del puerto hasta la plaza Flores, y además trabajando con máquinas, cuando ahora no está permitido que un niño trabaje”, observó Angélica. “Siempre lo fue encaminando la madre, porque siempre fue por el camino derecho”, reafirmó quien ha sido testigo desde hace casi ya sesenta años del transitar de este gran “laburante” y arquitecto de su propio destino, una vida con la que seguramente se identifican muchísimos sanduceros que hoy disfrutan, como Luis, de un merecido descanso en la tranquilidad de su hogar y con el amor de su familia.